“Mamá, háblame en español porque van a pensar que somos pobres,” escuché decir atónita a mi hijo menor que en ese entonces tenía seis años. “No amor, van a pensar que somos muy listos,” le respondí apenas registré lo que me había dicho. Durante años, como maestra bilingüe en una zona de hispanoparlantes en Manhattan, observé el fenómeno del sentimiento de inferioridad de la mayoría de los inmigrante – por ser inmigrante o de piel oscura, por su acento o por ser pobre. Sin embargo, el conocimiento que adquirí durante mi doctorado, me llevaron a descubrir que este sentimiento de inferioridad encuentra sus raíces originales, no en el interior de la persona, sino en su entorno.

Antes de iniciar la pandemia, en la primavera de 2020, concluí un estudio que implicaba jóvenes inmigrantes en los Estados Unidos. La investigación incluía a varones pues las estadísticas en el país colocan a esta población – varones de descendencia hispanoparlante – por debajo de todos los grupos en la gráfica de desempeño escolar y, por tanto, de oportunidades post-escolares; solo la mitad se gradúa de high school y continúa con preparación profesional técnica (de dos años) o universitaria (de cuatro). Durante un año, entrevisté individualmente a grupos de niños en el doceavo año escolar, todos hispanoparlantes inmigrantes o hijos de inmigrantes; igualmente, los observé durante horas de escuela y de descanso en su comunidad.

Los inmigrantes vienen a este país a cumplir sus sueños, pero ¿por qué unos sí “la hacen” y otros no? El objetivo de mi estudio era detectar la diferencia entre los que tienen éxito y los que no. Algunos de mis hallazgos corroboraron con lo que otras investigaciones han encontrado; otros, fueron descubrimientos. Los que “la hacen” no son necesariamente los que pueden pagar los estudios, o los que hablan inglés con perfección. Según mi investigación, hay dos elementos principales que los inmigrantes que experimentan éxito tienen en común – éxito definido como el lograr adquirir un trabajo técnico o profesional de preferencia. Los elementos son conexión con un adulto y victoria ante la negatividad y la opresión.

Los que “la hacen” tienen una conexión con un adulto desde edad temprana, con quienes pueden hablar de sus sueños. Los jóvenes con la energía de continuar con sus estudios profesionales (incluyendo la opción de una carrera técnica de dos años), cuentan con un adulto, por lo general un familiar, aunque en algunos casos puede ser un vecino, maestro o pastor, que al escucharlos afirman sus deseos, y les ofrecen experiencias que los conecte con comunidades o trabajos profesionales de interés. Recuerdo el caso de un joven que inmigró a los catorce años con su padre. A los once, su madre en su pueblo natal, solicitó su ayuda para construir un gallinero. La familia era muy pobre y esperaban con ello poder comer huevos y pollo. “Esa experiencia me cambió la vida,” explicó el joven. “Me di cuenta que podía ser ingeniero.” La madre, al percatarse del interés que su hijo tenía en la construcción, lo rodeó de imágenes de puentes de todas partes del mundo con estructuras diversas y elaboradas, y procuró varios encuentros con un ingeniero civil que frecuentaba un pueblo vecino. Otro joven recordaba, igualmente, lo que su madre le dijo cuando partió, a los catorce años, para abrirse camino en los Estados Unidos: “Hijo, has que el sacrificio valga la pena, cumple tu sueño; preocúpate por nosotros después de cumplir tu sueño.” Esa frase y la cercanía con su madre, el joven recuerda, es lo que lo motivó a inscribirse rápidamente a una escuela, aprender inglés y hacer su solicitud para becas como estudiante de enfermería a pesar de los retos que encontró en el camino. En todos estos casos de jóvenes que “la hacen”, existe además la presencia de un maestro o maestra bilingüe que ha dado seguimiento al interés del joven, hasta el punto de asistirle en el proceso de solicitud al programa profesional deseado. En muchos casos, esta figura se ha convertido en continuación de la madre o padre que dejaron atrás o que no se encuentra emocionalmente disponible por la opresión que aflige al inmigrante adulto en los Estados Unidos. “La maestra me dijo que mis notas eran suficientemente buenas – yo no lo sabía, y que no importaba que no importaba si era indocumentado, y le creí,” comentó otro joven.

Esto nos lleva a un segundo elemento importante: Los que “la hacen” han sido protegidos de la constante retórica polarizadora y opresiva que posiciona al niño latino o hispano como inferior por su raza, procedencia, color de piel o idioma. “Se sabe que los hispanos no ‘la hacemos’, comentó un joven que abandonó el onceavo grado. Lo que me parece sumamente interesante es que lo visto en este estudio, coincide con lo que se ha observado en estudios entre grupos de indígenas en México y en otros países de América Latina. Los grupos que dominan en las diversas poblaciones y comunidades, tienen el poder de abajar a grupos de indígenas o inmigrantes y reforzar la creencia de que ellos no “la hacen”. En mi estudio, los jóvenes que continuaron con su preparación profesional post-escolar, y por tanto serán candidatos a recibir un sueldo superior al legalmente mínimo, o bien han sido protegidos de dicha retórica, o han sido expuestos, pero se les ha apoyado para ejercer abogacía y luchar por sus derechos. De hecho, la población que menos pide ayuda en el país, según estadísticas, es la de varones hispanos – población con mayor riesgo de permanecer en un círculo de pobreza y jamás experimentar la movilización social. Los jóvenes atacados con retorica anti-inmigrante que “la hicieron” afirman que ven los comentarios negativos como gesto de ignorancia por parte de los agresores – “El maestro me explicó porqué dicen esas cosas y no tiene nada que ver conmigo; yo sólo tengo que seguir con mi grupo de amigos y mis proyectos.” Efectivamente, la escuela y la comunidad del inmigrante tienen el poder para amortiguar, aminorar y dar sentido a la opresión en la que el inmigrante se encuentra y así, este, refuerce su imagen como una persona llamada al éxito – la creencia lleva a la acción y la acción a la creencia.

 

NOTA AUTOBIOGRAFICA

Elena Sada es de Monterrey, México. Antes de inmigrar a Estados Unidos, a los veinticinco años y con una visa religiosa como parte del movimiento Católico Regnum Christi y Legión de Cristo, obtuvo sus estudios en Educación en la Universidad Anáhuac. Posteriormente, al dejar la orden, fue maestra bilingüe en El Barrio, en Manhattan. Poco después, fue becada por el gobierno federal de Estados Unidos para ejercer como supervisora de escuelas y distritos escolares en zonas urbanas de Nueva York. Recientemente, ha escrito dos libros Ave Negra y su traducción original Blackbird; al igual que varios artículos sobre educación y políticas educativas. Obtuvo su Doctorado en Filosofía (PhD) en la Universidad de Connecticut y, actualmente, ejerce como investigadora y profesora en Eastern Connecticut State University.