La democracia no se agota ni circunscribe a una elección. La democracia entendida como la definió Lincoln, como el gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo, no es solo una estructura jurídica y un régimen político, sino un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural de un pueblo, como se expresa en nuestra Constitución.
En la década de los 80 en todo el mundo se habló de los procesos de transición democrática, como un camino para sustituir los regímenes autoritarios y dictatoriales que prevalecían en diversos países de todos los continentes. Consistía en un proceso mediante el cual se sustituían los gobiernos represores por otros que a partir la su elección por los ciudadanos y legitimados por su aceptación mayoritaria, adoptaban un régimen de libertades individuales y de libre mercado.
En México, algunos académicos sostienen, que nuestra transición es “sui generis” que tiene larga data, que inicia con los diputados de partido, hoy de representación proporcional, diversas reformas legislativas y, la ciudadanización del entonces IFE, ahora INE, entre otros cambios de normalización democrática.
Otra corriente doctrinaria niega la transición, sosteniendo que nada cambió en el 2000, que solo hubo alternancia en el poder, que se mantuvo el mismo modelo de desarrollo, que sobrevive el corporativismo y que siguen en el poder los mismos grupos económicos que responden a los poderes facticos. Lo cierto es que tampoco a partir del 2018 el cabio que se anunciaba se logró, y resultó un gran salto para atrás, ha habido un gran retroceso en el crecimiento económico y en la inversión tanto nacional como extranjera, en parte debido a la pandemia que azota a todo el mundo, pero también a las políticas erráticas que crean desconfianza en los inversores; pudiéramos decir que el gran cambio de la 4t es el cambio de manos de control del dinero público, y se ha concretado en desaparecer instituciones y programas que beneficiaban a diversos sectores de la población y a legislar contrarreformas estructurales.
El lector tendrá su propia interpretación. Lo que es un hecho cierto es que a partir de 1990 se sustrajo del control absoluto del gobierno la organización de las elecciones. Que los votos ciudadanos cuentan y se cuentan. Que en el 2000, con la fuerza de los votos, concluyó el gobierno del partido hegemónico casi único y, que el Presidente de la Republica de ese partido y el propio partido político entonces en el poder, reconocieron sin ambages su derrota. Otro hecho incontrovertible es que en una democracia se accede al poder con votos, que quien tiene más votos gana la elección. No obstante, tanto en el 2006, como en el 2012 un candidato -el mismo- se negó a reconocer su derrota electoral; había que esperar al 2018 cuando de manera apabullante el perdedor anterior ganó con 30 millones de votos, entonces nadie cuestionó ese triunfo porque el habitual inconforme ahora había ganado.
Afirmar que existió en el 2006 y en el 2012 la compra de votos resulta altamente ofensivo para los ciudadanos votantes, al considerarlos como manipulables e imbéciles. Lo que hoy necesita el país, es que todos aquellos que se reivindican como demócratas, actúen como tales. Para que exista la democracia se necesitan demócratas. Estamos viviendo una traición a la transición democrática o carecemos de demócratas.
Este 6 de junio debemos acudir a votar sin excusa, porque si verdaderamente queremos un cambio debemos actuar con amor a México y acudir a ejercer nuestro deber ciudadano y no dejar que alguien más vote por nosotros.