En solo dos semanas ocurrirán las elecciones más trascendentales para la institucionalidad democrática de México en los últimos 25 años. Pero no son elecciones presidenciales, dirán muchos. Por eso mismo digo yo; porque representan el “amarre” de una agenda presidencial (mal llamada de la 4T) que ha pasado como una aplanadora desmantelando controles institucionales; desarticulando fideicomisos y programas sociales que si bien debían ser mejor fiscalizados y mejorados, ahora sus fondos son reparticiones arbitrarias de recursos para fines electoreros, y en general, un gobierno que no gerencia ni administra “gobernabilidad”, sino que se sostiene en una narrativa de división, amenaza y polarización: Amigos o enemigos; “conservadores” (lo que quiera que eso quiera decir) o la 4T; los corruptos que son los otros, y los supuestamente incorruptos, que más parecen ser simuladores de incorruptibilidad; de nuevo la 4T.

Mientras esos distractores políticos desvían la atención de lo realmente importante, desaparecen todos los controles y la rendición de cuentas entre retahilas interminables y ataques a “enemigos” inventados, tan necesarios para tratar de justificar la inoperancia, cuando no la impericia para gobernar y el velo de la impunidad por el accidente de la Línea 12, donde las víctimas y sus familiares parecen carecer de dignidad para llamar la atención del saludo solidario presidencial, para recibir en cambio con un grosero e inentendible, pero claro e irrefutable “al carajo” con esas prácticas hipócritas de estilo conservador… Sin palabras.

No he visto palabras tan groseras de un gobernante ante una tragedia prevenible y provocada por la omisión de debida diligencia. La cortesía presidencial importa y no es necesariamente hipocresía en los más duros momentos de dolor y de duelo familiar.

El problema no es AMLO ni la 4T. El problema son las circunstancias de déficit de cultura política que provocan que eso ocurra. Más preocupantes son los adláteres que desde las más altas posiciones intentan justificar un proyecto político desestructurado que depende completamente de su líder; una persona hostil que cada vez se nota más cansada y sin recursos ni argumentos sólidos para sustentar decisiones totalmente arbitrarias y contrarias a la normatividad y a la decencia democrática.

Es ahí donde aparecen estos personajes peligrosos subordinados que defienden teorías jurídicas impresentables que dan pena ajena, o bien que con su silencio u omisión agravan más la situación. Las Sánchez Cordero y las Sheinbaum; los Scherer, Ebrard y Zaldívares y otras y otros tantos más en una línea de sucesión interminable. ¿Para qué estudiar Derecho? ¿Para acomodarlo, torcerlo y justificar las tesis más cuestionables para debilitar el Pacto Federal y la independencia judicial? ¿Para mantener en amenaza latente a la Judicatura como último reducto de contención ante la autocracia y abuso de poder? Y lo más lamentable: ¿Para que cada juzgador y juzgadora tenga que convertirse en un gladiador o gladiadora de la justicia (expresión plagiada al maestro García Ramírez) con cláusula de contrato no escrita para que cada resolución ajustada a derecho que sea contraria a los intereses de la 4T le conviertan en mártir? No se vale.

Los mexicanos y mexicanas no se merecen vivir a la merced de tanta inseguridad jurídica, política y laboral.

Y hablo en tercera persona porque soy un extranjero que ama a México como propio. Y cómo se que se me va a descalificar por ser extranjero es porque claramente se desconoce que la libertad de expresión es un derecho humano que no tiene nacionalidad.

Pero porque conozco a México y a su gente casi más que mi país propio; porque he trabajado por años en proyectos de derechos humanos a favor de las personas y grupos más vulnerables y en el propio terreno; incluso en las comunidades indígenas más excluidas e invisibilizadas, es que siento la necesidad de hablar. Y lo hago también desde mi experiencia visitando las cárceles de ese país; y lo digo como experto de Naciones Unidas y del Sistema Interamericano, pero sobre todo y con el mayor orgullo posible, como defensor de derechos humanos y de la independencia judicial en México.

Lo digo también como una persona que si hubiera podido votar en las elecciones presidenciales pasadas, probablemente hubiera votado por AMLO, seguro impulsado por el desencanto y por ejercicio de un voto protesta que se presentaba como necesario para “castigar” a los partidos tradicionales y corruptos que parece que todavía no tienen lecciones aprendidas y que su oferta política es reactiva, pobre y poco estratégica. Pero no me daría pena arrepentirme de ese voto, que claramente lo estaría. Aún así, los riesgos de votar por un proyecto político autoritario y avasallador de los pocos hilos que sostienen la institucionalidad del país pegados con saliva, NO ES UNA OPCIÓN, ES UN ERROR.

Salga a votar el próximo 6 de junio. No se quede en su casa. Hágalo no necesariamente por una opción meramente electoral, pero tal vez sí, por equilibrar el poder y fortalecer el debate democrático tan necesario desde la función de legislar con la mayor representatividad electoral posible. Haga patria para fortalecer la democracia y los sanos contrapesos. Obligue a que las futuras leyes y reformas constitucionales sean más debatidas y justas y que representen todos los intereses y derechos posibles. Vote porque México no sea el mismo de ayer, pero sí mejor que el de hoy. ¡Ustedes y sus futuras generaciones se lo merecen!

ATTE. Un extranjero que le gustaría ser mexicano para poder votar.

 

El autor es presidente del Centro de Derechos Civiles y Políticos con sede en Ginebra, Suiza.