En el derecho Romano las mujeres no eran sujetos de derechos, eran consideradas parte del patrimonio de los hombres Paterfamilias y no tenían personalidad jurídica por sí mismas, debían de estar protegidas y representadas por su padre, su esposo o su hermano. Ello en virtud de que se les consideraba inferiores e incapaces de decidir por sí mismas, prevaleciendo un sistema eminentemente patriarcal.  En la época del Imperio Romano, se instituyo la “manus” con el propósito de describir uno de los poderes ejercidos por el padre de familia, quien era aquel ciudadano independiente, adjudicado como “homo sui iuris”, que poseía el control de las riquezas y capitales, pero también de las personas que vivían dentro de la casa o que pertenecían a ella, es decir que abarca desde la esposa, los hijos, esclavos hasta las nueras.

A través de un largo proceso histórico, la sociedad tradicional arraigó a la mujer al espacio privado-familiar. Desde siempre ha existido en la memoria colectiva de la humanidad la idea de que las mujeres son inferiores e incapaces y que deben ser sometidas bajo la “protección” de un hombre.

Ahora bien, el concepto del “Pacto Patriarcal” como figura de comportamiento social ha sido estudiado recientemente por diversas sociólogas, antropólogas, politólogas y activistas feministas para explicar y entender el comportamiento de grupo, de los hombres respecto de las mujeres en el rol social; lo definen como el comportamiento entre varones en el cual se tratan como iguales, con honor y respeto, independientemente de los actos que realicen; es el reconocimiento que un varón le da a otro por el simple hecho de ser hombre.

Para las mujeres, el pacto patriarcal siempre les pondrá un cuestionamiento de descalificación; mientras que un hombre puede aspirar a ser líder o a gobernar aunque tenga denuncias por delitos violación, teniendo el respaldo de los hombres líderes del partido o de gobierno, sobre todo si la denuncia proviene de una mujer la que será  calificada automáticamente como “histérica, celosa, vengativa o loca”. Para los hombres existe un pacto no escrito pero que forma parte de la conciencia colectiva y que se hereda por generaciones entre  hombres que los hace cómplices al soslayar y aceptar como normal el que un hombre violente o descalifique a una mujer de cualquier manera.

Es frecuente que cuando una mujer violada comparece a presentar la denuncia del delito, es doblemente victimizada ante la autoridad del Ministerio Público, muchas veces la sociedad justifica la violación de una mujer por la forma en que se viste  y no reprueba la violencia y el abuso que un hombre ejerció sobre ella. También se puede descalificar a la mujer que fue víctima de violación cuando denuncia años después, cuando en la práctica muchos ministerios públicos desconocen el protocolo básico que se debe seguir cuando llega una mujer denunciando que fue abusada sexualmente, y propician que la mujer vuelva a ser víctima nuevamente de la violencia verbal y conductual.

A pesar de que la igualdad es la base de toda sociedad democrática, que aspira a la realización de la justicia social y al ejercicio pleno de los derechos humanos; las mujeres todavía son objeto de discriminación, originando la existencia de relaciones desiguales, por ser diferentes, entre hombres y mujeres tanto en la familia como en la comunidad y el espacio laboral.  Las causas y las consecuencias varían de un país a otro, sin embargo, la discriminación contra la mujer es una realidad que perpetúa la permanencia de estereotipos, prácticas y creencias culturales tradicionales que perjudican a las mujeres.