El quilombo de América Latina

Mientras el presidente Biden llega a sus cien días de mandato echando a andar valiosas iniciativas de gobierno -más de una de interés prioritario para México: la reforma migratoria y el programa para el Triángulo del Norte- y se le equipara, válidamente, a Franklin D. Roosevelt, América Latina es un quilombo -y lo es también Estados Unidos.

Quilombo, no tanto en su acepción de prostíbulo –“la milonga, el hembraje”, diría Borges en su cuento “Hombre de la esquina rosada”- como en el de un espacio de desorden y violencia: En el norte de Latinoamérica con un gobierno de ocurrencias, resentimiento y agresiones; para seguir a Centroamérica donde destaca el presidente salvadoreño, que -vocación de dictador, “dictadorzuelo” es llamado por un editorialista de El País- se colude con el poder legislativo y destituye a todos los magistrados de la corte suprema.

Un quilombo es asimismo América del Sur, no solo en Venezuela y su cáncer político llamado Maduro. También en Colombia que, sin poder deshacerse de Álvaro Uribe, otro dictador, embozado, sufre la represión de un gobierno que, dice la prensa francesa, “es peor que el coronavirus”, y pone en grave peligro la estabilidad política del país. Y en Perú que, en vísperas de la segunda vuelta la elección presidencial, tiene que optar entre la hábil Keiko Fujimori, acusada de lavado de dinero y Pedro Castillo, líder campesino de extrema izquierda ¡amenazado de muerte!

Brasil sigue siendo el escenario catastrófico bajo el gobierno fascista de Jair Bolsonaro, cuya criminal deforestación de la Amazonía provoca que en Europa se eleven voces contrarias a la aprobación del acuerdo comercial Mercosur–Unión Europea. Por último, Argentina, el tercer gigante latinoamericano, nuevamente teatro en el que el presidente peronista Alberto Fernández, gobierna, sometido al chantaje permanente de su correligionaria vicepresidenta, la impresentable Cristina Kirchner, de consuno con Axel Kicilof, gobernador de la provincia de Buenos Aires, y sirviéndose de La Cámpora, el grupo de presión, “juventud peronista de izquierda”, que dirige el “hijísimo” de Cristina, Máximo Kirchner.

 

La resaca trumpista

La presencia política del presidente Biden -su protagonismo tranquilo y sus propuestas de gobierno, de política económica, social e internacional, de gran calado- devuelven cordura y optimismo en el país y al mundo: “América (sic) -anuncia el mandatario- vuelve a estar presente, a ocupar el sitio que le corresponde en el escenario mundial”.

Pero Estados Unidos aún sufre la grave resaca del gobierno de Trump, quien aglutinó a millones de estadounidenses blancos, descontentos por su falta de expectativas laborales y porque se sienten desplazados por la gente de color, inmigrantes o no. Estos, supremacistas blancos, siguen fieles al expresidente, que les hace creer que ha sido víctima de un fraude gigantesco en las elecciones y que él, y no Biden, es el “presidente legítimo”. Lo que es un “déjà vu” para nosotros.

Al lado de estos supremacistas hay, lamentablemente, algunos mexicano-estadounidenses que quisieran ser blancos y admiran el machismo de Trump; y también hay negros que afirman que Estados Unidos no es un país racista -así lo dijo el senador republicano, negro, Tim Scott, en la respuesta oficial de su partido al discurso del presidente Biden ante el congreso este 28 de abril.

Un ejemplo de esta adhesión fanática, de millones de estadounidenses, al exmandatario, es el de Marjorie Taylor Greene, la representante de Georgia en la cámara baja, quien sostiene que aquél lucha contra el “estado profundo”, conspiración de los demócratas y contra una cadena de pedófilos, del citado partido demócrata; y llegó a decir que Nancy Pelossi, la respetada demócrata presidenta de la cámara de representantes, era culpable de traición, “un crimen que ameritaría la muerte”.

Pero Trump es, además, para importantes políticos republicanos, el único elemento de cohesión del Grand Old Party. Aunque, según expertos como Henry Olsen, del círculo de reflexión conservador de Washington, American Entreprise Institute, el partido está dividido en dos líneas políticas: el trumpismo, hoy mayoritario, y la de personalidades como Mitch McConnell, el poderoso, deshonesto líder de la minoría republicana en el senado y Liz Cheney, la número tres de esa minoría en la cámara de representantes.

Esta, representante de Wyoming, hija del poderoso y siniestro vicepresidente de George W. Bush, conservadora y del ala dura del partido, terminó, sin embargo, defendiendo la transición pacífica del poder y enfrentando con ello a Trump. Lo que se da por seguro que le cueste la presidencia de la conferencia republicana en el congreso, el tercero en importancia de la cámara de representantes.

Biden ¿Roosevelt?

A pesar de que el deleznable magnate neoyorkino no acabe de irse y del ruido que él y sus fieles que lastran al partido republicano, hacen, lo que hoy cuenta en los escenarios doméstico e internacional, es la presencia de Biden y sus propuestas, que incluyen a un brillante equipo de colaboradores, multiétnico, multicultural y que vindica la diversidad sexual -el más diverso team de la historia de Estados Unidos- la que ocupa el escenario nacional e internacional: el informe del mandatario, a los cien días de su presidencia, sobre el “Estado de la Unión” -conforme al rito inaugurado por el presidente Franklin Delano Roosevelt.

A los cien días de su gobierno, teniendo a su espalda a la vicepresidenta Kamala Harris, en su carácter de presidenta del senado y, presidiendo la cámara de representantes a Nancy Pelosi, toda una institución, Joe Biden presentó ante el congreso los primeros resultados y los ambiciosos proyectos de su mandato que recién inicia.

Para empezar, inició, con el auxilio de médicos y especialistas y empleando los recursos técnicos más modernos, el combate, sin tregua, del Covid19, que la irresponsabilidad criminal de Trump no atendió y se había cobrado ya más de medio millón de víctimas mortales. De suerte que Biden -escribe en Siempre Bernardo González Solano- pudo informar, a los cien días de su mandato, que el 29 por ciento de los estadounidenses -142 millones de personas- estaban vacunados- y decir a sus compatriotas: Ve a vacunarte, América (sic) tiene vacunas disponibles.

Con vistas al futuro, el mandatario está echando a andar unas acciones e iniciativas que, según Joan Hoff, una prominente historiadora que encabezó el Centro para el Estudio de la Presidencia de Estados Unidos, recuerdan, por lo “osado y abarcador”, al primer mandato de Franklin Roosevelt en 1933, cuando impulsó su New Deal contra la Gran Depresión. Aunque -añade- mientras Roosevelt enfrentaba una crisis económica, el actual mandatario está lidiando con “tres, cuatro o cinco crisis”, y su tentativa de abordarlas, “es la más ambiciosa de la historia del país.”

El presidente, que está enterrando al “gobierno mínimo” de Reagan y errático, además, de Trump, ha propuesto -sujeto al aval del congreso- gastar seis billones de dólares, lo que significa el 30% del PIB del país. Tanto para inversión social que proteja a los más desprotegidos, como para detener el cambio climático y transitar hacia la economía verde. Los ingresos requeridos vendrían de un aumento de los impuestos a los que ganan más de 400.000 dólares al año, a las grandes empresas y subiendo el tipo impositivo de las rentas del capital.

Un proyecto tan ambicioso, dice el prestigiado periodista Francisco G Basterra, “es casi la construcción de una socialdemocracia europea; recobrar la extraordinaria invención de un Gobierno laborista británico en 1945: el Estado te protege desde la cuna a la tumba”.

En la esfera internacional, que es lo que más me interesa, hay y habrá confrontación, pero también zonas de acuerdo, con Rusia. Moscú no cuenta más con la complicidad, torpe y servil de Trump –“el cachorro de Putin- y se preocupa de la reconstrucción de la alianza Estados Unidos-Europa, “que lo encierre” -dijo Andrea Kendall-Taylor, del Centro para una Nueva Seguridad Estadounidense

De ahí que el Kremlin mande señales de su presencia en Ucrania, su espacio geopolítico frente a Europa. Pero Washington ya reaccionó a través de la conversación de Biden con Zelensky, en la que le brindó su “apoyo inquebrantable ante Rusia”.

Aunque, por otro lado -estamos en la realpolitik- el norteamericano propuso a Putin celebrar una cumbre a principios de verano, para exponer la larga lista de quejas contra Moscú, pero también para hablar de áreas de cooperación.

Respecto a China, el estadounidense ha abundado en críticas en el tema de los derechos humanos -como lo ha hecho también con Rusia- no sin haber recibido también duras críticas de Pekín en una reunión de asesores de ambos gobiernos, celebrada en Alaska, en marzo.

Washington, además, presta apoyo a la alianza de Corea del Sur y Japón, en el espacio geopolítico de Pekín, y los primeros huéspedes del mandatario estadounidense son precisamente el primer ministro nipón y el presidente sudcoreano. Pero no solo eso, sino que Biden celebró el 15 de marzo su primera reunión con el grupo llamado Quad, que integran además Australia, India y Japón y es considerado una nueva OTAN, para contener a China.

En síntesis, el nuevo escenario global habrá de enfrentar al eje Rusia-China contra una alianza occidental, encabezada por Washington -lo señala el experto Gideon Rachman en el Financial Times- porque, según Pekín, Washington es incapaz de asumir el ascenso de China. Estaríamos ya en una segunda guerra fría, con tensiones en la península coreana y Taiwán; y también en Ucrania y Bielorrusia.

Lo cierto es que Biden visitará Gran Bretaña y Bélgica el próximo mes, para “restructurar la alianza transatlántica: Estados Unidos-Europa -el eje que tanto temería Putin- que Trump debilitaba e intentó destruir.

No puedo omitir, así sea entre paréntesis, mencionar la decisión, sin precedentes, del presidente Biden, de reconocer y condenar el genocidio en el que de un millón y medio a dos millones de civiles armenios sufrieron persecución y fueron asesinados por el gobierno de los Jóvenes Turcos en el Imperio otomano, entre 1915 y 1923. Era de justicia, muy retardada, este reconocimiento de Washington que, como es obvio, enfureció a Erdogan, el autócrata que gobierna Turquía.

Antes de entrar a unos brevísimos comentarios finales, sobre la relación de Estados Unidos de Biden con México y América Latina, que en realidad exigen un artículo completamente dedicado a ellos, me refiero a un par de temas importantes en el escenario mundial: Irán, el primero, ante el imperativo de revivir, con la reincorporación de Estados Unidos y el levantamiento de sanciones a Teherán, el acuerdo nuclear concertado por el régimen iraní con los miembros permanentes del consejo de seguridad de la ONU más Alemania.

El acuerdo, por el que Irán se compromete a no enriquecer, por arriba del 3.6% uranio -eliminando con ello la posibilidad de fabricar la bomba nuclear- y a aceptar la supervisión y visita a sus plantas nucleares, de inspectores de la OIEA (organización internacional de energía atómica), es actualmente objeto de renegociaciones.

Francia, Reino Unido, China, Rusia y Alemania conversan con Irán a fin de facilitar la reincorporación de Washington al acuerdo -del cual se había retirado Donald Trump- en condiciones aceptables para todas las partes, antes del 18 de junio, fecha de los comicios iraníes, en los que, de no ser electo un político moderado, hay el peligro de que el pacto termine invalidándose.

Otro asunto que se ha tornado grave es el de la violencia en Israel actualmente, derivada de la severa presión policial sobre los musulmanes en el periodo del Ramadán, limitando sus reuniones y celebraciones y del malestar por un juicio de desahucio de residentes palestinos en la zona musulmana de Jerusalén; pasando por las multitudinarias y provocadoras manifestaciones de judíos ultra ortodoxos en el sector musulmán de la ciudad sagrada, o por el cerco de las fuerzas israelíes a la mezquita de Al Aqsa, tercer enclave sagrado musulmán.

Una situación que es, por otro lado, aprovechada por las facciones armadas palestinas de Gaza, que el 11 de mayo lanzaron, “con un cinismo absoluto” -dice el corresponsal del diario Le Monde- más de 400 cohetes contra Jerusalén, Tel Aviv, Ashkelon y Lod. Lo que ha dado lugar a la respuesta militar israelí, y a la destrucción de edificios y barrios, con saldos de unos 60 muertos -53 palestinos y 7 israelíes- y centenares de heridos. Al borde de la guerra, en síntesis, entre Israel y Hamás.

El drama obligará a Biden a involucrarse en un dossier que no estaba en las prioridades de su gobierno. Primero, para emplear todo el peso de Washington sobre Tel Aviv y Hamás, a fin de detener la escalada. También, a mediano plazo, para buscar fórmulas que permitan -y presionen- a las partes a sentarse a la mesa de negociaciones.

Por el momento Antony Blinken, el secretario de norteamericano de Estado, ha instado a los dos bandos a rebajar la tensión de inmediato, pronunciándose en el mismo sentido Josep Borrell, jefe de la diplomacia europea. La ONU, por su parte, ha expresado su preocupación. Y, Netanyahu, amenazado de juicio por corrupción y a punto de ser desalojado del gobierno, ¿se aprovechará de la situación?

Biden, México, América Latina

El presidente estadounidense ha reconocido la prioridad de las relaciones con México; y entre ellas la de la migración. De manera que las ha encomendado ni más ni menos que a su vicepresidenta, Kamala Harris, dándoles así visibilidad mediática y la mayor importancia de fondo.

Porque Kamala Harris es una política brillante -no pocos analistas afirmaban que ella ganaría la postulación demócrata- enérgica y experta, pues fue senadora por California de 2017 a 2021 y previamente fiscal general de ese Estado, entre 2011 y 2017. Además de ser mestiza, hija de una india tamil, científica emigrada de India y de un padre jamaicano, profesor universitario de economía.

La vicepresidenta ya tuvo un primer contacto, virtual, con el presidente López Obrador, en términos cordiales -una escenificación de sintonía, dijeron los comentaristas- en la inteligencia de que los acuerdos de fondo podrán tener lugar y hacerse públicos el 8 de junio en la reunión personal que ambos celebrarán en la Ciudad de México.

Este proyecto de trabajo con la vicepresidenta, ofrecido por el mandatario estadounidense constituye una oportunidad de oro para la política exterior de México, para empezar, en Centroamérica, que ojalá no siga reduciéndose a “política chiquita y mediocre”, en manos inexpertas, de favoritos, premiados o “monedas de cambio” en la cancillería y en las embajadas mexicanas.

Quedan otras asignaturas pendientes para México, como la de “facilitar” la transición en Cuba y la “salida del pantano” en el que se encuentra Venezuela. Pero tendrá que ser materia de otra colaboración.