El 6 de enero se preveía un día de tensión política en Washington ya que los intentos de Donald Trump por revertir los resultados de la votación presidencial alcanzan un punto de quiebre, pero nadie imaginó el rumbo que tomarían las protestas, mucho menos el vicepresidente, Mike Pence, el líder del Senado, Mitch McConnell, y el mismo, Servicio Secreto estadounidense.

Hasta donde mi vida estuvo en riesgo, no lo se dijo. Pence horas después de abandonar las instalaciones del Congreso.

El origen de los disturbios en el Capitolio empezó una semana antes, desde su cuenta de Twitter y en diversas reuniones Donald Trump envió varios mensajes al presidente Mike Pence… “el vicepresidente Pence tiene la posibilidad de anular el voto de los delegados al Consejo y con ello dar un cambio en los resultados electorales”. Trump lo conminó a cumplir “con su deber” y evitar que se consumara lo que insistió en llamar una elección fraudulenta.

Como mencionamos líneas anteriores el vicepresidente de los Estados Unidos preside las sesiones del Senado en momentos especiales, como lo era la de la certificación de los resultados electorales y bueno según Trump, tal situación le confería un papel fundamental, sobre todo, trascendió desde círculos cercanos a la Oficina Oval como su aliado y con ello ejercer la opción de anular el voto de los delegados al Consejo.

La mañana del 6 de enero, Pence, ya estaba en el Capitolio cuando el encargado de su seguridad personal del Servicio Secreto le informó que una turba había irrumpido en el edificio del Congreso, ante ello le comunicaron que lo evacuarían junto con su esposa y e hijos, primero a su oficina en otro piso y más tarde al sótano. El responsable de la seguridad del segundo hombre más importante políticamente hablando de los Estados Unidos, le comentó que era necesario que saliera de las instalaciones, que lo sacarían, sin embargo, Pence se negó, pidió que se redoblara la seguridad. Desde ahí llamó a líderes legislativos, al Secretario de Defensa y al presidente de la Junta de Jefes del Estado Mayor, para informarles lo que sucedía, para alertarlos, pero nunca, se supo esa misma madrugada, que haya llamado a su jefe, el presidente Trump.

Días después se supo que un senador republicano diría…” que jamás había visto a Pence tan molesto, al sentirse traicionado por un presidente por el que había hecho tanto”. Para Trump, dijo un asesor, el vicepresidente había entrado al “Territorio Sessions”, en alusión a Jeff Sessions, el procurador general al que el presidente humilló antes de despedirlo. (Un vicepresidente no puede ser despedido por un presidente).

El día después de los hechos, de que su vida pudo estar en juego, Mike Pence evitó a Trump y tomó la decisión de no acudir a la Oficina Oval pasó gran parte de la jornada en el edificio de la Oficina Ejecutiva Eisenhower, donde organizó una fiesta de despedida para su personal, sus colaboradores dijeron que Pence no quería convertirse en victima de un presidente vengativo así que el lunes ya estaba de regreso en el Ala Oeste.

Sin duda que el vicepresidente se mordió la lengua durante casi 4 años frente a los impulsos de su jefe, algo que los críticos dicen que permitió lo peor del mandatario. Así fue la semana en que resistió a los insultos y presiones de Trump.

El inquilino de la Casa Blanca se supo estaba furioso de que Pence se rehusara a intentar anular la elección y se conoció que, en diversas reuniones, el presidente lo había presionado sin cesar y alternaba entre la lisonja y la intimidación. Al final, justo antes de que Pence se marchara rumbo al Capitolio para supervisar el conteo de los votos electorales ese miércoles, Trump llamó a la residencia del vicepresidente para intentar presionarlo una última vez… “puedes pasar a la historia como un patriota”, le dijo Trump, según dos personas que estaban al tanto de la conversación, “o puedes pasar a la historia como un cobarde”.

El choque entre los dos funcionarios electos de mayor rango en Estados Unidos se desarrolló dramáticamente cuando el presidente públicamente comenzó a debilita al vicepresidente en un mitin incendiario y envió a sus agitadoress seguidores al Capitolio, cuyo edificio invadieron, algunos coreando: “Cuelguen a Mike Pence”.

El miércoles 6 luego de que evacuaron a Pence del salón de sesiones y que permaneció agazapado durante horas, el mismo Trump tuiteaba un ataque en su contra en lugar de llamarlo para consultar si estaba seguro.

Fue la ruptura extraordinaria de una alianza que ya había sobrevivido demasiados desafíos.

El lugarteniente leal que casi nunca había estado en desacuerdo con el presidente, que había pulido cada una de las posibles fracturas al final llegó a un momento de decisión que no podía evitar. Iba a defender la elección a pesar del presidente y a pesar de la turba, y pagaría el precio ante la base política que alguna vez había esperado aprovechar en su propia carrera hacia la Casa Blanca.

“Pence enfrentaba una decisión entre su deber constitucional y su futuro político e hizo lo correcto”, dijo John Yoo, un experto jurídico al que recurrió la oficina de Pence. “Creo que era el hombre del momento en muchos sentidos, tanto para los demócratas como para los republicanos. Cumplió su deber a pesar de que debe de haber sabido, al hacerlo, que eso probablemente implicaba que jamás sería presidente”.

Jeff Flake, exsenador por Arizona, uno de los críticos republicanos más francos de Trump y viejo amigo de Pence, que se distanció de él por el presidente, dijo que le tranquilizó ver que el vicepresidente al fin había adoptado una postura.

Y después de este rompimiento, Mike Pence le dio brillo a una posición tan opaca en el gobierno estadounidense.