En esta segunda parte seguiré hablando, mal y bien, de los aficionados al vino. De éste, por no tener voluntad, me limito a referir el buen o mal uso que hacen de él quienes lo consumen. Como lo comenté en la primera parte, para hacerlo, seguiré tomando como base el material seleccionado en mis lecturas de los clásicos griegos y latinos.
Vuelvo a Heródoto; él, en su Historia, aludiendo a los persas de su tiempo, refiere lo siguiente:
“Son, además, muy dados al vino, … suelen discutir los asuntos más importantes cuando están embriagados; y las decisiones que resultas de sus discusiones las plantean al día siguiente, cuando están sobrios, el dueño de la casa en que están discutiendo. Y si, cuando están sobrios, les sigue pareciendo acertado, lo ponen en práctica; y si no les parece acertado renuncian a ello. Asimismo, lo que haya podido decidir provisionalmente cuando estaban sobrios, lo vuelven a tratar en estado de embriagues”. (Libro I, 133, 3 y 4).
La antigua Persia ahora se llama Irán, sus habitantes, en una inmensa mayoría, profesan la religión del Islam; a ellos les está prohibido ingerir bebidas alcohólicas; en tiempos en que eran gobernados por un emperador al que se denominaba Shá, la prohibición se salvaba recitando una oración; ésta tenía la virtud de que, una vez pronunciada, la bebida alcohólica se convertía en agua.
En alguna ocasión, hallándome en Egipto, hice cierta amistad con el guía que nos acompañaba. Después de más de diez días de convivir, me pidió un favor: que le comprara una botella de Whisky en una vinatería que estaba próxima al puerto donde estaba atracado nuestro crucero. Acepté hacerlo. Me acompañó a hacer la compra; al pedir mi mercancía, el dependiente me observó y también miró a mi guía que se hallaba afuera del local; comprendió que yo sólo era su intermediario. Me entregó la mercancía; llegando al crucero la entregué a nuestro guía.
Al día siguiente nuestro guía y sus amigos olían a alcohol y estaban visiblemente crudos. Recordé la prohibición de tomar bebidas alcohólicas que existe en el islam. No sé cual sea la pena que en el más allá vaya a tener mi guía; supongo que su infracción repercutirá en el número de vírgenes que le asignen cuando llegue al paraíso.
Es común a las religiones prohibir ciertas comidas, bebidas o acciones. Entre más prohíben más se acepta. No tiene objeto creer en algo que no limita o inhibe. Así es la mente humana.
Como van las cosas, me temo que dentro de unos cuantos siglos el cristianismo, en todas sus variantes, será cosa el pasado. Una encuesta publicada en el Financiero (26 de abril de 2021), indica que, en México, un país supuestamente católico y “Siempre fiel”, en este mes, sólo el veinte por ciento de quienes se dicen católicos, asisten regularmente a sus iglesias. La explicación pudiera ser el COVID.
También tengo la seguridad de que el islam y la religión judía, por prohibir muchas más conductas y, sobre todo, por ser machistas, sobrevivirán algunos siglos a la muerte del cristianismo y, por qué no reconocerlo, son las mujeres las más celosas guardianes de su fe.
Volvamos a los escritores clásicos de la antigüedad:
Esopo le dijo a Lino: “…No discursees bebiendo y haciendo gala de tu educación, porque al caer inoportunamente en sofismas quedarás en ridículo…” (Vida de Esopo, 9).
“En el patio de la casa de un hombre piadoso había una capilla dedicada a un héroe. En ella le hacía sacrificios, cubría de guirnaldas los altares y rociaba con vino, a la vez que le dedicaba siempre esta oración: «Salve, el más querido de los héroes, haz a éste tu casero rico en bienes».” (Fábulas de Babrio, 63).
Roncamos hasta que el indómito Falerno desiste de espumar, mientras la quinta línea es tocada por la sombra.” (Persio, Sátiras, Sátira III, 3).
“Hinchado éste por los banquetes y con el vientre albo, se lava, exhalando lentamente su garganta sulfúreas hediondeces, pero un temblor va entre los vinos y al cálido tercio sacude entre las manos, sus descubiertos dientes han crujido, ungidos guisos caen entonces por sus laxos labios.” (Persio, Sátiras, Sátira III. 98 – 102).
“¿Saltarías tú sobre el mar? ¿Habría comida para ti —apoyado por torcido cáñamo— en tu banco de remero, y una jarra apta para sentarse exhalaría vino rosado de Veyes, herido por evaporada pez? …” (Persio, Sátiras. Sátira V, 145 – 148).
Demóstenes dice a Nicias: “¿no es el vino el autor de todos los grandes proyectos?, ¿te atreves a decir que frustra el pensamiento? Un hombre que ha bebido se siente rico, se siente vencedor en sus negocios, que gana todos los procesos, se siente feliz y comparte la dicha con sus amigos… ¡Anda, una copa para regar mi mente y podré decirte algo digno de aplauso!” Aristófanes, Los caballeros, 89 y siguientes).
“… Póngame aquí una copa negra y grandota boca arriba y en ella echamos toda un ánfora de vino. Del mero de Tasos. Y juraremos sobre esa copa nunca echarle agua al vino.” (Aristófanes, Lisistrata, 195 y siguientes).
“… pues a Dioniso lo consideran un dios propio los de Tiro, ya que también cantan la leyenda de Cadmo. Y es a esta leyenda a la que atribuyen la paternidad de la fiesta: que en tiempos no existía vino entre los hombres, cuando aún no habían aparecido entre ellos ni el tinto oloroso ni el de la viña de Bíblina, ni el tracio de Marón ni el de Quíos «en copa laconia» ni el isleño de Ícaro, sino que todos esos proceden de vinos de Tiro, y que fue en Tiro donde nació la prístina madre de los vinos. El caso es que hubo allí un cierto pastor dado a la hospitalidad, tal como los atenienses dicen de Icario. … Dioniso visitó a este vaquero y él le sirvió cuanto producen la tierra y las ubres de las vacas. Aquellas gentes bebían lo mismo que sus toros, pues aún no existía la viña. Dioniso elogia al pastor su gentileza y le ofrece una copa en prenda de su amistad. Pero la bebida era vino. Y él, cuando bebió, se puso fuera de sí de gozo…” (Aquiles Tacio, Leucipa y Clitofonte, libro 2. 2, 1 – 4).
Dioniso le dijo al vaquero: “«—Ésta es el agua del otoño, ésta es la sangre del racimo.»” (Aquiles Tacio, Leucipa y Clitofonte, libro 2. 2, 5).
“El dios conduce al vaquero hasta la vid, toma, al tiempo, unos racimos y, exprimiéndolos y mostrándole la vid, le explica: «Ésta es el agua y ésa es la fuente.»” (Aquiles Tacio, Leucipa y Clitofonte, libro 2. 2, 6).
“Icario, héroe ateniense, el primero que según el mito divulgó la vid en el Ática. El sentido parece ser que la misma leyenda que se cuenta en Atenas sobre Icario se cuenta en Tiro de otro pastor, lo que sería (dado el más antiguo origen del vino en Tiro) prueba de que la segunda sería la genuina o, al menos, la de mayor antigüedad de las dos.” Aquiles Tacio, Leucipa y Clitofonte, libro 2. 2, 3. Nota 71).
“… Leucipa mantenía también su mirada baja, y la velada entera transcurrió con esta situación embarazosa, aunque con la bebida y al ir Dioniso (por algo es padre de la libertad) poco a poco suavizando nuestro reparo, el sacerdote inició la conversación dirigiéndose a Sóstrato: «—¿Por qué no me cuentas, extranjero, vuestra historia? Pues me parece que será grato escuchar algunas de vuestras peripecias. Y relatos semejantes son los mejores compañeros del vino.».” (Aquiles Tacio, Leucipa y Clitofonte, libro 8. 4, 2).
Sétapo: “ Era presa del vino y de los demás placeres.” (Jámblico, Babilónicas, 15. Fragmentos, 63).
Sinónide: “Bebiendo de mentira y manteniéndose sobria.” (Jámblico, Babilónicas, 15. Fragmentos, 66).
“A todos los hombres pone fuera de sí el amor; pero a los eunucos los hace más sanguinarios, como el vino a los escitas. Asesina, en efecto, un escita cuando está bebiendo, y un eunuco cuando está enamorado.” (Jámblico, Babilónicas, Fragmentos, 96).
“…¿qué otra cosa enseñó la Musa del viejo poeta lírico de Teos sino a mezclar los placeres del amor con abundante vino?…” (Ovidio, Tristes, libro II, 364).
“… aquel otro da a conocer la tierra adecuada para moldear copas y enseña qué vajilla de arcilla es la más adecuada para conservar el vino limpio.” (Ovidio, Tristes, libro II, 490).
“… el vino fuera de la jarra se mantiene congelado conservando la forma de ésta y no lo beben a sorbos sino que se reparte en trozos.” (Ovidio, Tristes, libro III. 10, 20 y sigs).
“… he vuelto a vivir, al oír tus palabras, lo mismo que suele volver el pulso, después de beber vino puro.” (Ovidio, Pónticas, libro 1. 3, 9 y sigs).
“… aseguran que la locura de Cleómenes no se debió a la intervención de divinidad alguna, sino que, a consecuencia del trato que mantuvo con unos escitas, se aficionó a beber vino puro y de ahí que se volviera loco.” (Heródoto, Historia, libro VI, 84).
Como en la Antigüedad el vino era muy espeso, los griegos lo bebían mezclado con agua en la proporción de dos partes de vino por tres de agua (y, en ocasiones, incluso de una parte de vino por cinco de agua). Beber el vino puro se consideraba peligroso para la salud. (Heródoto, Historia, libro VI, 84. Nota 403).
Cleómenes aprendió de los escitas: “… a beber vino puro, siendo esa, a juicio de los espartiatas, la causa de que se volviera loco. Y, a partir de entonces –siguen diciendo–, cuando quieren beber un vino bastante fuerte, exclaman: «¡Sirve a los escita!». Esta es, en suma, la versión de los espartiatas a propósito de la suerte que corrió Cleómenes;…” (Heródoto, Historia, libro VI, 84).
En los banquetes griegos se dejaban para el final la bebida y libaciones a los dioses. Era éste el momento en que tenían lugar la recitación de poesías, discursos y discusiones filosóficas. (Caritón de Afrodisias, Quéreas y Calírroe, libro II. 4, 2. Nota 31).