Desde que Franklin Delano Roosevelt, 32o. Presidente de Estados Unidos de América (EUA) utilizó la frase “State of the Union” (Estado de la Unión”), refiriéndose a la evaluación de los primeros 100 días de un nuevo gobierno estadounidense, en Washington se volvió un rito que acostumbra montar los cimientos para definir la narrativa política del Ejecutivo del vecino del norte. De hecho, muchos analistas comparan el debut del gobierno de Joseph (Joe) Robinette Biden Jr. —el 46o. Ejecutivo de la Unión Americana—, con el del legendario Franklin D. Roosevelt —el único mandatario de EUA que juró en cuatro ocasiones consecutivas como titular del Ejecutivo—, por los tremendos desafíos que ambos mandatarios enfrentaron en una nación en plena crisis. La comparación no es casual.

No es especulación pensar que Biden haya tenido en mente las hazañas de Roosevelt cuando pronunciaba su discurso del “State of the Union” el jueves 29 de abril pasado. Muchos fueron los temas que debía desarrollar en esos momentos. Al día siguiente, viernes 30, cumpliría sus míticos primeros 100 días de gobierno. Su inauguración no auguraba nada bueno. La pandemia del coronavirus ya le costaba al país 570,000 muertos y su ausencia pesaba a la gran potencia como una catástrofe que muchos pensaban insuperable. Pero su decisión de combatir al COVID-19, en un esfuerzo sin tregua, cambió las tornas que irresponsablemente llevó su antecesor en la Casa Blanca.  De lo negro al blanco, sin cortapisas. Al cumplir ese primer aniversario, el 29 por ciento de la población estadounidense ya estaba vacunada. En números redondos 142 millones de personas ya habían recibido 235 millones de vacunas. Toda una proeza que, en ciudades como Nueva York, desde el sábado 1 de mayo fuera posible vacunarse sin necesidad de cita previa.

Esfuerzo que le permitió decir en su discurso del “State of the Union”: “hoy en día, el 90 por ciento de los estadounidenses vive a cinco millas de un centro de vacunación. Todos los mayores de 16 años de edad, todos, pueden ya vacunarse ahora mismo, de inmediato. Ve a vacunarte, América. Ve y obtén la vacuna. Están disponibles”. Casi como “sucede en México”, donde el presidente aprovecha electoralmente la vacunación. Tan cercanos y tan diferentes. En la ceremonia del Capitolio resonaron los ecos referidos a Roosevelt: la mística del mandatario estadounidense que habla a sus conciudadanos —respetando a unos y otros, porque Biden sabe que gobierna para todos y no solo para los de su partido—, dentro de cierta liturgia que incluye a toda la comunidad y a su gran plan económico, algo que del Río Bravo al Suchiate no existe. Allá si hay un gran plan económico. Porque la economía, indisociable de lo sanitario, es ya la obsesión de Biden. Más allá de la política internacional, más allá del Acuerdo de París o de las relaciones bilaterales con Rusia o China —los grandes competidores del Tío Sam—, más allá de las guerras heredadas, como Afganistán o Irán, el foco de todo pasa por la economía. Así de fácil o de complicado.

Lo cierto es que un día después de las palabras de Biden (de 78 años de edad, padre de cuatro hijos y abuelo de seis nietos) en el Capitolio —acompañado, simbólicamente por dos mujeres poderosas que le guardaban las espaldas: la primera vicepresidenta afroestadounidense en la historia de EUA, hija de una científica nacida en la India y de un padre jamaicano (mejor prueba de que en EUA lo que priva es la mezcla de sangre de todo el mundo), Kamala Devi Harris (56 años) y la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Patricia D´Alesandro Pelosi (81 años, madre de cuatro hijos y abuela de seis nietos) una infatigable y respetable abuela blanca que en más de una ocasión enfrentó al mentiroso ex presidente Donald Trump: nada menos que la segunda y la tercera en la línea de sucesión presidencial—, los hechos demostraban que el Presidente llegaba arropado con números inmejorables en el frente económico, algo que muchos críticos suponían no lograría.

El recinto legislativo donde Biden hizo el resumen de sus primeros 100 días tiene los “malos recuerdos” del ataque de las huestes de Trump el 6 de enero pasado, cuando estas trataron de impedir la certificación de los resultados de los comicios presidenciales de noviembre último. De los 1,600 lugares que cuenta el sitio, solo se ocuparon 200 por medidas de seguridad y razones sanitarias. El exvicepresidente de EUA durante ocho años, dijo a los presentes que arribó a la Casa Blanca en medio de varias crisis: “la peor pandemia en un siglo, la peor crisis económica desde la Gran Depresión y el peor ataque contra nuestra Democracia desde la Guerra Civil. Estamos creando cientos de miles de empleos, estamos entregando resultados reales que la gente pueda ver y sentir en sus propias vidas. Abriendo las puertas de la oportunidad…Optamos por la esperanza sobre el temor, la verdad sobre las mentiras, la luz sobre la oscuridad”. Y prometió que pronto EUA se volverá un “arsenal” de vacunas para el resto del mundo.

Asimismo, aseguró que se envían cheques  de 1,400 dólares al 85 por ciento de la población en asistencia inmediata, y otros 1,400 por cada niño en la unidad familiar, siempre que los ingresos anuales no superen los 80,000 dólares en el caso de las personas que vivan solas, 110.000 dólares para las familias con una sola fuente de ingresos y las parejas que ganan un mínimo de 100,000 dólares,  junto con apoyos para cubrir rentas y también para pequeños comercios y negocios, al tiempo que se reduce la explosión del  hambre que se detonó durante estas crisis. Las masivas propuestas para infraestructura y apoyo del bienestar social se dedican a generar empleos bien pagados para obreros estadounidenses con el fin de reconstruir la Unión Americana. En este sentido, Biden afirmó: “Wall Street no construyó este país. Fue la clase media la que lo hizo, así como los sindicatos formaron la clase media”.

El mayor cambio que Joe Biden anunció en su discurso, fue el implícito rechazo de la doctrina neoliberal inaugurada por Ronald Reagan en 1980, y que fue el consenso político bipartidista desde ese momento hasta 2020. Con ese fin propuso tres programas masivos de inversión pública por un total de seis billones de dólares. El primero ya promulgado como ley para el rescate de la economía. El segundo para infraestructura y, un tercero para ampliar la red de bienestar social y reducción de la pobreza.

“Mi plan de empleos americanos será guiado por un principio: compren productos hechos en EUA. Eso no viola ningún acuerdo comercial. Los dólares de EUA van a usarse para comprar productos estadounidenses…y crear empleos estadounidenses…No hay razón para que las turbinas de viento no puedan ser producidas en Pittsburgh en lugar de Beijing”. Esta parte del discurso fue aplaudida tanto por los demócratas como por los republicanos.

En lo que se refiere al problema de la migración, rubro que interesa directamente a México, Biden repasó la agenda favorita de los grupos progresistas a favor de la reforma migratoria integral con ruta a la ciudadanía, lo que incluye la regularización de 11 millones de indocumentados, por lo que instó a los legisladores de ambos partidos a aprobar medidas más inmediatas para regularizar a los jornaleros y hacer permanente la protección a los renombrados Dreamers. “El país apoya la reforma migratoria. Debemos actuar. Discutámosla, debatámosla, pero actuemos”, apuntó.

El hecho es que, desde su primer día de gobierno, y a lo largo de los primeros cien, Biden cambió la retórica y las medidas anti inmigrantes de su desprestigiado antecesor, promoviendo una vez más ante el Congreso su propuesta de reforma migratoria. Con órdenes ejecutivas, algunas desde el 20 de enero —día de su toma de posesión—, nulificó las políticas y las medidas de Trump, ordenando ubicar y reunir con sus familias a los niños separados por el “magnate, cancelando, además, la prohibición sobre viajeros de algunos países musulmanes, y anulando el llamado programa “Permanece en México”, entre otras disposiciones.

Lo cierto es que Joe Biden ha devuelto la credibilidad a la palabra del mandatario estadounidense, aunque no todo es miel sobre hojuelas. La ambiciosa agenda del mandatario demócrata enfrenta la realidad de que prácticamente la mitad de la población de la Unión Americana apoya su plan para revitalizar la economía y la suerte de millones de personas que radican en el vecino del norte, aunque sin la documentación necesaria. La marginal mayoría del Partido Demócrata en el Congreso obliga a negociar muchas propuestas con los republicanos. Algunas llegarán a buen término, otras, infortunadamente no. La habilidad del veterano parlamentario y ahora presidente sin duda le allanarán el camino.

La magra mayoría de los demócratas en el Congreso —que puede perderse en aproximadamente 24 meses, en las próximas elecciones intermedias—, hacen que Biden apresure el paso para presentar tantos proyectos ambiciosos en los primeros cien días y en los siguientes. No ha perdido el tiempo, ya logró puntos significativos, empezando con la formación de su gabinete y del gobierno más diverso en la historia. Por lo pronto, con 63 órdenes ejecutivas revirtió el desorden heredado por Trump, hasta con la suspensión del infame Muro en la frontera con México.

En el escenario internacional —algo fundamental para el nuevo inquilino de la Casa Blanca—, las cosas van de prisa. Al proclamar “Estados Unidos de América está de vuelta”, cumplió varias promesas de campaña, como reingresar al Acuerdo de París sobre cambio climático, a la Organización Mundial de la Salud y a otros organismos multilaterales. Está en vías de resucitar el acuerdo nuclear con Irán, el restablecimiento de programas con los palestinos. Declaró retirar el apoyo a la guerra contra Yemen, y cumplirá el retiro de las tropas estadounidenses —anunciado por Trump—, de Afganistán el 11 de septiembre de año en curso.

Biden pretende recuperar “el liderazgo de EUA en el mundo”, tarea nada fácil porque Trump procuró hacer exactamente todo lo contrario. Esta misión “divina” —que todavía subsiste en altos círculos de la Unión Americana—, es parte del sueño de Joe Biden para ganar el siglo XXI”, frente a la férrea competencia de China y de Rusia, cuyos dirigentes están empeñados en algo similar, en todos los rubros, desde el militar, el político y en lo económico. De tal suerte, el 46o. presidente de EUA no cambiará mucho en sus políticas respecto a los regímenes dictatoriales de Cuba y Venezuela, pese a algunas señales de giro a la izquierda en los últimos cien días. Biden ha sido calificado en su larga carrera como parlamentario y funcionario de alto nivel, como la vicepresidencia junto a Barack Hussein Obama, como un centrista pragmático poco dado a pasos audaces, pero en pleno ejercicio de la Presidencia ha sorprendido a liberales y progresistas dentro y fuera del Partido Demócrata.  ¿Hasta dónde llegará en esta vía progresista? No es fácil asegurarlo. El destino marcará la pauta. Biden afirmó: “Ahora, tras sólo cien días, puedo informar a la nación de que América está otra vez en movimiento. América está lista para despegar”. VALE.