Del desfallecimiento de la izquierda latinoamericana

No pocas veces me referí a la izquierda latinoamericana, en mis artículos para la BUAP —la prestigiada universidad poblana, en cuyos programas de radio los comenté semanalmente hasta hace poco— y en mis colaboraciones periódicas como invitado, desde octubre de 2018, de la revista Siempre, que generosamente me abrió sus puertas.

Mis comentarios de estos últimos años eran, por lo general, pesimistas respecto a la presencia de la izquierda en nuestra región, a pesar de que, en la primera década del siglo XXI, parecía asentada sólidamente: En Sudamérica en el Brasil de Lula —y Dilma Rousseff— en Chile con Lagos y Bachelet, con Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, Tabaré Vázquez y el emblemático José Mujica en Uruguay, Lugo en Paraguay y en Argentina los peronistas Kirchner, Néstor y Cristina, su esposa y luego su viuda.

Lo mismo sucedía en Centroamérica, donde los exguerrilleros del FMLN triunfaban en dos elecciones presidenciales salvadoreñas, en 2009 con Mauricio Funes y en 2014 con Salvador Sánchez Cerén. Sin contar con la presencia de la izquierda en Cuba, todavía dictadura, y en la Venezuela de Maduro y la Nicaragua de Ortega, impresentables personajes.

Pero este firmamento de estrellas “progresistas” se fue apagando aceleradamente, una vez que el boom de las commodities, del que esos gobiernos se beneficiaron, exportando desde petróleo a soya e invirtiendo los beneficios en programas sociales, pero también incurriendo en prácticas corruptas -la corrupción endémica en la región, dice Jorge Castañeda- se vino abajo.

Regresaron los tiempos difíciles para América Latina y los gobernantes de izquierda sufrieron graves derrotas que alejaron del poder, por elecciones, o a través de otros recursos legales o políticos a más de uno: Fueron caso impactante los de Rafael Correa, Cristina Fernández viuda de Kirchner, Lula y Dilma Rousseff y Evo Morales.

 

A su deslumbrante reaparición

Hoy podría hablarse de una deslumbrante reaparición de la izquierda, porque en este recién iniciado 2021 llegó por primera vez a México, en el gobierno de López Obrador, como izquierda declarada. Ha vuelto a Argentina, de la mano del peronismo, con Alberto Fernández como presidente. Recuperó el poder que le arrebató un golpe de Estado en Bolivia, ahora encabezada por Luis Arce, ministro tecnócrata en el gobierno de Evo Morales, y está por ganar la elección presidencial en Ecuador con Andrés Arauz, impulsado por Rafael Correa.

Ha sido, literalmente, un deslumbramiento esta reaparición —o aparición— de gobiernos progresistas, muy poco tiempo después de haber sido borrados del escenario político de América Latina. Pero tendrán aún que comprobar que su gestión doméstica es mejor que la de los gobiernos a los que sustituyen; y hacer, asimismo, política exterior de izquierda -subrayo- de impacto, y también realpolitik.

Dejo a un lado los comentarios sobre la política y interior y la administración doméstica de los gobiernos de esta nueva izquierda y me circunscribo a temas internacionales, a realpolitik.

 

La realpolitik de la izquierda latinoamericana hoy

A ello me referiré haciendo notar, en primer término, que el colombiano estadounidense Juan González, asesor del presidente Biden para América Latina, se expresó en términos muy críticos del gobierno de Daniel Ortega por “las acciones contra su propio pueblo…y el cambio de reglas del juego para perpetuarse en el poder”.

González añadió que no solo Cuba y Venezuela, sino también Nicaragua, está en la mira del gobierno estadounidense; aunque también lo está, por supuesto —ahora soy yo quien añade— el tema migratorio, de interés prioritario para México, que he tratado en otros artículos y probablemente aborde en un futuro cercano.

Pero interesa referirse a Cuba y Venezuela, prioridades de la política latinoamericana de Biden y obligada prioridad de los gobiernos de izquierda de la región. Cuba, a cuyo gobierno hay que animar a dar el paso definitivo a la economía de mercado —la medida de La Habana, que hace un par de días amplió el listado de actividades en las que haber actividad privada, de las 127 actuales hasta más de 2000—, supone la mayor flexibilización laboral durante la revolución y hay que saludarla.

También insistir, ¿presionar?, a La Habana en la apertura política, que significa democracia y respeto a los derechos humanos, un camino que el régimen no se atreve a andar y que quizá los gobiernos de izquierda, amigos, lo animen a seguir, ¿con el apoyo -y la orientación- adicional de España, vale decir, la Unión Europea?

Recuérdese, por cierto, que la España de Aznar —“el caballerito del bigotico”, lo llamó Fidel— violentó en 1996 las relaciones de Unión Europea con la Isla, y que solo hasta que Obama defendió el deshielo, en 2014, Bruselas echó a andar la normalización de las relaciones con Cuba. En otras palabras, el gobierno de España —y a través de él la Europa Comunitaria— puede ser clave en la estrategia de los gobiernos latinoamericanos de izquierda con Cuba; y más ahora que hay en Madrid un gobierno de centro izquierda con Pedro Sánchez -y Pablo Iglesias.

El caso de Venezuela requiere “hilar fino” por parte de los regímenes latinoamericanos de izquierda —igualmente con participación de España— para encontrar y hacer aceptar la fórmula de un acuerdo entre el gobierno y la oposición, derrotada en las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre, mitad por acciones antidemocráticas del régimen y mitad por la torpeza política y “yoísmo” de los dirigentes opositores. A tal grado que ya no es claro si Guaidó sería su mejor representante.

No es realista un acuerdo que excluya en la presente coyuntura a Maduro, pero él deberá liberar a los presos políticos y controlar a su policía secreta. Estados Unidos, por su parte, debería reconsiderar las sanciones impuestas a Venezuela que causen daños a la población y “venderle” su actuación humanitaria, así como una sustanciosa ayuda económica a Caracas, en pleno desastre socioeconómico, agravado por la pandemia.

El acuerdo buscaría garantías reales para futuros comicios: regionales este año, referéndum revocatorio en 2022 y la presidencial en 2024. Los expertos sugieren que Cuba, como socio de confianza de Venezuela, participe en las negociaciones, “estimulada” por el gobierno de Biden, que otorgaría a la Isla “en agradecimiento a su apoyo”, beneficios, incluso pecuniarios. Aparte del hecho de haber normalizado las relaciones que Trump congeló.

Algunos analistas, especialistas en las izquierdas de nuestra región, han hablado del intento de formalizar un eje Argentina-México —debo confesar que yo lo había pensado en los años 80, durante mi gestión diplomática en Buenos Aires, pero entre gobiernos de centroderecha: Raúl Alfonsín y Miguel de la Madrid, que eran los existentes— que tendría un importante peso internacional y contribuiría a fortalecer a la alianza y a sus miembros.

No hay, sin embargo, señal de que se conforme este eje, pero habrá que estar pendientes de la reunión que sostendrán los presidentes López Obrador y Fernández, cuando este visite nuestro país el próximo 24 de febrero. No es remoto que se diera un anuncio de esta naturaleza, cuyo impacto mediático daría dividendos a ambos mandatarios. Independientemente de que la alianza opere, como sería deseable.

 

¿Quiénes son las nuevas izquierdas?

La vieja izquierda, de vergüenza, es la de Venezuela y Nicaragua. Yo quiero, sin embargo, excluir a Cuba de esta lista, con la esperanza, creo que realista, de que habrá de transformarse con el apoyo -y la presión- del gobierno de Biden, y la acción diplomática de gobiernos amigos latinoamericanos y de España. Si fuéramos fieles a antiguas amistades y solidaridades de muchos años, México tendría un papel principalísimo entre los amigos latinoamericanos. Pero estamos en otros tiempos.

Empiezo por decir que, en mi opinión, las nuevas izquierdas, que van de México a la Argentina, pasando por Ecuador y Bolivia, y se preparan para concurrir a elecciones presidenciales, con posibilidades de éxito, en Perú el próximo 11 de abril y en Colombia y Brasil en 2022, presentan un rostro y planteamientos más moderados que sus ancestros -si se me permite la expresión- de las dos décadas anteriores,

Aquellos compartieron en algún momento la demagogia de fuegos de artificio de Hugo Chávez y los sólidos, pero agresivos planteamientos de Lula —y de Néstor, que no de Cristina, Kirchner— y tuvieron como tribuna internacional y como biblia, el Foro de Sao Paolo, que integraban partidos y grupos políticos que iban desde el centro izquierda hasta la extrema izquierda.

El Foro fue fundado por el Partido de los Trabajadores, de Lula, en 1990 y declaraba combatir las consecuencias del neoliberalismo en América Latina. Ha celebrado 26 encuentros anuales. Entre sus miembros estaban, además de otros países, México, Cuba, Nicaragua y Venezuela.

Sin que el Foro paulista haya desaparecido, surgió el llamado Grupo de Puebla, fundado en julio de 2019 en Puebla y que se presenta como foro político y académico, integrado por representantes de la izquierda iberoamericana, es decir, que incorpora también a miembros de la izquierda de España y de Portugal. Un grupo cuyos fundadores son el presidente argentino Alberto Fernández, expresidentes, entre ellos José Luis Rodríguez Zapatero, de España, políticos y destacados intelectuales y artistas. Entre sus miembros mexicanos está Cuauhtémoc Cárdenas y Beatriz Paredes.

Me interesa destacar que este Grupo, que asesoraría a la nueva izquierda latinoamericana, presenta planteamientos moderados —sin las estridencias del Foro de Sao Paolo— que tienen, dice Baltazar Garzón, uno de sus prestigiados miembros, la intención de reforzar el marco político latinoamericano en torno al derecho, a una economía social equilibrada, a un capitalismo responsable y una redistribución equitativa que ataque la desigualdad, fortalezca el desarrollo y proteja a los más vulnerables.

Las personalidades políticas visibles de esta nueva izquierda latinoamericana son los presidentes Alberto Fernández de Argentina, Luis Arce de Bolivia. Andrés Manuel López Obrador de México y el candidato presidencial en Ecuador Andrés Arauz. Asimismo, la jefa de gobierno de la Ciudad de México Claudia Sheinbaum, el canciller mexicano Marcelo Ebrard y el gobernador de la provincia de Buenos Aires Axel Kicillof. Unos, jefes de Estado en funciones o a punto de, como el ecuatoriano Arauz; otros, posibles sucesores en la jefatura de Estado, según analistas.

Se incorpora a esta lista de políticos importantes para las próximas elecciones presidenciales de sus países, a la peruana Veronika Mendoza, a Gustavo Petro y Claudia López Hernández, de Colombia, y a los brasileños Fernando Haddad, Ciro Gomes y Guilherme Boulos.

 

La deseable jubilación de los Padres Fundadores

El posicionamiento de la izquierda latinoamericana debe mucho a políticos carismáticos, que lucharon arduamente, algunos de ellos largos años, hasta alcanzar el poder y ejercerlo, en una gestión de claroscuros -eso es la política- que será juzgada al correr del tiempo. Es el caso, por ejemplo, de Lula, Evo Morales y Rafael Correa.

Figura, dos de ellos importante aún sus países, su permanencia en “el poder tras el trono” es nociva para el presidente en funciones, al que convierten en “testaferro político”, según la expresión acuñada por Moisés Naím. Y también es nociva para la izquierda latinoamericana que no se libera del continuismo.

De allí que sea deseable la jubilación de los llamados Padres Fundadores, que a partir del año 2000 pusieron a la izquierda latinoamericana en el poder, pero que deben dejar el sitio a una generación más moderna en más de un sentido.