Con una votación bipartidista (la mayoría demócrata y seis republicanos) de 56 votos a favor y 44 en contra, el Senado de Estados Unidos de América (EUA), calificó, el martes 9 de febrero del año en curso, como constitucional el impeachment —el segundo que enfrenta el ex presidente Donald Trump—, que se inició el martes 9 de febrero en la sede de la cámara alta del Congreso estadounidense. Los seis senadores republicanos que votaron en contra del ex mandatario son: Bill Cassidy, Susan Collins, Mitt Romney, Lisa Murkowski, Ben Sasse y Patrick J. Toomey. Su voto pasa a la historia.
La acusación principal es “incitación a la violencia”. Los abogados del ex mandatario no lograron “demostrar” la “inocencia” del magnate. Antes de esta votación, el senado sesionó durante cuatro horas. Este primer revés del ex presidente no asegura que al final sea sentenciado pues para que esto se haga realidad, son necesarios 67 votos: 50 de los demócratas y 17 republicanos. No es fácil que esto suceda.
El proceso duraría, más o menos una semana, el desenlace es de pronóstico reservado. El desprestigio que conlleva ser el único mandatario de la Unión Americana en ser enjuiciado en dos ocasiones consecutivas, debería ser más que suficiente para jamás intentar participar como candidato a la Presidencia de EUA, pero en el caso de Trump no lo es. Si los demócratas no logran esa sentencia, será una derrota que a la postre les podría costar muy cara. A ellos, a su país, y al mundo. En pocos días se conocerá la suerte de este “republicano” que ha cambiado la historia del vecino del norte.
Iniciado el impeachment —que debe terminar la semana próxima—, los senadores demócratas revalidaron el argumento del representante Jamie Raskin —del octavo distrito de Maryland—, que funge como uno de los nueve fiscales del caso, de pugnar porque el ex presidente responda ante la violencia que provocó con sus arengas y tuits del pasado 6 de enero, y alejarlo de futuros cargos.
Raskin, encargado del proceso, al exponer el caso advirtió que no puede quedar sin castigo quien incumple su cargo —nada menos que el de la Presidencia—, y trata de bloquear la transición democrática en su propósito de no perder el poder, como si existiera una “excepción de enero”, por sus últimos días de mandato.
Jamie Raskin fue muy emotivo en sus dos discursos, sobre todo en el segundo (a punto de las lágrimas), al mencionar la reacción de su hija frente a la irrupción de las hordas simpatizantes de Trump al invadir el Capitolio; revivió la violencia que obligó a los representantes a abandonar su recinto parlamentario. A las 12 horas de la mañana del martes 9 de febrero, comenzó el proceso en contra de Trump. En su calidad de fiscal, presentó un video inédito de más de diez minutos de duración, en el que se aprecian los llamamientos del ex presidente a sus huestes para “luchar como en el infierno” debido a las “acusaciones de un supuesto fraude electoral” que enardecieron a la turbamulta que seguía las instrucciones del agitador de la Casa Blanca para irrumpir en el Capitolio con el propósito de suspender la certificación de la elección del 3 de noviembre de 2020.
Las primeras jornadas de este proceso han sido intensas. Al segundo día —miércoles 10 de febrero—, los fiscales del juicio aseveraron que Donald Trump —todavía presidente de EUA el miércoles 6 de enero pasado—, no fue un “espectador inocente” el día del ataque al Capitolio, sino el principal instigador del mismo, para tratar de anular su derrota electoral ante Joe Biden. Para dejar en claro el propósito de la embestida, se presentaron varios videos: en la mira agredir a la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y “matar” al entonces vicepresidente Mike Pence.
Al inicio de los alegatos, Jaime Raskin, el fiscal principal, se comprometió a presentar las pruebas de que Donald Trump fue quien azuzó a sus seguidores a dirigirse a la sede de la cámara baja el “día de reyes”. Después el entonces presidente, lejos de actuar como le correspondía para frenar la violencia, se limitó a observar “con júbilo” cuando la horda se apoderaba del recinto parlamentario. “Para nosotros pudo parecer un caos y locura, pero había método en la locura ese día” , dijo Raskin. En los videos se aprecia cuando los congresistas son desalojados en forma separada; por un lado el entonces vicepresidente Mike Pence y su familia, por otro el senador Mitt Romney.
Stacey Plaskett, demócrata por la Islas Vírgenes, en plan de fiscal para el impeachment, detalló que los violentos seguidores de Trump trataban de localizar al vicepresidente Mike Pence “por negarse a cumplir las exigencias del presidente Trump”, de desconocer el resultado de los comicios presidenciales. En una cinta se escucha a los violentos gritar “traigan a Pence”, “cuelguen a Mike Pence”. En una foto se aprecia afuera una horca, montada en el jardín.
Algo parecido sucedía con la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi. Dijo Plaskett: “Buscaron a la presidenta en la sala y en su oficina, declararon públicamente su intención de agredirla o matarla, saquearon su oficina y aterrorizaron a su personal…Y lo hicieron porque Trump los envió a esta misión”. Además, la fiscal Plaskett reveló que Richard Bannet, el hombre fotografiado con sus pies sobre él escritorio de Pelosi, tenía consigo un “bastón con pistola paralizante de 950 mil voltios”, arma que puede causar un grave dolor e incapacitar a la persona herida. La FBI identificó plenamente el aparato.
De los discursos de Raskin y de Plaskett se deduce que de todo lo sucedido el miércoles 6 de enero en el Capitolio hubo un plan concebido de antemano, no solo para enardecer a la muchedumbre, sino sobre todo, para que la insurrección no “fracasara”.
Coincidiendo con la fecha en que los congresistas debían confirmar, en sesión especial, los resultados del colegio electoral, Trump había convocado a sus huestes a “defender la república en su hora más frágil”. El entonces presidente pidió a sus simpatizantes reservaran el día 6 de enero. Algo importante iba a suceder esa fecha. Lo insinuaba el mandatario y lo repetían, entusiasmados, en los foros donde generalmente se reúnen los elementos más violentos del supremacismo blanco, encantados de que al hombre del Despacho Oval pareciera brindarles la excusa para cometer toda suerte de violencia.
Mientras el legislativo cumplía con su obligación de legalizar las elecciones del pasado mes de noviembre, el Ejecutivo acusó a muchos de sus funcionarios, incluido al vicepresidente, Mike Pence, de “no estar a la altura de lo que exigía la historia y de permitir un fraude de ley que, de facto, enterraba la democracia estadounidense. Para salvarla había que luchar. Había que apretar”.
A finales de 2020, después de las elecciones cuando ya se sabía que Trump había sido derrotado, el presidente escribió un tuit que decía: “El Departamento de Justicia y la FBI no han hecho nada con respecto al fraude electoral de las elecciones presidenciales de 2020, la estafa más grande en la historia de nuestra nación, a pesar de abrumadoras evidencias. Deberían estar avergonzados. La historia lo recordará. Nunca te rindas. Nos vemos a todos en D.C., el 6 de enero”.
Los últimos meses han sido dramáticos no solo para los personajes directamente involucrados en estos episodios de la historia de EUA. Propios y extraños se sienten inmiscuidos en estos sucesos que nadie pensaba que podrían suceder en la Unión Americana, como cualquier país bananero. El representante Jamie Raskin, reconocido profesor de leyes de la Universidad de Washington, que perdió a su hijo de 25 años de edad hace poco más de un mes, había advertido en la víspera que no estaba dispuesto a quedarse sin vástago en 2020 y sin República en 2021. Dos días antes de los disturbios en el Capitolio, el constitucionalista anunció que su púnico hijo varón estudiante de Harvard, se había suicidado el 31 de enero pasado. Fue inhumado el 5 de enero. Al día siguiente, señalado en rojo para confirmar la victoria de Joe Biden, acudió al Capitolio donde en compañía de una de sus hijas en un búnker secreto al que le condujeron los agentes de policía para ponerlo a salvo de los atacantes, empezó a garabatear el borrador del nuevo impeachment contra Donald Trump.
Raskin no podía olvidar que después de varias horas de vandalismo, fomentado por el presidente, Trump apareció en la televisión y mezcló la condena de esos actos con una increíbles muestras de “amor” por sus violentos simpatizantes. “Los amo”, llegó a decirles.
En el segundo round del nuevo proceso en contra de Trump, los representantes demócratas buscaron revivir el alto grado de violencia de los seguidores de Trump para detener la certificación electoral del triunfo de Joe Biden. El objetivo ve esta estrategia es buscar los suficientes votos republicanos para lograr sentenciar al ex mandatario por los violentos hechos del 6 de enero pasado.
Así, el jefe del equipo de fiscales, centró su ataque contra el ex presidente haciendo la siguiente pregunta: “¿Esto es Estados Unidos de América? Esa es la pregunta que está ante ustedes en este juicio…¿Puede restaurarse nuestro país y nuestra democracia si no hacemos que la persona responsable por incitar el ataque violento contra nuestra nación sea obligado a rendir cuentas?”
La suerte está echada. En pocos días se revelará la verdad.
La paradoja es que según el Artículo 2, sección dos, cláusula primera, de la Constitución de EUA, el Presidente es también el comandante en jefe de todos los Ejércitos. Pero, el mal desempeño de Donald Trump lo ubica como el “incitador en jefe” de unos insurrectos en contra de su propio gobierno. De comandante a jefe de violentos supremacistas blancos. Esta historia todavía no termina. VALE.