La conocí en el magno homenaje a Rosario Castellanos que organizó Elena Urrutia en El Colegio de México. Tuve la suerte de participar en una mesa con ella y Carlos Montemayor; nosotros, sus alumnos; ella, su mejor amiga. En un libro de homenaje a Dolores Castro aparece una foto más que memorable, en un parque aparecen tres adolescentes: Lolita, Rosario y Jaime Sabines. Más tarde, las dos amigas obtienen una beca para la Universidad Complutense de Madrid. Sus respectivos novios, Ricardo Guerra y Pedro Coronel intentan seguirlas por medio de otra beca. El filósofo tarda tanto en conseguirla que cuando él se embarca a Europa, Rosario regresa a México. Mejor suerte tiene el pintor, porque alcanza a las muchachas todavía allá. Esto consta en Cartas a Ricardo y en las memorias de Marco Antonio Millán, quien precedido en la dirección por Efrén Hernández, dirigió América, la mejor revista literaria del siglo XX mexicano.

En 2008, participé en el homenaje que la guapa y generosa Stacia de la Garza, como jefa del Departamento de Literatura del INBA, organizó en honor de Lolita, ahí le dije sinceramente que no me la imaginaba como novia del medio temible Pedro Coronel, a lo que Lolita contestó: “ni yo tampoco”, mientras, entre el numeroso público, sus nietos se reían. Ahí leí largo y tendido los versos que le dedicara a quien finalmente fue su marido: el periodista y también poeta del Grupo de los Ocho, Javier Peñalosa. Él estuvo ligado a la publicación Nivel con Germán Pardo García y ella a Barcos de papel. Dolores Castro fue docente en muchos lados, tantos que hasta un Conalep lleva su nombre, pero todo mundo la relacionamos con la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Antes de entrar a aquel homenaje, en la salita adjunta a la Sala Ponce, me contó cuando estudió en Filosofía y Letras, todavía en Mascarones. Rememoró las andanzas de Sergio Fernández, pero sobre todo de Ernesto Mejía Sánchez y hasta de Ernesto Cardenal. Nunca se sintió con fuerzas de ir a la Ciudad Universitaria para grabar su testimonio para la revista Siempre con la lente de Javier Mendoza, no obstante, la participación de Manuel Andrade, más la mía, aparecen en el suplemento en línea Hoy, mañana y siempre. El 12 de abril cumplió años y se le organizó un homenaje nacional.

Busquen sus poemas “Tiempo transcurrido” o “La sangre derramada” y por ahora lean un fragmento del que dedica a la muerte de su esposo:

“Todavía estoy prendida/ al fuerte canto de tu corazón/ activo y deslumbrante/ Al cauce cálido que formamos/ con tu cuerpo y el mío/ Y levanto mi triste fortaleza/ con piedras que se apagan lentamente/ sobre tu amor, el real Todavía estoy prendida/ al fuerte canto de tu corazón/ activo y, el de tocarse/  y contestar palabras”

Y la última estrofa: Las noches me recuerdan otras noches/ las cosas se me vuelven enemigas:/ la cabecera de la cama/ y tu lugar vacío.