Por Patricia Alvarado Mendoza

 

Madrid, España. Ya no se escuchan los aplausos desde los balcones, aquel evocador homenaje que se rendía a médicos y enfermeras, cuando todos pensaban que el enemigo invisible que acababa de llegar a España, de tierras lejanas, no era una cuestión prioritaria. Tampoco se oyen más, desde hace muchos meses, las miles de gargantas que desde todos los puntos del país entonaban “Resistiré”, la canción del Dúo Dinámico que se convirtió en un himno “para seguir viviendo y soportar los golpes, aunque los sueños se rompan en pedazos”.

Antes de que florecieran los almendros, un puñado de expertos alertaron al gobierno de la gran amenaza que suponía este nuevo virus, pero no fue sino hasta el 14 de marzo del 2020, cuando en una solemne aparición en televisión, el presidente Pedro Sánchez declaró el estado de alarma que confinó severamente a la población, que vivió la primavera más amarga que se recuerda en la historia reciente.

No siempre el que resiste gana. La pandemia de coronavirus ha dejado 3 millones de contagios y más de 70.000 muertos hasta la fecha. A los que ya no están entre nosotros no se les ha podido despedir, se fueron en soledad, algunos con el consuelo de cartas de familiares que con mimo leyeron las enfermeras rodeadas de respiradores. Muchos sanitarios que hoy sufren estrés postraumático pidieron más medios ante el avance de una enfermedad en la que veían impotentes, que moría más gente de la que podían salvar. En los hospitales el personal médico continúa en la primera línea de esta guerra vírica, solo aliviado por los millones de dosis de vacunas que están llegando a España y que prometen una relativa vuelta a cierta normalidad probablemente para este próximo verano.

Los encendidos enfrentamientos verbales en el Congreso de los Diputados por la gestión de la epidemia, defendida por las autoridades y muy criticada por los partidos opositores, no evitaron que en un año casi 2 millones de españoles hayan engrosado las filas del desempleo para sumar 4 millones de desocupados, el 17 por ciento de la población económicamente activa. Están en riesgo de pobreza 12 millones de personas, la cuarta parte de los habitantes de España.

El drama es más visible que nunca en varias colonias de las ciudades más importantes, donde se forman las llamadas “colas del hambre”, el rostro más amargo de esta pandemia que ha arrebatado trabajos y una vida digna a mucha gente, que nunca imaginó que acudiría a la puerta de una parroquia a pedir comida.

Prácticamente ningún sector se ha salvado del tremendo impacto económico que ha sufrido la paralización del turismo, la aviación, la hostelería, los negocios, los comercios y la cultura.

España, el país de los bares con 300.000 establecimientos vive un drama, ya uno de cada tres, desaparecerá. El tablao más antiguo del mundo, “Villa Rosa” en el centro de la capital española, al que llegaba de incógnito el rey Alfonso XII por pasadizos subterráneos, ha tenido que echar el cierre, como todos los tablaos. Ni qué decir del sector aéreo, con el 90 por ciento de los pilotos en tierra o el 70 por ciento de los hoteles cerrados o la caída del 40 por ciento de ventas en las tiendas. Nadie se atreve a pronosticar cuantos años tardará España en recuperarse y volver a los niveles de bienestar que tenía. Si bien, todo indica que el cambio de modelo será tan profundo que sería comparable a una “revolución”.

En la reciente ceremonia de entrega de los “Goya”, los premios del cine español, se recordó un pasaje del “Quijote”, esperanzador en estos tiempos de pandemia: “Presto ha de serenar el tiempo y han de sucedernos bien las cosas, porque no es posible que el mal y el bien sean durables y de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca”.