Todavía durante la Segunda Guerra Mundial, los niños (y algunos adultos en las reuniones) recitaban poemas en las escuelas. En las primarias, las poesías eran patrióticas y el más socorrido era Amado Nervo. Mi hermana Magdalena era la recitadora oficial de cuanta escuela estuvimos. Dos poemas de Nervo nos sabemos hasta la fecha, Guadalupe La Chinaca y Los niños mártires de Chapultepec. En uno, habla de los chinacos, héroes que luchan por la Independencia y visten al modo campesino, antecedente del traje de charro, incluso hay quienes tienen la hipótesis de que la vestimenta viene de Andalucía y sobra decir que de allá vinieron la mayoría de los conquistadores. Como nace en la Independencia, Vicente Guerrero usaba ya el traje chinaco, hecho de “pieles finas”, como la gamuza. Los chinacos son los primeros a quienes se les permite montar a caballo, acción hasta entonces exclusiva de los españoles. Van a inventar, nada menos que  la silla charra y son hábiles en las faenas del campo con la reata. En una palabra, son los fundadores de la charrería. Reaparecen los chinacos en las Guerras de Reforma y luchan luego contra los ejércitos de Napoleón III que encabeza Maximiliano.

Escuchemos: “Con su escolta de rancheros,/ diez fornidos guerrilleros y en su cuaco retozón/ que la rienda mal aplaca,/ Guadalupe la Chinaca va a buscar a Pantaleón// Pantaleón es su marido, (quien es) terror de los franceses y cien veces lo probó”. Es un día de fiesta, “pues cayó en la serranía un convoy del invasor”. Veamos cómo es el traje de Pantaleón: “Con su silla plateada,/ su chaqueta alhamarada, su vistoso cachirul/ y la lanza de cañutos, / cabalgando pencos brutos, ¡qué gentil se ve el gandul!” Ella no le va a la zaga: “Con su gorra galoneada, su camisa pespunteada,/ su gran paño para el sol/ su rebozo de bolita/ y una saya nuevecita y unos bajos de charol”. Ella cura a los heridos “con sus paliacates rojos que la pólvora impregnó”. Así aprendíamos historia en otros tiempos.

De los Niños Héroes ya ni para qué hablar, “Como renuevos cuyos aliños/ / un viento helado marchita en flor,/ así cayeron los héroes niños/ ante las balas del invasor”. Son héroes que se intentó excluir de los libros de texto, pero que muchos historiadores han rescatado. Como Rubén Darío, Nervo advierte ya la amenaza de Estados Unidos: ¡Ay, infeliz México mío!/ Mientras con raro desvarío/ vas de una en otra convulsión,/ del lado opuesto de tu río/ te está mirando, hostil y frío,/ el ojo claro del sajón”. Nótese que los tres poemas van contra el asedio extranjero: españoles, franceses y estadounidenses.

Las declamaciones abrían paso a la historia y la literatura entraba en torrente. La convertían en moneda corriente en las conversaciones. La poesía, como decía Alfonso Reyes, era para todos. En mi casa, formaban parte de la colección austral: Serenidad, Elevación y Plenitud. En una edición popular, y esto es significativo, leí y releí Perlas negras y Místicas. Los poemas religiosos son un imán para los adolescentes y no fui la excepción. Nervo basa su popularidad en la defensa de la patria y en la religión. Pero hay, creo, otro elemento, Darío es otro poeta popular y no por casualidad es Modernista. Este movimiento copia metros, ritmos y rimas de la literatura medieval y nos familiariza con pintores y poetas. Su vocabulario, “elevado”, culto, atrae al lector común, que se ha formado frente a los altares barrocos y en medio de expresiones sagradas en latín. Los Modernistas encarnan lo que, para todos, y no para los especialistas, es la literatura.

Y todo, porque en un programa de Canal 22, los comentaristas pidieron que ojalá dieran pie a otros puntos de vista sobre Nervo.