Los artistas advierten que, en el mundo enajenado del capitalismo, en el anonimato de las ciudades y no digamos de las megaciudades, el artista es un ser excepcional, fuera de serie. Para mí, el primero en advertirlo es Óscar Wilde que coloca al individualismo en el centro, que trata de estetizar el mundo, incluido el vestuario masculino y hasta de enmendarle la plana a la naturaleza con su famoso clavel verde. Muchos desprecian el mundo burgués y se dedican a reflexionar, ensimismados, sobre el arte y los artistas. Tal es el caso de Joyce, de Woolf, de Proust. Woody Allen reflexiona sobre su arte y su pasión: el cine.

Creo poder resumir en una sola frase lo que dice su larga autobiografía titulada A propósito de nada: el cine es mejor que la vida. Idea, por otro lado, que ya nos había expresado en La rosa púrpura del Cairo. El otro tema es, obvio, Manhattan y, de pasada, sus conciertos de jazz, en homenaje a Nueva Orleans, como clarinetista. De la comedia considera que la clave es la velocidad o, mejor dicho, la alta velocidad. Sus ídolos: Groucho Marx y Charles Chaplin. Me reveló, yo no lo sabía, que Casablanca se inspira en una novela que ocurre en un lugar de Manhattan: el café de Rick, ya demolido. Admira, sobre todos, al dramaturgo Tennessee Williams, aunque participa como actor en El prestanombres, cinta contra el macarthismo, ritornelo de Arthur Miller, otro dramaturgo que admira.

Como en las películas de los cuarenta y los cincuenta del siglo pasado, se sueña viviendo en la Quinta Avenida, invitando licores a sus amigos en medio de una romántica comedia de enredos. Todo lo cual se le cumplió en la vida, porque su departamento, que tiene la mejor vista de Manhattan, no es inferior a lo soñado, aunque tenga goteras y él prefiera, huraño, sólo la compañía de su esposa e hijas.

Nos cuenta cómo se inicia escribiendo chistes para otros, luego los comienza a representar él mismo y la emoción, que nunca pierde, aunque termina por ser famoso como ellos, de conocer a sus ídolos, cómicos y actores de antaño. Su ascenso lo atribuye a golpes de suerte y casi oculta, que va exigiendo elegir a sus colaboradores y que el productor (el que invierte el dinero) no tenga vela en el entierro. Piensa que es más fácil dirigir que escribir y que la base de una buena película es el guion. Considera que un mal director no podrá hundir una película, siempre y cuando el guion sea bueno y que, en cambio, ni un buen director puede hacer una buena cinta, si el guion es malo. Para rematar, considera que quizás existan unas dos excepciones a esta regla. Sin embargo, de invertir dinero en una película, se aseguraría de tener un buen guion. Ahora, cuando una película falla, sólo puede salvarse con la música y, en efecto, cuando me convertí en fan de Allen fue con su película La última noche de Boris Grushenko y fue por la música de Prokofiev.

Los que hemos visto sus cintas sabemos que el sexo, como bien establece Freud en El chiste y su relación con el inconsciente, es la savia de su humor. Cito, no a Freud, sino a Allen: “El cerebro es mi segundo órgano favorito”. Sin embargo, hay pocas referencias a su vida amorosa y eso se debe a que el final de su vida ha sido empañado por las acusaciones de abuso sexual de su hija Dylan, hija adoptiva de Mia Farrow. Woody Allen fue exonerado por dos cortes que lo enjuiciaron, pero la opinión pública le es contraria y a ese tema dedica la última parte de su libro. Se lamenta de que su hija lo crea y se niegue a verlo. Está casado, desde 1997, con Soon-Yi. Tienen dos hijas adoptivas que ya son universitarias, la adopción de estas niñas prueba que fue investigado por tercera vez, pero este tipo de acusaciones, a pesar de las exoneraciones, condenan de por vida. Varias editoriales se negaron a publicar su autobiografía y sus películas están prohibidas en Estados Unidos. Si no fuera tan fiel a Manhattan, podría decir como en Casablanca: “Siempre nos quedará París”.