Aparte de no poder controlar el embate mortal de la pandemia del coronavirus en su extenso país —así como le sucede a muchos mandatarios en otras partes del mundo, por ejemplo en México—, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, en el poder desde 1999 (hace 22 años), enfrenta una pesadilla que se llama Alexéi Navalny. Una piedra, muy molesta, en el zapato. Un enemigo impensable que combina dos cualidades que admira el pueblo ruso: un humor sarcástico contra los dirigentes del país, y una indudable valentía personal. Estos atributos convierten al popular opositor, de 44 años de edad, sin fortuna y sin antecedentes de espía o de militar, en la amenaza política más preocupante a las que se haya enfrentado el sucesor de Boris Yeltsin desde que se hizo del control del país hace más de dos décadas.
A corto y mediano plazo, Vladimir Putin tendrá que echar mano de toda su experiencia política para resolver el acertijo que le ha impuesto la detención del opositor que hoy por hoy, es el centro de la atención de todo el mundo, dentro y fuera de Rusia. Por el momento, la policía rusa detuvo el domingo 31 de enero a más de cinco mil personas en varias ciudades rusas, tal y como sucedió el domingo 24. Sumados los arrestos del los dos fines de semana, aproximadamente diez mil rusos, hombres y mujeres, de distintas edades, han perdido su libertad o han sido multados por tomar parte en actos de protesta no autorizados. En esta ocasión, el mayor número de arrestos fue en Moscú (1,624), San Petersburgo (1,149), Krasnoyarsk, en Siberia (194) y Nizhni Novgorod (182). En total 5,083 detenciones, entre las que se cuenta, nada menos, que la esposa del activista, la no menos popular Yulia Navalnaya, que ha acompañado al activista durante los últimos 22 años, compartiendo toda suerte de contingencias. La Corte de Moscú le impuso el lunes 1 de febrero una multa de 20,000 rublos (aproximadamente 265 dólares), por no cumplir las disposiciones sobre manifestaciones de protesta en la que pidió la liberación de su marido.
En las dos ocasiones, ni las detenciones, ni el desmesurado despliegue policiaco impidieron que se efectuaran los actos callejeros, por lo menos no en casi 90 ciudades de Rusia. De acuerdo a los reportes de corresponsales nacionales y extranjeros, las protestas no se circunscribieron a la capital, Moscú, y las demostraciones de rechazo al presidente Vladimir Putin ya se escuchan por todas partes. El rechazo popular ya no solo gira en torno a Navalny, sino que también son una expresión del descontento con la corrupción en todo el país, después que el opositor publicó una investigación sobre un palacio que habría “recibido Putin de amigos y empresarios, acto calificado por Navalny como “el mayor soborno de la historia”. El video de la investigación ya cuenta con más de 104 millones de vistas.
Vladimir Putin ha negado ser propietario del rimbombante palacio y sus alrededores, que, según se dice, es más extenso que el principado de Mónaco. Ya apareció un supuesto dueño del palacio —el magnate de la construcción y banquero, Arcadi Rotenberg— que únicamente asegura ser el propietario, pero no mostró ningún documento que lo avale. Además, resulta que el susodicho es un viejo y cercano amigo de la infancia del mandatario. Muchas preguntas y pocas respuestas. Por eso la opinión pública es más propensa a creer que el mandatario es el verdadero propietario de la suntuosa obra. En tales condiciones, el autoritarismo “blando” de Putin se ha endurecido con el paso del tiempo. Poco a poco el sucesor de Boris Yeltsin ha mostrado su mano dura. Y no solo eso, la oposición asegura que Putin ha desarrollado juicios amañados en contra de sus adversarios, o de plano los somete a vigilancia permanente como en el caso de Alexéi Navalny.
El daño al aura de invulnerabilidad alrededor del mandatario que usufructa el poder en Rusia por más de dos décadas está hecho. Por primera vez, una de las innumerables denuncia de corrupción en su contra en los últimos cuatro lustros se convierte en creíble para muchos escépticos y nostálgicos del imperio ruso/soviético.
Al parejo del desprestigio de Putin, ha crecido la fama y la valentía de Navalny; al viajar de retorno a Rusia —desde un hospital de Berlín donde se recuperó del intento de envenenamiento supuestamente realizado por agentes del gobierno de Putin—, el 17 de enero pasado, al descender del avión en el aeropuerto de Shermetyevo fue inmediatamente detenido y llevado a prisión. Dos días más tarde, el video del lujoso palacio apareció en las “benditas redes sociales”.
En su introducción al video reportaje, el propio Navalny explica: “Se nos ocurrió esta investigación del palacio mientras estaba en cuidados intensivos en el hospital, e inmediatamente acordamos que la publicaríamos cuando volviera a casa, a Moscú, porque no queríamos que el protagonista de esta película (Putin) piense que le tenemos miedo y que voy a contar su peor secreto mientras estoy en el extranjero”.
El desafío es colosal. Rusia vive momentos delicados y no solo por la pandemia y su “enfrentamiento” con el nuevo gobierno de Estados Unidos de América, después de la derrota de Donald Trump, que siempre “admiró” al jerarca Rusia. No obstante, Joe Biden no es una copia del estrafalario magnate. Y logró renovar el tratado de armas estratégicas con Moscú, aunque no le simpatiza mucho el gobierno del Kremlin. Incluso ya le criticó la detención de Navalny por vía de Antony Blinken, el Secretario de Estado: “Estados Unidos condena el uso de tácticas duras contra manifestantes pacíficos y periodistas por parte de las autoridades rusas por segunda semana consecutiva. Renovamos nuestro llamado a Rusia para que libere a los detenidos”.
Mientras se dilucida el estatus legal de Navalny —al escribir este reportaje la corte moscovita decidía cuánto tiempo más estará en prisión por un juicio anterior “incumplido” por el activista, aparte de otros litigios pendientes, incluyendo fraude y otros cargos—, Rusia trata de superar la condena internacional y las sanciones económicas impuestas tras la anexión de Crimea en 2014. Por el momento, después de hacer cambios en la Constitución que le permitan seguir en el cargo varios años más, Putin parece estar bien afianzado en el Kremlin. Además, esta no es la primera vez que se registran manifestaciones masivas. Otra el régimen. A principios de 2012,las protestas también fueron masivas, lo mismo que después de las elecciones del año 2020. Pero, en esta ocasión el asunto parece ser diferente. Las protestas se han extendido por todo el país, no solo en la capital, sino desde Vladivostok, en la costa del Pacífico, hasta Irkutsk, en Siberia, y Kazán, en Tatarstán.
El aumento de la violencia policiaca marca el nerviosismo que están creando en el círculo íntimo de Putin. Y, hace ocho años la oposición no tenía un líder carismático como ahora lo tiene.
Además, el disidente ruso cuenta con una aliada fundamental en su lucha contra Vladimir Putin, su propia esposa, Yulia Navalnaya, la hermosa rubia economista de su misma edad que lo salvó, materialmente hablando, cuando rápidamente lo sacó de Rusia después de ser envenenado el año pasado, y que tomó su antorcha en las manifestaciones mientras estuvo en la cárcel en ocasiones anteriores. Cuando Navalny inició su cruzada con un primer blog de denuncia, Yulia permaneció en un segundo plano, pero cuando la represión se hizo cada vez más dura fue ella la que dio la cara ante la prensa y el último fin de semana se integró en las manifestaciones y fue detenido durante algunas horas. Por todo esto, se especula sobre su futuro político, pues en caso de que Alexéi sea condenado a varios años de cárcel, sería Yulia quien se presente como candidata para intentar derrotar al poderoso aparato de Putin.
En fin, es difícil saber cuál de los dos fines de semana —el último de enero y el primero de febrero— ha sido más concurrido en las protestas, pero fue evidente que el domingo 30 de enero, durante más de seis horas, los manifestantes no pudieron ser controlados o frenados por las fuerzas policiacas, y pusieron de cabeza a todos los cuerpos policiacos en el centro moscovita. Las unidades antidisturbios no pudieron hacerse del control citadino, aunque cerraron en Moscú decenas de estaciones del Metro. Los mandos tuvieron que modificar las rutas de transporte publico y otros desvíos.
En pocas palabras, los cuerpos del orden público fueron rebasados en la capital moscovita. Incluso los defensores de Navalny rompieron el cerco policiaco en las cercanías de la prisión de Matroskaya Tishina donde está recluido Alexéi y muchos otros de sus seguidores. Por fortuna, todo quedó en gritos de apoyo al opositor. Pero eso puede cambiar en el momento menos esperado.
El caso es que en Rusia crece la desfachatez de Putin, así como la indignación popular que es el principal soporte del movimiento creado alrededor de la figura de Navalny. Mientras tanto, el disidente sigue en la cárcel. Su futuro es una incógnita. Los anteriores líderes de la oposición a Putin terminaron en la cárcel, en el exilio o muertos, como Boris Nemtsov, asesinado en las cercanías del Kremlin en 2015. La escritora Masha Gessen hizo esta reflexión en la revista The New Yorker: “Uno podría preguntarse, ¿cuál es el plan final de Putin? Si hace encerrar a Navalny durante muchos años, como aparentemente pretende hacer —incluso si finalmente lo manda asesinar—, ¿qué cree que va a pasar con las decenas de miles de rusos que están dispuestos a arriesgar su seguridad, incluso su vida, para protestar? ¿Qué pasa con las estructuras que ha construido Navalny? ¿Qué pasa con Yulia Navalnaya, que se ha convertido en un símbolo popular de sabiduría, paciencia y amor.? ¿Y la presión internacional y el probable aumento de las sanciones.? ¿En que está pensando Putin?”
Sin duda, Putin tiene muchos frentes abiertos. No solo es la pandemia y la venta de vacunas Sputnik V a México. Navalny es mucho más importante que López Obrador, sin duda. VALE.