La probidad es más fiel
que los juramentos

Solón

Basándose puntualmente en la obra de uno de los grandes cronistas de la Ciudad de México, Don José María Marroquí, el también cronista y articulista Héctor de Mauleón recupera las dudas razonables en torno al famoso “Salto de Alvarado”, suceso precisamente negado por el propio Bernal Díaz del Castillo a quien sendos autores recurren para tal efecto.

Citando a Marroquí, y este a su vez a Bernal, el autor del artículo “Sheinbaum, el Puente de Alvarado y los enredos de la memoria”, publicado hoy en las páginas de El Universal, redescubre al lector quién fue el artífice de tal leyenda: un “libelista” que firmaba como “fulano de Ocampo” cuyo escrito adquirió verosimilitud popular a lo largo de tres siglos.

Seguramente por cuestiones de espacio, de Mauleón no citó los párrafos que Marroquí le dedica al Juicio de Residencia iniciado contra Alvarado a fines de 1528 y principios de 1529, ni los que el autor de la obra “México Pintoresco, Artístico y Monumental”,  Don Manuel Rivera Cambas, expone, mucho más prolijo, para desacreditar la presunta hazaña de Alvarado, acudiendo a los legajos del Juicio de Residencia y citando las respuestas al cargo sexto del cuestionario que puso en duda la veracidad del “Salto”,  cuya inexistencia también confirmaron los testigos López, Dovide, Zamudio, González Nájera, Rodrigo de Castañeda, Alonso Morzillo, Francisco Flores y el propio Bernardino Vázquez de Tapia, los cuales afirmaron que “cruzó por un madero que había sustituido al puente”, aportando uno de ellos el dato de que se había salvado merced a haber escapado en “las ancas del caballo que pertenecía a un soldado llamado Cristóbal Martín de Gamboa”.

Las testimoniales rescatadas por el cronista decimonónico Rivera y Camba seguramente sustentaron algunas acciones del Ayuntamiento, cuyo Cabildo determinó la demolición de lo que quedaba del puente -el 19 de agosto de 1891-, según nota a pie de página del propio Marroquí, y, también, el rechazo a colocar una placa que recordara el “Salto de Alvarado”, la cual había sido propuesta por algunos ciudadanos.

Si a este enredo histórico le añadimos el irrefutable hecho del genocidio del Templo Mayor, así como los maltratos y barbaries acreditados en sus juicios de residencia a Pedro de Alvarado: es la urgencia por la veracidad y repulsa a la violencias la que hoy lleva a proponer este cambio de nomenclatura a una calle que, como se ve, fue producto de un engaño colonial y una ofensa a la honradez de Bernal Díaz del Castillo quien, como el sabio griego Solón,  puntual y claramente desnuda los juramentos para hacer brillar la probidad de su crónica, y con el cambio de nombre propuesto por el Gobierno de la Ciudad se está haciendo justicia a la verdad.