“Tu corazón es un jade verde azul,

es la pintura de un libro,

Chichimeca Moctecuzhoma”.

Cantares mexicanos

 

Cronológicamente el desarrollo histórico del pueblo mexica fue un proceso que le llevó 457 años, lapso durante el cual migraron por 261 años, es decir, de 1064, fecha en la que comúnmente se data su salida de Aztlán, a 1325, asumido como fundacional del altépetl de México-Tenochtitlán, islote que 196 años después sería conquistado por los españoles.

Es precisamente por ello que el proceso migratorio de los antiguos mexicanos les dio “rostro y corazón”: identidad entre el resto de los asentamientos humanos localizados en el Cem Anáhuac, ese cinturón de agua que identificó al actual Valle de México; por ello ese trasiego los conformó como el Pueblo del Sol, astro que viaja eternamente en el cosmos y que, al tiempo que resplandece, cada noche debe revivir su batalla en contra de su hermanastra Coyolxauhqui y de “los 400”, los astros que rigen el lado femenino de la vida y que antes de su nacimiento regían esta Tierra.

Es este el sustento del orgullo de su origen, pues ser la última tribu chichimeca que se asentó en este territorio fue para los integrantes de la sociedad azteca un signo de vinculación con un pasado pletórico de legados culturales, pero, también, plagado de carencias, sufrimientos y fortalecimiento colectivo: resiliencia y resistencia hasta ver culminada la misión encomendada por su dios tutelar, Huitzilopochtli.

Los mexicas se asumieron desde siempre como un pueblo de éxodos: sus desplazamientos iniciaron en 1064 y concluyen con el prodigio fundacional de 1325 hecho nopal, hecho águila, hecho islote central del ombligo de la luna, signos todos que inspiraron a esa 13va. generación a concluir sus 261 años de trasiego por territorio mesoamericano para así detener, al fin, su larga caminata y fundar un asentamiento que luego asombraría a los europeos por sus dimensiones, su factura, su limpieza y todo el orden y concierto que identificaron a esta ciudad fundada por migrantes y, por tanto, abierta y hospitalaria, tal y como lo testimonia el buen recibimiento que Moctezuma, el 8 de noviembre de 1519, prodigó a Cortés.

Ese portento urbano fue posible gracias a la plena conciencia colectiva de la importancia de preservar aquello que les daba identidad, acción expresada en cada rito y en cada acto de su vida cotidiana.

Así lo refieren los memoriales, así lo expresan sus códices y poemas; en todos ellos, desde Chicomoztoc hasta la toma de México-Tenochtitlán, se enorgullecen de ser chichimecas: se ufanan de serlo desde el más humilde macehual hasta el gran señor de la palabra, Moctezuma Xocoyotzin, tal y como se reconoce en algunos de los poemas dedicados al dirigente más poderoso de su época, al desafortunado anfitrión de quienes, en 1521, ultrajaron a su pueblo.