En los jardines de América

El populismo, que, según la definición del famoso politólogo holandés Cas Mudde, es “una ideología que considera a la sociedad dividida en dos grupos homogéneos y antagónicos: el pueblo puro y la élite corrompida, y sostiene que la política debe ser una expresión de la voluntad del pueblo”, tiene muchos evangelistas en América.

En norte y Centroamérica, y en el Caribe, Trump, por supuesto, nuestro líder y sus corifeos, el salvadoreño Nayib Bukele, que mal gobierna vía tuits, con loas al Altísimo y un horrible complejo de “país chiquito”; los impresentables Ortega y Maduro; y Díaz-Canel y los cubanos, que siguen empantanados en un socialismo sin futuro.

América del Sur es también pródiga en la ponzoña populista: Además de Maduro, el colombiano Uribe —poder tras el trono de su delfín, el bisoño Duque— ¿y Perú ante el riesgo de que sea electo presidente Pedro Castillo, de extrema izquierda, contrario al matrimonio homosexual y al enfoque de género en la escuela? Quien se enfrentará —noticia de última hora— a la incombustible Keiko Fujimori.

No hay hasta hoy, por fortuna, elementos para pensar en un Maximato de Evo Morales en Bolivia y tampoco que Cristina Kirchner en Argentina influya más allá de lo tolerable en el gobierno de Alberto Fernández. Es de esperarse, por otro lado, que Guillermo Lasso, vencedor de los comicios en Ecuador, pueda sortear los embates del populismo correísta, derrotado en la lisa.

Concluyo mi reseña sobre Sudamérica, mencionando a Bolsonaro y su catastrófica gestión en Brasil, no sin reproducir, espero que divierta a los lectores, a Javier Marías que lo imagina con “hombreras, galones y cuello napoleónico, como uno de esos generales bobalicones que pierden el juicio justo antes de la batalla y conducen a su ejército a la destrucción”.

Pero Brasil merece un par de comentarios más: primero sobre el escándalo judicial en el que terminó la más importante operación anticorrupción, ”Lava Jato”, con el juez estrella que la conducía, Sergio Moro, comprobado en algunos casos y presuntamente en otros, como corrupto, y comprobadamente parcial al someter a juicio a Lula y privarlo del derecho de contender en la pasada elección presidencial.

Segundo, acerca de las declaraciones del respetado expresidente Fernando Henrique Cardoso, a quien se atribuye la expresión de “utopía regresiva” para calificar a los gobernantes, obsesionados con el retorno a un pasado “mejor”, que no fue mejor. Dice Cardoso de Bolsonaro que fue una alerta rabiosa contra la izquierda, lo que no es bueno para el país; que una candidatura de Lula significará seguir con la polarización y que de competir hoy ambos, ganará Bolsonaro.

No está por demás aclarar que el populismo y sus heraldos en América -y por doquier- es tanto de izquierda como de derecha -ahí está como ejemplo el supremacismo blanco del MAGA (Make America Great Again) sobre el que hace comentarios The Washington Post este 5 de abril.

 

En la periferia de Occidente

El populismo en China y Rusia se plantea como el enfrentamiento de sus gobernantes, líderes del pueblo sabio y bueno, contra los gobiernos extranjeros, léase Occidente, y su élite corrompida que conspira contra los pueblos chino y ruso y contra quienes los conducen: Xi Jinping, líder que supera a Mao Zedong, y Putin, eternizado en su liderazgo hasta 2036. Un populismo, el ruso, que el filósofo e historiador Aleksandr Duguin llama Eurasia y es antioccidental, pero tiene vínculos con la ultraderecha europea.

Sin hablar de la sanguinaria y terrorista dictadura militar que hoy masacra al pueblo en Birmania (Myanmar) —con ecos claros de lo que pasa en Siria, advierte Michelle Bachelet, alta comisaria de la ONU para laos derechos humanos— países como India y Turquía sufren su dosis de populismo, que hoy ha provocado escándalo en este último país porque el presidente Erdogan que se siente sultán otomano y actúa como tal, humilló a la presidenta Ursula Von der Leyen de la comisión europea, por ser mujer, en la reunión que esta y Charles Michel, presidente del consejo de la Unión Europea sostuvieron con él este 6 de abril en Ankara.

El continente africano es, igualmente, escenario de cultivo del populismo: los gobernantes que se ostentan como indispensables y encarnación de los intereses y las aspiraciones del pueblo, y se eternizan en el poder, a través de elecciones periódicas, que siempre ganan. Vayan como muestra infamante de ello Teodoro Obiang, presidente de Guinea Ecuatorial desde 1979, Paul Biya, presidente de Camerún desde 1982, y Yoweri Museveni, presidente de Uganda desde 1986.

En Medio Oriente Israel puede gloriarse de su democracia. Sin embargo, sus políticos, y destacadamente el primer ministro Benjamín Netanyahu, juegan la carta del populismo: este personaje avivando la xenofobia y violando los derechos del pueblo palestino. En un Estado que, quiéranlo o no los sionistas, es cada vez más binacional, pues más del 20% de los israelitas son palestinos.

En cuanto a los regímenes monárquicos musulmanes, salvo contadas excepciones, tienen reglas de política y jurídicas opacas y no saben lo que son los derechos humanos.

 

¿Y Occidente?

Estados Unidos sale de la resaca de Trump, con Biden gobernando sin aspavientos, pero con planteos ambiciosos, que podrían equipararlo a un presidente de los tamaños de Franklin D Roosevelt. En el rescate y estímulo de la economía y del ciudadano de a pie, ante los destrozos de la pandemia, en el eficaz manejo de la vacuna para beneficiar a la población y hasta ayudar a países amigos.

Asimismo, en los nombramientos de responsables gubernamentales que incluyan a etnias, culturas y sexos representativos del caleidoscopio que son los Estados Unidos —empezando por la vicepresidenta Kamala Harris, de raíces afrocaribeñas y asiáticas—.

Y en temas que nos importan especialmente: la política migratoria y sus dos ángulos: el primero, la legalización de los millones de inmigrantes indocumentados, con la opción de acceder, más tarde, a la ciudadanía —un proyecto muy generoso—Segundo, el problema de la migración de las personas procedentes de los países del Triángulo del Norte: Guatemala, El Salvador y Honduras. El presidente ha encomendado tan importante tema, nada menos que a Kamala Harris —Zar fronterizo, la llama, según The Washington Post, el gobernador de Texas Greg Abbott, republicano y antiinmigrantes —por cierto, Texas, Arizona y Misuri han demandado a Biden por haber cancelado los programas antiinmigrante de Trump, así como por haber suspendido la construcción del muro en la frontera con México.

Los ambiciosos programas del mandatario para reactivar los mercados de bienes y servicios y promover inversiones productivas, en infraestructura, desarrollo humano y tecnológico, dice Mauricio De Maria que deberían impulsar a México para conectarse a ellos usando a fondo los tratados —el T-MEC para empezar— con nuestros dos socios norteamericanos.

A guisa de ejemplo, un proyecto que me ha sido muy atractivo y lo es para el gobierno de López Obrador, aunque casi no se hable de ello, es el del ferrocarril interoceánico, a través del istmo de Tehuantepec, que comunicará el Pacífico con el Golfo de México hacia el Atlántico. Un proyecto de enorme interés estratégico, ante la saturación y graves problemas en los canales de Panamá y de Suez con el que en nada se equiparan el aeroportuario y los petroleros del régimen.

Europa, la Unión Europea, es el selecto club de 27 países, entre cuyos gobernantes y líderes hay personalidades valiosas, como es el caso de la canciller Ángela Merkel y también de Emmanuel Macron, Mario Draghi, el español Pedro Sánchez y otros líderes. Incluyo también a Ursula von der Leyen y Charles Michel, presidentes, respectivamente, de la comisión y del consejo de la Unión Europea. Y a muchos otros que trabajan para fortalecer a la Europa comunitaria.

Pero esta Europa también padece a euroescépticos, eurófobos y populistas, que abundan en los gobiernos nacionales y en la oposición, así como en el parlamento europeo, donde los diputados populistas ocupan 230 de sus 750 escaños, según cálculos del politólogo Gilles Ivaldi, quien añade que tanto los partidos de derecha como de izquierda populista, están presentes en un número significativo de países de la Unión Europea.

Ampliamente conocidos por el público interesado en la Unión Europea, algunos de ellos, y menos conocidos otros, menciono, entre los políticos de oposición, al español Santiago Abascal, líder de Vox y a Marine Le Pen, que dirige el Reagrupamiento Nacional y gana, peligrosamente, popularidad entre los franceses, a costa de Emmanuel Macron, con quien previsiblemente volverá a enfrentarse en los comicios de 2022.

Adicionalmente, la más reciente noticia sobre lo que puede llamarse, con toda propiedad, una conspiración populista, es la del proyecto, impulsado por el primer ministro húngaro Viktor Orban, literalmente expulsado del partido popular europeo (PPE), de conformar una alianza de partidos de ultraderecha en el seno de la Unión Europea. A tal efecto, convocó una cumbre, el jueves santo, en Budapest, a la que asistieron el primer ministro polaco Mateusz Morawiecki y Matteo Salvini, líder de la Liga, que recién vuelve a participar en el gobierno de Italia.

Este grupo, que intentará que se le fusionen otras formaciones ultra, contaría en tal caso, con suficientes parlamentarios para destronar al grupo de partidos socialistas y socialdemócratas como segunda fuerza en Europa y daría prioridad a “los valores originarios judeocristianos de Europa” -como dijo Salvini tomando expresiones de Steve Bannon, el siniestro asesor de Trumo.

En este escenario de líderes europeos auténticos y conspiradores que pululan, y que no alcanzarían tiempo y espacio para referirse a todos, Bruselas enfrenta graves e insoslayables desafíos

Ejemplos, que no agotan los retos que enfrenta Europa, son el de las negociaciones con Irán, para revivir el acuerdo nuclear de 2015, entre el régimen de los ayatolás y los miembros permanentes del consejo de seguridad de la ONU y Alemania. Negociaciones que interesan a todas las partes, pero están plagadas de mal entendidos y acciones que las obstaculizan, como la decisión iraní de elevar el enriquecimiento de su uranio —al 60% contra el 5% que autorizaba el pacto nuclear—. Una decisión, la de Teherán, que responde al grave ataque a su planta nuclear de Natanz, perpetrado por la Mossad de Israel -según lo reconocen medios israelíes como una de sus cadenas de televisión pública.

La situación de Ucrania es también motivo de alarma: la paz precaria en la región de Donbass —el este— entre la comunidad rusófila y milicias prorrusas adueñadas de la región, por un lado, y el gobierno de Kiev por el otro, amenaza con romperse. En un escenario de retórica proveniente de todas partes, movimiento de tropas de Moscú en la frontera ucraniana, reclamos y exigencias europeos y declaraciones oportunistas del presidente Volodymyr Zelensky pidiendo la adhesión de su país a la OTAN. Lo cierto es que la Unión Europea -y por supuesto Estados Unidos- tendrá que enfrentar este desafío en su frontera oriental.

Urgido de concluir este artículo, no abordo otros temas.