Uno de los mayores escándalos de la Iglesia Católica de finales del Siglo XX e inicio del Siglo XXI es el involucramiento de sacerdotes católicos en hechos de pederastia, particularmente de la orden de los Legionarios de Cristo, fundada por el mexicano Marcial Maciel. Frecuentemente los medios de comunicación y las redes sociales dan cuenta de hechos de este tipo en varias partes del mundo. El mismo problema ha sido tratado en producciones cinematográficas y televisivas. Sin duda, los sacerdotes pederastas deben ser procesados y juzgados por sus actos con estricto apego a derecho. En estos, como en otros  delitos, no debe haber impunidad.

Como en otros momentos de su milenaria historia, la Iglesia Católica debería iniciar un proceso de reflexión y transformación para salir de la espiral de desprestigio y degradación en la que se desliza desde hace varias siglos. Una de estas reformas que por décadas ha estado en el debate público es la eliminación del celibato de sacerdotes. El propio Papa Francisco ha dicho que: el celibato clerical, o sea, el voto que obliga a los sacerdotes a permanecer castos, no es un dogma de fe, sino un reglamento de la Iglesia. Dogmas son aspectos que la Iglesia considera “verdades absolutas”: puntos fundamentales e indiscutibles de su fe, que por lo tanto no pueden ser modificados, por ejemplo, la resurrección de Cristo y la Santísima Trinidad. Mientras que el celibato no es un dogma de fe, es una regla de vida.

Los primeros sacerdotes católicos no necesitaban ser célibes. Alrededor de los siglos III y IV, aparecieron movimientos dentro del catolicismo proponiendo que los religiosos practicasen el celibato. El debate empezó a cobrar fuerza a partir del siglo XI. Papas como León IX y Gregorio VII temían por la “degradación moral” del clero. El celibato se constituyó en los dos concilios de Letrán, el primero, en 1123 y  el segundo en 1139, a partir de los cuáles los clérigos no podrían casarse o relacionarse con concubinas. Según se dijo, el objetivo fue que hubiera sacerdotes que estuvieran siempre libre para asumir misiones y cargos. Esto es verdad, pero también hubo una razón estrictamente económica, pues a partir del Siglo X la Iglesia se enriqueció con el celibato, ya que no tenía que compartir los feudos con los hijos de los sacerdotes.

En el Siglo XX el tema surgió en varios momentos. El Papa Pío XII defendió el celibato en la encíclica Sacra Virginitas.  En el segundo Concilio Vaticano, en 1965, el Papa Pablo VI también divulgó un documento, De Sacerdotio Ministeriali, abordando el asunto. En una carta de 1979, el papa Juan Pablo II afirmó: “Todo sacerdote que reciba el sacramento de la Orden se compromete al celibato con plena conciencia y libertad, después de la preparación de varios años, profunda reflexión y asidua oración”. Su sucesor Benedicto XVI también hizo declaraciones acerca del celibato: “Para comprender bien lo que significa la castidad debemos partir de su contenido positivo, explicando que la misión de Cristo lo llevaba a una dedicación pura y total hacia los seres humanos”.

Ya no hay necesidad ni de misioneros célibes, ni de que la Iglesia católica se quede con los bienes de sus sacerdotes, sí en cambio de limpiarla de pederastas y de transparentar las relaciones matrimoniales o de concubinato de sus sacerdotes y monjas. Si el celibato fuera voluntario un poco de aire fresco entraría en ese claustro oscuro y pestilente.

@onelortiz