El golpe militar del 1º de febrero en Birmania —Myanmar, de nombre oficial, impuesto por los militares y reconocido ya por la ONU— aunque generó infinidad de noticias y comentarios, ha perdido visibilidad internacional frente a las notas y comentarios que produce el retorno de Estados Unidos, de la mano de Biden, al primerísimo lugar que le corresponde en la arena internacional.

También la pierde al lado de la información sobre los movimientos de las grandes potencias: China, la Unión Europea, Rusia. Ante sucesos, en los escenarios siempre candentes del Medio Oriente —incluida la visita del papa Francisco a Irak, en la que el amor al prójimo y la real politik han ido de la mano—. Además, en nuestras latitudes, como es lógico tienen mayor importancia que el golpe militar de la lejana Birmania, la resurrección política de Lula y las represalias, de dictadorzuelo, de Evo Morales contra sus enemigos políticos.

Por otra parte, el pequeño país del sudeste asiático se pierde al lado de potencias “emergentes”, como Filipinas, Malasia, Tailandia, Singapur, Brunei y Vietnam; y al lado de Japón, Corea del Sur, Taiwan y, por supuesto, China. Pierde visibilidad ¡incluso ante Corea del Norte!, a la que Trump y el dictador Kim Jong-un y su bomba nuclear, han subido al escenario mundial —y que hoy profiere amenazas en boca de Kim Yo-jong, hermana del líder, y portavoz del gobierno—.

A pesar del escaso impacto mediático, en nuestras latitudes, de tales acontecimientos, su importancia e interés son, en mi opinión, mayores de lo que aparentan.

Una democracia enteca

Birmania obtuvo su independencia del Reino Unido en 1948 por un tratado firmado en Londres, en 1947, que negoció Aung San, quien además lograría una victoria en las elecciones y la presidencia de gobierno, pero fue asesinado. Sin embargo, su hija Aung San Suu Kyi habría de ser, hasta hoy, protagonista central en la política de esta democracia que califico de enteca: Desde el gobierno comunista con el que el país estrenó su independencia, seguido de gobiernos militares, camuflados de “constitucionales electos democráticamente”, que desconocían el resultado de los comicios cuando no les favorecían, hasta el régimen surgido de las elecciones de 2015, que ganó la Liga Nacional por Democracia, el partido de Aung San Suu Kyi.

La Dama —la Madrecita, para los pobres— como se le conoce, con la aureola de presa política durante casi 15 años, desde 1989 y distinguida ya con el Premio Nobel de la Paz, de 1991, y otros, entró entonces a gobernar, aunque en condiciones muy limitadas, ya que los militares, a pesar de haber perdido los comicios, se reservaron importantes espacios de poder.

Luego, vino una nueva elección, en noviembre de 2020, en la que la Liga obtuvo 396 de los 476 escaños del parlamento, un contundente triunfo para Suu Kyi, ante el cual los militares dieron un golpe de Estado del 1º de febrero último, aprehendiendo a Suu Kyi y a su gobierno, que hasta hoy permanecen en la sombra. En tanto y hasta hoy, el país vive graves situaciones de violencia, desatada por los golpistas contra los amplios sectores de la población que protestan contra el régimen castrense impuesto.

Por otra parte, la democracia enteca, al igual que las dictaduras militares que ha padecido el país, ha estado respondiendo con violencia y torpeza a otro desafío de vital importancia en Birmania: el de gobernar una nación en la que, al lado de la etnia birmana y del budismo, ampliamente mayoritarios —37 millones de los más de 54 millones de población, con el 80% de budistas— existen otros 135 grupos étnicos y minorías religiosas significativas: un 6% de cristianos, 3% de musulmanes y poco menos del 1% de hinduistas, animistas y otras confesiones.

La política de los gobiernos militares respecto a las minorías étnicas y religiosas ha tenido el sello de la represión, en términos incluso siniestros, como es el caso de los batallones de violadores, grupos de soldados, en ocasiones de alto rango, dedicados a la violación sistemática y selectiva de mujeres y niñas con la intención de aterrar, desmoralizar, reprimir y controlar a algún grupo étnico. Lo que ha dado lugar a que algunas etnias minoritarias, hayan organizado grupos armados: sus “ejércitos de liberación” y a que otras malvivan en campos de refugiados.

El último gobierno civil, el recién depuesto que encabezaba Aung San Suu Kyi, tampoco respetó los derechos humanos de las minorías, volteando hacia otro lado ante las gravísimas violaciones y la represión militar a la minoría rohinyá, musulmana, víctima de expulsiones: más de 700 mil de sus miembros han tenido que refugiarse en Bangladés y el noventa por ciento de la etnia está fuera del país. La virtual “limpieza étnica” de la que ha sido víctima esta minoría, durante el gobierno de la Dama, lamentablemente la ha desprestigiado.

 

El golpe militar burdo y sangriento

El golpe del Tatmadaw (las fuerzas armadas) tuvo lugar el 1º de febrero, precisamente en la víspera de que los miembros electos en los comicios de noviembre de 2020 tomaran posesión de sus cargos en el parlamento; alegando el ejército que la votación había sido fraudulenta y, citando sin ton ni son preceptos constitucionales, para arrogarse el poder. Al tiempo que detenía —capturaba, según la expresión castrense— a Aung San Suu Kyi, la jefa de gobierno y a los miembros de su gabinete, quedando todos ellos literalmente secuestrados.

Los autores del burdo golpe han continuado lanzando acusaciones, algunas tontas, como las de que la Dama había importado ilegalmente walkie talkies. Otras calumniosas, afirmando que aceptó sobornos “en plata y oro —11 kilos— así como 600 mil dólares”. Y seguramente seguirán inventando otros cargos extravagantes.

Analistas y personalidades civiles opuestas al golpe de Estado, algunos escondidos, como el “doctor Sasa”, figura política de la Liga, hacen notar que una de las oscuras razones del golpe de Estado ha sido el temor del jefe del ejército, el general Min Aung Hlaing, hoy el hombre más poderoso de Birmania, de que al cumplir en julio próximo 65 años y teniendo que jubilarse, se le fincaran responsabilidades por “crímenes de guerra” contra los rohingyás y fuera sometido a tribunales internacionales.

El burdo golpe esta siendo particularmente sangriento, porque la inmensa mayoría de la población quiere democracia y no más la dictadura militar. Pero además ¿o principalmente? por la veneración popular a Aung San Suu Kyi, la Madrecita —la Dama— por la que votaron y los militares han secuestrado. La reacción contra el golpe ha sido multitudinaria y sin interrupción; y la respuesta del poder, también ininterrumpida, ha sido violenta y sangrienta.

 

Condenas internacionales

El golpe de Estado ha sido objeto de múltiples condenas, entre otras la de Antonio Guterres, secretario general de la ONU, las de Estados Unidos, la Unión Europea y países europeos en lo individual —destaco a Turquía— India, Bangladés, Japón, Singapur y otros países de la región, Australia, Canadá. Y México, que se hizo eco de la condena del secretario general Guterres.

El Consejo de Seguridad de la ONU celebró intensas negociaciones sin llegar a acuerdos, porque China se resistía a condenar a Birmania, su vecino y “protegido”. Hasta que finalmente, ante la grave y continuada represión del gobierno militar golpista a la población, el Consejo emitió el 10 de marzo, con el acuerdo unánime de sus miembros, entre ellos México; y Pekín incluido, una firme condena a tal represión.

El Consejo sondeó a los delegados chinos, habida cuenta de la enorme influencia de Pekín sobre Birmania sobre si aceptaría el papel de mediador entre los militares golpistas y la comunidad internacional, a lo que respondieron de manera negativa. Sin embargo, con la sutileza de la que China sabe hacer gala, dijeron: “hoy es el tiempo de la diplomacia, el tiempo del diálogo”.

Epílogo, provisional, de las críticas y, en algún caso, condenas internacionales a los militares que se han apropiado del gobierno birmano, ha sido la actitud que finalmente está adoptando China que, según expertos, es de disgusto con los golpistas. También importan las actitudes de gobiernos vecinos: Tailandia, Vietnam, Camboya, los que, si bien con prudencia diplomática, han expresado preocupación por lo que está sucediendo.

Ante tales condenas y la presión internacional, diríase que la diplomacia tiene la palabra y, a la búsqueda de soluciones a tan grave situación, pronto las encontrará. Pero la realidad se obstina en lo contrario.

 

Represión, martirio y juventudes militantes y solidarias

Las noticias frecuentes, no en México, pero sí en no pocos países, sobre lo que sucede en Birmania, consignan marchas multitudinarias de protesta —de desobediencia civil— por parte de funcionarios, médicos, empresas. sindicatos y estudiantes. Reprimidas por el Estado con violencia y empleando armas de fuego, lo que ha sembrado de muertos los escenarios de las protestas. Hasta el martes 16 de marzo, se contabilizaban 120 fallecidos, aparte los muchos heridos y otras víctimas.

El general Min Aung Hlaing y los golpistas que encabeza, no hacen sino huir hacia adelante, informando de la presentación que harán de Aung San Suu Kyi para que responda a los cargos de los que se le acusa -una presentación postergada varias veces y hoy prevista para el 24 de marzo.

La dictadura militar es perseguida en esta huida hacia adelante, por una juventud opositora, que no ha vacilado ante el martirio y multiplica su poder a través de una oposición armada de las herramientas cibernéticas de última generación y contando con la solidaridad internacional de los jóvenes.

La juventud, la oposición, ya cuenta con una mártir, llamada Kyal Sin, de sobrenombre “Ángel”, con 19 años, que, en Mandalay, al lado de otros y otras jóvenes, gritando: ¡no huiremos! el 3 de marzo enfrentó a la policía y fue acribillada; y con ella decenas de manifestantes fueron abatidos. Convertida en símbolo de la resistencia contra la dictadura, los tiranos exhumaron su cadáver para borrarla como símbolo.

Torpe intento, porque los jóvenes escribieron que, al lado de las estatuas de bronce de Harmodios y Aristogiton, que derrocaron tiranos en Atenas, en 514 antes de Cristo, se encuentra Kyal Sin, “Ángel”, cuya estatua es de pixeles y, reproducida de inmediato planetariamente, jamás podrá ser profanada.

El general golpista contaba con la apatía y divisiones de los birmanos, particularmente por motivos étnicos, para que sus maniobras tuvieran éxito, pero subestimó la movilización de una juventud ultra conectada, que enfrenta la violencia de los militares con las redes sociales como armas y con su ingenio y su creatividad. Un ejemplo es el de, muchos edificios de Rangún, que muestran en la noche sus paredes iluminadas con símbolos y leyendas contra la junta militar.

Los jóvenes, además, están conectados con otros jóvenes —todos internautas— de Tailandia, Hong Kong y Taiwán, a través de la llamada Alianza “Te con leche”, que nacida en abril de 2020 para enfrentarse a las “hordas de trolls chinos” sostenidos por la embajada de Pekín en Bangkok, sirven actualmente para expresar la solidaridad y el apoyo entre los jóvenes de esos países, y ahora con los jóvenes birmanos.

La Alianza “Te con leche” declara actuar en defensa de la democracia, del Estado de Derecho y luchar contra la negación del derecho de los pueblos a escoger su destino. Una iniciativa y alianza de jóvenes que adquiere un valor enorme en escenarios como el del sudeste asiático, donde la democracia, el Estado de Derecho y el derecho a la autodeterminación son continuamente amenazados.