Por Luz Herlinda Carrillo Alquicira
“Es mejor pedir perdón que pedir permiso”
Refrán popular.
La civilización es posible por la serie de permisos que se reglamentan delimitando lo permitido y lo no permitido. Se diría que son los límites. Sin embargo, una cultura con más límites y pocas prohibiciones, es democrática. Los límites son negociaciones de cuan cerca se puede ir hacia los extremos de lo inaceptable o aceptable y entonces es posible encontrar el áureo punto medio de las cosas. Las prohibiciones no aceptan los matices de una negociación.
La serie de prohibiciones culturales están codificadas en los tabúes que determinan el comportamiento social. Esto es una obviedad socio-antropológica sin embargo por los tiempos en los que vivimos es pertinente reflexionar acerca de “obviedades”, qué empiezan a resultar extrañas, incómodas, discriminativas, juzgantes a varios sectores de la sociedad occidental. Hablo de la sociedad occidental porque dentro de la tradición de la democracia es la que más ha tomado de las fuentes de la Antigua Grecia, que ya en ese entonces tenía problemas con sus vecinos autoritarios que decidían sus asuntos de gobierno y convivencia de forma muy diferente a las Polis.
Las sociedades occidentales han evolucionado dando traspiés en los que ha habido momentos estrictos y rígidos y, en otros, libertad de opinión y credo. Han continuado existiendo tabúes inamovibles, pero a últimas fechas también estas codificaciones culturales empiezan a cuestionarse y decaer.
¿Qué tan favorable es que los tabúes “clásicos” pierdan su poder en la vida cotidiana?, ¿es sano dejar de tener miedo a las consecuencias de socavar un tabú? o bien ¿son en realidad unos tabúes sustituidos por otros más acordes a la época que vivimos?
La corrección política tenía cómo intención proteger a las minorías de toda ofensa, aspectos del lenguaje han sido adecuados para evitar discriminación y marginación, las políticas sociales han sufrido modificaciones para evitar ofender o poner en desventaja a personas de grupos particulares. Esta iniciativa que surge en la década de los 80, se ha vuelto un panóptico para cualquier expresión artística, cotidiana, incluso científica.
Vivimos un tiempo donde los tabúes que implicaban restricciones alimentarias, restricciones sobre determinadas prácticas sexuales (masturbación, necrofilia, pedofilia, zoofilia y muchas otras parafilias), restricciones en cuanto al género, la educación, la familia, las jerarquías, etc. están experimentando cambios inéditos que borran incluso límites negociables. La intolerancia que actualmente se asocia a la corrección política ha generado discursos de censura en muchos ámbitos de la vida pública y la vida privada.
Los procesos educativos tanto de casa como de la escuela han realizado la función de “naturalizar” las prohibiciones llegando a condicionar el comportamiento de las personas. Las prohibiciones cambian a lo largo de la historia de las sociedades y sus mecanismos pueden ser:
– La prohibición deja de ser funcional cuando no hay consecuencias
– Cuando hay imperativos más poderosos que los tabúes como el hambre, la soledad, síndrome postraumático por guerras o eventos catastróficos, aislamiento y enfermedad mental.
– La autoridad o figuras públicas realizan acciones prohibidas y son impunes a las consecuencias, incluso se les atribuye “valor”, “originalidad”, “vanguardismo” y se les celebra.
– El conocimiento científico puede cuestionar la “naturalidad” de la prohibición cambiando los paradigmas o manteniéndolos acerca de cómo se experimenta la sexualidad, el género, las enfermedades e incluso ideologías que se ponen de moda y se asumen como “naturales” sus premisas.
El cambio acerca de la prohibición —organizada culturalmente en los tabúes—, se puede apreciar en la vida cotidiana. Ya no se cree necesario encontrar puntos medios, se llega a exigir la derogación total de categorías que se consideran “fascistas”, el uso del género femenino o masculino en el lenguaje se considera “hiriente y excluyente”.
Y se vuelve a dar otra vuelta de tuerca a lo prohibido, ahora el tabú es justo lo contrario de lo que era. Este devenir tiene varias explicaciones. Según Grace Truong, de la Universidad de la Columbia, en su estudio “Cognitive, affective and behavioral Neuroscience, para el ser humano lo prohibido tiene su encanto que lo puede volver profundamente tentador. Cuando nos prohíben alguna cosa, nuestra atención se concentra precisamente en ese objeto o situación prohibidos, el cerebro atribuye a los objetos prohibidos (incluidas las acciones y conductas) el mismo nivel de atención que a las posesiones personales o de un posible despojo.
La obsesión no resulta tan fuerte si el objeto o situación se niega también a otras personas, para resistir la tentación de lo prohibido, la unión hace la fuerza. Pero siempre habrá quienes busquen la forma de ir más allá de lo prohibido y depende del criterio funcional de una sociedad el censurar o seguir a los “pioneros” o “trasgresores”. Lo cierto es que las prohibiciones “verticales” serán más caldo de cultivo de las tentaciones, que los límites “horizontales” más asociados a la búsqueda de la reconciliación y alternativas cuando se ha vulnerado la opinión de otros: más vale pedir perdón que permiso.
La autora es psicóloga Hospital Juárez.

