Las artesanías mexicanas son, sin duda, un universo, un lenguaje y expresión manifiesta de la cultura en objetos; muchas veces, las artesanías son también incomprendidas, desestimadas y desconocidas.
Hace algunos años, en la Ciudad de México, participé como intérprete en una exposición cuya temática eran las artesanías mexicanas. Mi labor era realizar los contenidos educativos para traducir a los visitantes los temas de la muestra por medio de visitas guiadas y talleres. La primera vez que la recorrí, después del montaje y antes de la apertura al público, observé bellas piezas de gran colorido, fuente de conocimiento y placer estético, pero me percaté de que no existían elementos museográficos inmersivos que situaran a la audiencia en el contexto del que provenían.
Debido a que no contaba con escenografías diseñadas que situaran a los visitantes en el entorno de donde eran originarias las piezas, opté por ofrecerles, a través de la narrativa, historias que proporcionaran conexiones entre ellos y la exposición.
A partir de este proceso de enseñanza aprendizaje, el término “México multicultural” tuvo gran relevancia y significado, pues a través de mi formación como arqueóloga, y tomando como referencia las piezas expuestas, pude transportar al público a los diversos entornos, con la intención de que comprendieran su medio natural y cultural.
México como país multicultural es productor de variadas expresiones tangibles: por medio del color, diversos materiales y formas que se conceptualizan en artesanías étnicas. Estos objetos son producto de un laborioso trabajo y práctica empírica que consiste en ensayo y error. Con maestría, las obras transfieren códigos para conocer y comprender creencias, prácticas y entornos ambientales; los artesanos explotan el entorno natural para transformarlo en piezas de gran belleza, dejando en ellos huellas de su procedencia.
Sobre la exposición a la que me refiero, algunas artesanías expuestas eran hechas de la palma jipijapa, proveniente de Campeche; esta se teje en cuevas, pues las bajas temperaturas y humedad suavizan la palma. Las hojas de jipijapa, se cortan de arriba hacia abajo con la espina de un árbol llamado Huizache, las hebras se ponen a hervir en azufre para blanquearlas y después se tejen obteniendo sombreros, aretes, canastas, entre otros objetos que a través de su manufactura nos hablan de un complejo contexto cultural y ambiental.
Otro interesante caso son las cajas laqueladas de Olinalá Guerrero, que se originaron en la época prehispánica; son talladas de la madera de un árbol llamado Linaloe, de la familia de los cítricos, por lo que el material posee un aceite esencial con olor a limón; vale decir que crece en suelos de piedra volcánica. Tradicionalmente, las piezas se decoran con polvos y aplicaciones de oro, mediante pinceles que desde hace algunos años se hacen con pelo de gato. El brillo de la caja proviene de aplicar aceite de chía. Este es un interesante ejemplo que nos permite indagar sobre la geografía, flora y la fauna del lugar.
Para finalizar sobre esta pequeña selección artesanal me referiré a las cestas seris de Punta Chueca, Sonora, elaboradas de las fibras de un árbol llamado “Torote prieto”, que se localiza en lugares desérticos y que obtiene su color a través de la ebullición en agua de raíces del desierto. Para tejer las fibras se utiliza una hasta de venado al que dan la forma de aguja, siendo las cestas manufacturadas por mujeres que plasman en ellas elementos naturales del entorno o su cosmovisión, además de que sirven para transportar alimentos e incluso agua.
Como se puede notar, las obras expuestas consistían en grandes universos y extraerlas de su contexto no permitía experimentar el placer sensitivo que se genera al presenciar físicamente su elaboración, el olor que despiden en el momento de su manufactura o el sonido de sus texturas, que es sin duda una vivencia inigualable que se genera en los distintos entornos del México multicultural.
A pesar de que la exposición no contaba con recursos sobre la contextualización de los entornos, las piezas no sólo se contemplaron estéticamente, sino que abrieron la posibilidad de conocer sus lugares de origen sin la necesidad de trasportarse, gracias a la inmersión narrativa que utilicé como estrategia.
Seguramente, querido lector, tendrás dudas sobre la respuesta del público hacia esta muestra temporal. Los visitantes observaban los objetos estéticamente y reconocían, a través de las piezas, lugares que habían visitado. Por otro lado, si alguna era desconocida o llamaba su atención, leían el origen de su procedencia en las cédulas. Mi única preocupación consistía en que su apreciación no fuera más profunda y que sólo llegaran a relacionarlas con mercancías.
Definitivamente, la intervención de un guía cambió la experiencia de los visitantes al recorrer la sala, dado que mediante la observación y la escucha se generaron varios discursos sobre el contexto de las obras, lo cual cambió su valoración a una perspectiva de alto nivel, pues el público pudo conocer la multiculturalidad de nuestro país por medio de sus expresiones culturales tangibles.
Por último, me parece importante señalar que las artesanías mexicanas no deben ser únicamente valoradas dentro de un museo, sino también afuera, porque son parte de nuestra cultura; no se trata sólo de mercancías decorativas, pues intrínsecamente poseen significados profundos que transmiten costumbres, símbolos y creencias. En pocas palabras… México multicultural es un museo.





