Expulsar al diablo

El pacto israelí de gobierno, concertado entre partidos y movimientos judíos de derecha, incluso religiosa, de centro, de izquierda y hasta un partido árabe islamista, hace pensar en la coalición de partidos de izquierda, derecha y “socialdemócrata”, denominada “Va por México”, que ha participado exitosamente en nuestros recientísimos comicios.

Se trata de pactos “contra natura”, según los adversarios de los partidos y movimientos que se coaligan, porque -afirman- pretenden unir a ideologías absolutamente incompatibles y a enemigos irreconciliables, en la búsqueda inmoral del poder.

El pacto israelí tiene como primer objetivo expulsar al “diablo” -para emplear el sustantivo muy del gusto de políticos israelíes de partidos tanto religiosos como laicos, para referirse al enemigo en la pugna por el poder- que hoy se llama Benjamín Netanyahu, el primer ministro que se rehúsa a dejar su cargo, para escapar, gracias a su fuero e inmunidad, de las condenas por delitos de soborno, de los que sería cómplice su esposa Sara, fraude y abuso de poder que se le imputan.

Bibi —como se le llama coloquialmente—, ejerce ininterrumpidamente como primer ministro, desde 2009, gestión, a la que ha de sumarse, también como jefe de gobierno, la de junio de 1996 a julio de 1999. Solo que, al presente, ostenta el cargo por inercia -podría decirse- después de cuatro elecciones que, en apenas dos años ha forzado, sin que haya logrado formar gobierno. Aferrado al puesto, para evadir -como señalé- su responsabilidad penal; y también, engolosinado con el poder.

Netanyahu, muy brillante en sus estudios en universidades estadounidenses de prestigio mundial, tiene una larga carrera política en el gobierno -que incluyó ser embajador ante la ONU, canciller y titular en una decena de ministerios- y en la oposición, con escalas en el sector privado, y cuenta con un rico expediente de acciones militares. Tanto en la guerra como en acuerdos de paz y cooperación, ha “tropezado” con líderes palestinos, como Arafat, y suscribió con él pactos que no se cumplieron.

Halcón desde siempre, mostró su enérgica oposición a los acuerdos de Oslo, de 1993, atacando a Yitzhak Rabin —que habría de asesinar un extremista judío— atizando contra él manifestaciones populares y exigiendo elecciones anticipadas. Desde siempre, igualmente, ha dado apoyo a la construcción de colonias judías en terrenos palestinos de Cisjordania.

Se declaró opositor feroz del acuerdo nuclear de 2016 entre Irán y los miembros permanentes del consejo de seguridad de la ONU más Alemania, del que Trump desligó a Estados Unidos y que hoy Biden y el resto de los Estados parte intentan reactivar.

Contó Netanyahu, en los últimos tiempos, con el apoyo cómplice de “su amigo” estadounidense, quien, además de avalar las violaciones de los gobiernos de Israel al derecho internacional, en perjuicio de los palestinos, echó a andar el Acuerdo del Siglo -un amplio estudio y propuestas- que convierten los territorios palestinos en bantustanes—-las reservas en las que vivían los habitantes no blancos de Sudáfrica— un verdadero apartheid.

A cambio de tal complicidad del estadounidense, Israel, bajo los llamados Acuerdos de Abraham, normalizaría las relaciones de toda índole con los países árabes, lo que hoy es realidad con Emiratos Árabes Unidos, Bahrein, Sudán y Marruecos -Jordania y Egipto tienen desde hace tiempo relaciones diplomáticas y de toda índole con Tel Aviv.

Una normalización que es para bien, porque instaura la paz y la cooperación en Medio Oriente. Pero también para mal, porque los árabes, especialmente las monarquías del Golfo, en la euforia de las relaciones con el Estado hebreo, se olvidan de los palestinos y su derecho a constituirse en Estado. Aunque habrá de reconocerse que Saudi Arabia guarda las formas y, a pesar de la política atrabiliaria de Mohamed Ben Salman, príncipe heredero del Reino, continúa expresando su apoyo a la causa palestina.

Hoy Netanyahu no cuenta más con la complicidad criminal de Trump. Tiene enfrente a Joe Biden, que, además de estar reviviendo el pacto nuclear con Irán, ha enterrado el Acuerdo del Siglo, renovó su apoyo a la solución de dos Estados -la que, derivada de resoluciones de Naciones Unidas, es avalada por la comunidad internacional- y vuelve a apoyar económicamente a los palestinos. Aunque es de criticarse al mandatario estadounidense que no lance iniciativa alguna para revivir el proceso de paz entre israelíes y palestinos, en punto muerto desde 2014.

El primer ministro participó, como es obvio, en el acuerdo de alto al fuego con Hamas en la reciente explosión, en mayo, de violencia bélica, grave, que ha dejado muertos y daños materiales; y ha reavivado odios entre las comunidades israelí y palestina. Aunque, para un amplio sector de los israelíes, Netanyahu se mostró débil contra Hamas y la Jihad islámica en sus ataques de 2018 y 2019, y por ello han vuelto a atacar.

Esta situación, los problemas del premier con su antiguo aliado Benny Gantz que desestabilizaron su administración, y su incapacidad para formar nuevo gobierno, después de cuatro elecciones, hicieron que el presidente Reuven Rivlin diera tal encomienda al líder centrista Yair Lapid, quien está a punto de finiquitarla exitosamente. De suerte que Netanyahu debe irse.

 

¿Pacto contra natura?

Las últimas noticias —el 9 de junio— sobre el futuro del gobierno, son que Yair Lapid, logró que otras siete fuerzas políticas suscribieran un acuerdo de legislatura.

Aunque para lograr el acuerdo tuviera que ceder a uno de sus socios, Naftali Bennett que sea, durante dos años, primer ministro. Transcurrido ese plazo, Lapid ocupará el cargo.

Este llamado “bloque del cambio” lo integran tres partidos conservadores: Yamina -de Bennett- Nueva Esperanza -del exministro del Likud Gideon Saar- e Israel Nuestro Hogar -de Avigdor Lieberman; dos de centro: Yesh Atid, del propio Lapid, y Azul y Blanco -del exgeneral y ministro de Defensa Benny Gantz; dos de izquierda; el laborista Avoda -de Merav Michaeli- y Meretz -de Nitzan Horowitz. Cuenta el “bloque”, además, con el apoyo de Mansur Abbas, cabeza del partido islamista árabe Raam.

De la semblanza de los firmantes destaco, que Bennett es un líder ultranacionalista, que en el pasado dirigió el consejo que agrupa los asentamientos judíos de Cisjordania, ha vivido en uno, a pesar de ser ilegales según el derecho internacional y ha defendido sin complejos su anexión definitiva a Israel. Será el primero en portar la kipa en el parlamento cuando jure su cargo.

Avigdor Lieberman, inmigrante de la URSS, ultraderechista y racista, es partidario de revisar la ciudadanía de la minoría árabe israelí, a la que desearía ver fuera del Estado. Yair Lapid ha sido actor, es escritor, periodista, director de televisión y presentador de noticias; y fundó su partido en 2012.

Merav Michaeli encabeza el partido laborista, de izquierda, que esta mujer intenta revivir. Nitzan Horowitz es el primer hombre abiertamente homosexual, que lidera un partido político.

Finalmente, Mansur Abbas, líder del partido Raam, un pequeño partido árabe islamista, participará en el gobierno, lo que sucede por primera vez en los 73 años de historia de Israel -que un partido árabe integra el gobierno.

Las formaciones de la izquierda Avodá y Meretz, a pesar de sus reservas a pactar con partidos extremistas de derecha, religiosos algunos, consideran un “mal menor” aliarse con un líder como Bennett, más halcón que el propio Netanyahu. Con tal de “espantar al diablo”: sacar del gobierno a Bibi.

Hay que decir, en descargo de los líderes extremistas, que han moderado sus expresiones -Bennett, por ejemplo, que se rehusaba a cualquier trato con los árabes israelíes, acaba de decir que Mansur Abbas, el dirigente árabe musulmán, es una persona decente.

Desafortunadamente, entre los grupos extremistas, religiosos, se están generando expresiones de violencia y amenazas contra Bennett, que más de un analista asemeja, con alarma, a la violencia y amenazas proferidas contra Rabin en vísperas de su asesinato.

Lo cierto es que este pacto “contra natura”, este “Va por Israel”, frágil, hace pensar que el “Va por México” tiene en verdad posibilidades de actuar si continúa concertando, más allá de las concertaciones exitosas en general, para competir en los recientes comicios mexicanos. Hay que tener presente, en todo caso, que una manera en la que avanza la democracia es a través de negociaciones y acuerdos entre las personas y entre los partidos que actúan en la arena política.

Vuelvo a Netanyahu, para comentar que lucha con ferocidad, usando todas las armas, para evitar su desalojo del poder: Ahora intenta convencer a parlamentarios de los partidos que suscriben el pacto, que no lo apoyen, lo que es peligrosísimo porque el acuerdo se mantiene merced a una fragilísima mayoría. Hoy por hoy, el diabólico Bibi podría estar convenciendo a Nir Orbach, del partido Yamina, que no firme el acuerdo.

Más peligrosas aún, son ciertas declaraciones, emitidas por el premier o provocadas por él, como la de que el acuerdo entre izquierda, centro y derecha es un gran fraude y que sus autores deben ser repudiados. Lo que recuerdan a Trump cuando convocó a sus partidarios a tomar el Capitolio de Washington, el 6 de enero.

El comentario de Shira Rubin en el Washington Post del 6 de junio, dice que la Seguridad interior de Israel (Shin Bet) ha advertido sobre “la violencia de las turbas al estilo del 6 de enero” ante la salida de Netanyahu.

Veremos, en todo caso, si este “Va por Israel”, de difícil digestión, pero testimonio de una democracia viva y en acción, se realiza.

 

Asignaturas pendientes

Primero, el acuerdo de gobierno por los partidos que pretenden “expulsar al diablo”, que urge suscribir, para normalizar el funcionamiento de una administración, cuyos presupuestos generales no han sido aprobados desde finales de 2018, debido al bloqueo político que llevó a cuatro elecciones parlamentarias.

Enseguida, el tema palestino, que exige retomar las negociaciones para la creación, con todas sus atribuciones legales, políticas y administrativas, del Estado palestino, conviviendo en paz y el reconocimiento mutuo con el Estado de Israel. Cuestión que requiere tanto de la presión internacional -Estados Unidos, Unión Europea, etc.- como de fuertes negociaciones en el gobierno de Tel Aviv, entre quienes aceptan la tesis de “dos Estados” y los que la rechazan.

Como, por otra parte, está tomando forma la propuesta alternativa, de asimilar a los árabes israelíes, vale decir palestinos -más del 20 por ciento de la población- como “nacionales” de Israel, será indispensable reconocerles ciudadanía y absolutamente todos los derechos de una ciudadanía plena.

Lo que nos lleva a un tema grave: la Ley Básica de la Nación Estado de Israel, aprobada en julio de 1968 por 62 votos a favor, 55 en contra y dos abstenciones, que se propone “asegurar el carácter de Israel como el Estado nacional de los judíos”, los únicos a los que se reserva el derecho de autodeterminación. Promueve el desarrollo de asentamientos judíos -es decir, las colonias judías que se están asentando en territorios palestinos. Y consagra al idioma hebreo como “lengua oficial”, retirando esta condición al árabe.

Tan polémica ley ha sido rechazada, no solo por las minorías residentes en Israel y el sector liberal del país -38 por ciento- sino también por el mundo judío fuera de Israel, especialmente la población judía de Estados Unidos. Y, desde luego, constituye un obstáculo insuperable a la incorporación de los palestinos como ciudadanos de Israel, con todos los derechos humanos y de ciudadanos.

La solución del tema palestino desactivará la violencia asesina de Hamas -la yijad- y no requerirá de la respuesta violenta, asimétrica, de Israel, con su saldo de víctimas y daños materiales.

Último punto, que por si solo exige espacios y comentarios extensos, es el de la religión en un Estado laico, que se ostenta moderno. Un grave desafío ante las comunidades -no pocas- y líderes fundamentalistas, que pretenden que Israel sea una suerte de Irán, gobernado por rabinos en lugar de ayatolás.