Por breve tiempo,  por un día, la flor de la guerra
es tu palabra, tú, Cuauhtémoc.

Anónimo Canto de Conquista

 

El primer día del calendario náhuatl, —correspondiente, en el cómputo juliano, a los primeros días de marzo de 1521—, el joven gobernante del atépetl de México-Tlatelolco, Cuauhtemoctzín, primo de Moctecuzhoma Xocoyotzin, es designado por los ancianos y principales dirigentes como “Señor de la Palabra” de México-Tenochtitlán.

Dicha designación no estuvo exenta de tragedias y conflictos: como era habitual, los seguidores del tlatelolca debieron eliminar a viarios de sus familiares, quienes aspiraban a suceder al victorioso Cuitláhuac vencido por la peste, no por la guerra.

La catástrofe generada tanto por el asedio como por aquella letal enfermedad desconocida (la viruela), obligaron a suspender el boato y ceremonial estipulado para tan magna ocasión; Cuauhtémoc priorizó acciones de defensa y organización militar por sobre aquellos fastuosos rituales que correspondían a su doble rango de gobernante de los dos atépetl más relevantes del Cem Anáhuac.

La decisión azteca no sorprendió a los castellanos ni a sus múltiples aliados, quienes conocían ya el arrojo y valor de Cuauhtémoc tras haber asumido la conducción de la guerra al ser nombrado Cuitláhuac; y será ese temple el que marcará los 84 días de asedio que distaron entre la decisión de Cortés de sitiar México-Tenochtitlan y la aprehensión del gobernante en las cercanías de México-Tlatelolco.

Entre victorias y derrotas de ambos bandos, es menester reconocer en Cuauhtémoc al provocador de una resistencia popular ante la adversidad militar y tecnológica; el valor del joven y su decisión forjó un sentimiento común entre el pueblo azteca, pues olvidando sus diferencias sociales y sexuales, todas y todos se unieron sin quebranto alguno al proceso defensivo; actitud que impactó a los invasores, quienes tuvieron que enfrentar a batallones de belicosas mujeres que, a la par de los hombres, combatían cuerpo a cuerpo, trajinera a trajinera, chinampa a chinampa.

El liderazgo de Cuauhtémoc sobre su atribulado pueblo es el motor fundamental de la efectiva resistencia que llevó a reconocer a algunos conquistadores que si “así como logró conformar un ejército de 40 mil almas, hubiese llenado sus graneros de alimento, la ciudad no hubiese sucumbido”; y que, cuatrocientos años después, llevaría al poeta jerezano, Ramón López Velarde, a acuñar la estrofa del “joven abuelo… único héroe a la altura del arte” plasmada en el intermedio de la “Suave Patria”.

Reconocer la impronta juvenil del guerrero a lo largo de su historia es el mínimo homenaje que requiere la estatura del gobernante que supo enfrentar la adversidad con fortaleza en sí mismo y en su pueblo; no hacerlo es condenarle a la traición de darle solo “un día” a su palabra guerrera y no los 500 años que lleva resonando en el espíritu de México.