«Imperare sibi máximum impérium est»

Gobernarse a sí mismo es el gobierno más difícil.

 

En estos días en que en el mundo cristiano se conmemora la pasión y crucifixión de Cristo, resulta propicio hacer un alto en el camino para reflexionar sobre los acontecimientos que hemos venido viviendo en los últimos tiempos. La llamada Semana Santa o Semana Mayor en la religión Cristiana, es pues ocasión propicia  para reflexionar.

La fiesta pascual de los cristianos tiene sus raíces en la pascua de los judíos, o Pesaj, que es una festividad religiosa judía que conmemora la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto. La celebración judía, se  entiende mejor al conocer los ritos de celebración pascual  del Antiguo Testamento para luego interpretar el misterio de la muerte y la resurrección de Jesús, que constituye la fiesta más importante de la religión cristiana de la iglesia Católica.

El origen puede rastrearse desde la noche de los tiempos cuando  los pastores nómadas celebraban con una fiesta especial el comienzo del año o la transición entre el invierno y la primavera. Coincidía con  la época del año en la cual nacían las crías de las ovejas. La noche del primer día de luna llena de la primavera se reunían los pastores en el desierto, sacrificaban y cenaban un cordero, realizaban un rito mágico-religioso  para ahuyentar a los espíritus que podían perjudicar a los ganados o para ganarse la protección de los buenos espíritus y  agradecían a los dioses la protección a su pueblo. Posteriormente se conmemoró  la salida del pueblo hebreo de Egipto.

Estos días, desde la conquista española en nuestro país, se han conmemorado por la comunidad cristiana, que representa la mayoría de la población, con un espíritu de reflexión, meditación e introspección, así como, con representaciones de la pasión de Cristo, algunas de las cuales son famosas en el mundo entero, como: la procesión silenciosa de San Luis Potosí; los penitentes de Taxco; la pasión de Iztapalapa en el Distrito Federal; la de Metepec o la de Tenango del Valle, en el Estado de México, por citar algunas.

A la par de las celebraciones religiosas dentro de un particular “sincretismo religioso mexicanísimo” estos días se convierten en temporada de holganza, esparcimiento, diversión y hasta excesos; de vacaciones en distintos lugares, en playas -quienes pueden- aunque algunos pueden con visita previa o posterior al Monte de Piedad. En suma tenemos nuestra propia tradición.

Solamente deseamos que los mexicanos que decidan vacacionar sin tener en cuenta la pandemia no lleguen a contagiarse. La pandemia del coronavirus que asola al mundo, ha causado  estragos en México, hace un año la declaración formal de estar en la fase dos en términos de la OMS, se demoró porque el ejecutivo federal, tenía otros datos y se resistía a tomar las medidas previstas por los expertos extranjeros, e insistió tozudamente en aparecer en actos públicos, abrazar y besar a niños y a sus simpatizantes, y sobre todo rechazó aislarse para evitar contagiar o contagiarse. La compulsiva adicción de perorar en público lo hace perder el sentido de lo grave, serio e importante de la crisis sanitaria mundial que se vive.

Por lo pronto en estas Semana Santa y Semana de Pascua, esperemos que opera la cordura y se cumpla las palabras pronunciadas por Jesús: “Al César lo que es del César”, y a Dios lo que es de Dios”.

La Pasión de Cristo tiene otras lecturas filosóficas y de mayor trascendencia que afectan el paso del hombre en el tiempo infinitesimal de la vida humana. La sociedad espera un planteamiento y un convencimiento de construir una rúa por donde transitar hacia una sociedad más justa. Un mundo mejor, como el que Jesús soñó y prometió para toda la humanidad.