… que el sabio al menos, reducido al espíritu infalible, conocerá cierta supervivencia hasta el día de la última conflagración cósmica. El alma, chispa desprendida, volverá entonces a confundirse en la eterna hoguera, hoguera simbolizada en el Sol, acaso por lejano influjo de las astrologías caldeas, traídas al Pórtico de Atenas por Zenón el semita.
Alfonso Reyes
Comienzo, entonces, diciendo ¡ACCIÓN!, sintiéndome heredero del secreto esencial del cine norteamericano: SU RITMO, y escribiendo sobre Sean Aloysius O’Fienne o O’Fearna o John Martin Feeney o Jack Ford o John Ford (1 de febrero de 1894, Cape Elizabeth, Maine, Cumberland, Estados Unidos-31 de agosto de 1973, Palm Desert, Riverside, California, Estados Unidos), para los cuates e historiadores del cine. Nombre reconstituyente que nos remite a la mitología del gran Western que, como tantas veces se ha repetido, es el cine norteamericano por excelencia y género cinematográfico del que John Ford fue uno de sus grandes realizadores, sin olvidar que lo inscribió dentro de otra de sus grandes temáticas preferidas: la guerra. John Ford fue nombrado Contaalmirante en la guerra del Pacífico.
Una especie de fuerza interior, con reflejo de casi escritura automática, compuesta de citas recitadas, me obliga a suponer, estéticamente, que la obra completa de John Ford (más de 140 películas, 14 westerns en la época parlante, más un episodio de How the West Was Won) debe ser considerada como manifestación de una intuición lírica, al margen del intelecto, porque el propio John Ford -escribió François Truffaut- “era de esos artistas que nunca pronunciaban la palabra arte y de esos poetas que no hablaban nunca de poesía”, pero que era artista y poeta por naturaleza.
El arte, en ese sentido, al reflejar el mundo exterior y el mundo interior, es una actividad creadora de poetas que expresan su visión del mundo mediante imágenes en movimiento. Cito y recito: “John Ford podía haber recibido —ex aqueo con Howard Hawks— el premio a la puesta en escena invisible. Quiero decir que la cámara en esos grandes narradores de historias no se nota: muy pocos movimientos de cámara —sólo para acompañar a un personaje—, una mayoría de planos quietos, filmados siempre a la distancia exacta, en fin, un estilo de escritura tenue y fluido que puede compararse al de Maupassant o Turgeniev”.
Cito y recito (Jean Mitry): “Se reconoce a John Ford en la constante armonía que sabe establecer entre los seres y las cosas, la trayectoria de sus héroes, su manera de actuar y de comportarse se relacionan en tal forma con el medio en el que se encuentran, con la situación y el carácter de cada escena que, digan lo que digan y hagan lo que hagan, todo se transforma en verdad”.
Me remito a la mitología del gran Western, mencionando y comentando las mejores películas que John Ford realizó para el género. Antes, una cita recitada de André Bazin, a propósito de la ética del Western: “… el bien, en estado naciente, engendrando la ley en su rigor primitivo, la epopeya se vuelve tragedia por la aparición de la primera contradicción entre lo trascendencia de la justicia social y la singularidad de la justicia moral, entre el imperativo categórico de la ley que garantiza el orden de la ciudad futura y aquel, no menos irreductible, de la conciencia individual”.
Si me atengo a Evémoro, los mitos son el recuerdo idealizado de mortales que dejaron una profunda huella en la historia de la humanidad. Así, las gestas históricas, individuales y colectivas, en los westerns de John Ford, se acercan a lo auténtico, pero al ser ficción, se mitifican. Ejemplos individuales: Wyatt Earp y Doc Hollyday, en My Darling Clementine (1946), el General G. A. Custer, en Fort Apache (1947), el sargento negro, en Sergent Rutledge (1959), Liberty Balance, en The Man Who Shot Liberety Balance (1962).
En una entrevista concedida a Peter Bogdanovich, John Ford declaró: “Yo conocí a Wyatt Earp… Él me contaba el combate del Corral O. K. Así que en My Darling Clementine hicimos exactamente lo que había ocurrido. No se limitaron a recorrer las calles y liarse a tiros, se trató de una hábil maniobra militar”.
Otra cita recitada sobre My Darling Clementine: ““Un gran Western quizá el mejor de John Ford junto con The Stagecoach (1939). La historia del Marshall Wyatt Earp y del Doctor Holliday, el tahúr tuberculoso, es retratada con la sobriedad, el humor y el sentido de lo épico característico del autor, y el resultado es un film auténticamente bello. Henry Fonda, en el papel de Earp, cumple como era de esperar, y Victor Mature, en el papel de Holliday, como no lo hubieran esperado nadie” (Emilio García Riera, un fordiano apasionado).
Automáticamente, las citas recitadas continúan ya que se ha mencionado The Stagecoach.
“Verla… para recobrar el sentido de los grande espacios, de los personajes heroicos, del auténtico gesto épico. O sea, de lo que más ama el verdadero cinéfilo. A la vez The Stagecoach será un espléndido punto de referencia que comproruba hasta qué punto llegó John Ford, para, después, pulir su estilo y llegar al perfecto clasicismo de The Man Who Shot Liberty Valance (1962) en la que la sensación de libertad que se experimenta en el Western, nos obliga a identificarlo con la esencia misma del género, a considerarlo el film por excelencia del cine norteamericano, por excelencia. Para Ford, conseguir esta identificación es el resultado lógico de una carrera de muchos años de realizador con una visión del mundo y del cine cada vez más depurada” (Jorge Ayala Blanco).
Los últimos westerns que Ford realizó fueron: el episodio de la guerra civil de How the West Was Won (1962) y Cheyenne Autum (1964), películas donde la gesta colectiva pasa de lo auténticamente real a lo emocionalmente mítico, cuando la postura liberal del realizador defiende la causa de los pieles rojas, llámense cheyennes, mohawks, apaches, etc., por no sucumbir al empuje de la civilización colonizadora.
La posición liberal, antirracista y antimarginalista, de Ford se manifiesta de manera convincente en Sergent Rutledge (1960). Una última cita recitada dice: “Con un estilo sobrio a la vez que exaltado, marca de clasicismo, Ford relata la historia de un sargento negro sin dejar la menor duda sobre su antirracismo y sobre la nobleza de sus propósitos. En este excelente Western histórico, hasta los recursos técnicos obsoletos se transfiguran y adquieren carta de legitimidad gracias a la auténtica emoción del realizador”. Más de un tercio de su obra completa la consagró al Western, por ello se le denominó Titán del género.


