La “Santa Alianza”

El primer viaje del presidente Joe Biden al extranjero lo condujo a Europa, donde participó en las cumbres del G7 y de la OTAN. Visitó Bruselas, para hacer patente la amistad de Estados Unidos y Europa, que el perverso charlatán Trump se empeñó en romper. Se reunió, además, en Ginebra, con el presidente ruso Vladimir Putin.

El mensaje central de esta tournée del americano, repleta de temas importantes y en la que participaron personalidades de relevancia mundial, desde una reina hasta los líderes y sus equipos de expertos, de casi todos los países más poderosos de la tierra, fue: America is back on the world stage —“Estados Unidos está de vuelta” en el escenario mundial—.

Tal declaración y la presencia en las cumbres y en la sede central de la Unión Europea, de este respetado profesional de la política, de rica experiencia en política exterior, fue recibida con satisfacción —diríase que con júbilo— por sus anfitriones europeos y por los dirigentes de otros países parte del G7 o de la OTAN, así como por India, Corea del Sur, Australia y Sudáfrica, invitados especiales del Reino Unido a la cumbre del G7, celebrada en la localidad costera británica de Cornualles.

Al margen de los mencionados encuentros tuvo lugar la firma, por Biden y el premier británico Boris Johnson, de una nueva Carta del Atlántico, en la que defienden y se comprometen a promover la democracia y los valores liberales. Johnson, por otro lado, aspira a conseguir un ambicioso acuerdo comercial con Washington. Aunque, por otro lado, enfrenta el grave problema de desestabilización y violencias en Irlanda del Norte, que el Brexit y la arrogancia del premier han provocado.

Sin embargo, el cónclave del G7, las siete mayores economías —el 45% de la riqueza en el mundo— reunidas del 11 al 13 de junio, arrojó resultados muy interesantes e importantes, entre otros, el anuncio de la donación de mil millones de vacunas contra la Covid a países necesitados —soft power— para competir con las vacunas china y rusa; el compromiso con una “revolución verde” contra el calentamiento global y la contaminación de la atmósfera, provocada principalmente por los países mega-industrializados; y la decisión de gravar a las grandes empresas con un impuesto de al menos el 15%, más el exhorto a los países del G7 de gastar, sin miedo a la inflación, “que será pasajera”, a fin de revitalizar la economía después de la pandemia.

Destaca entre los acuerdos la iniciativa denominada Build Back Better World (B3W) —Construyamos un mundo mejor— cuyo objetivo es la construcción de infraestructuras en países de renta media y baja: África, Asia, Latinoamérica. Una iniciativa que, por otro lado, es la contrapartida occidental al gigantesco y ambicioso proyecto de China, llamado “Las nuevas rutas de la seda”.

El G7, por otro lado, pidió a Pekín respetar los derechos humanos de la minoría musulmana de los Uigures de Xinjiang y en Hong Kong; aunque tanto el presidente francés Macron como Biden, precisaron que el Grupo no estaba en conflicto con China. Asimismo, la cumbre solicitó a Moscú cesar con sus actividades de desestabilización, que pida cuentas a los responsables de ataques cibernéticos desde su territorio; y, desde luego, respetar los derechos humanos.

Otra cumbre a la que asistió Biden fue de la OTAN, en Bruselas, el 14 de junio. En ella aseguró a sus miembros —además de Estados Unidos, Europa incluida Turquía y Canadá— que, para Washington, la cláusula colectiva de defensa de la Alianza Atlántica el ataque a un Estado miembro supone un ataque contra todos: el artículo 5, que así lo prescribe, es una “obligación sagrada”. La declaración y el énfasis que hizo de ella el mandatario significaba el rechazo contundente a las afirmaciones ofensivas de Trump, reclamando a los europeos “lo mezquino” de sus aportaciones al presupuesto de la Alianza.

Las seguridades ofrecidas por el actual mandatario estadounidense no impidieron que se insistiera, particularmente entre los países que estuvieron en la órbita soviética, en “la amenaza rusa” a la seguridad y a la democracia. Consecuentemente, se hizo visible el tema del ingreso deseado por Ucrania, a la OTAN, que Moscú declaró que lo consideraría una agresión.

El tema de China estuvo también presente, después de que la OTAN definiera a Pekín, por su autoritarismo, y su creciente poderío militar —está expandiendo su arsenal nuclear, dijo Jens Stoltenberg, secretario general de la Alianza— como “desafío sistémico” a la seguridad. Lo que, como es lógico, dio lugar a las reclamaciones del gigante asiático, hablando de las “calumnias” de los occidentales, pues su arsenal nuclear —añadió— es inferior al de los países de la OTAN y no hará uso de él.

Comento, como mera curiosidad, que en el programa de Rina Mussali, Vértice Internacional, que se ocupó de las cumbres y encuentro bilateral que estoy tratando en este artículo, fue mencionado el interés que alguna vez se planteó, de que México se adhiriera a la OTAN. Lo que es un despropósito, como observaron los participantes en el programa.

Los cónclaves del G7 en Cornualles, Reino Unido, de la OTAN en Bruselas y la visita de Biden a la sede, también en Bruselas de la Unión Europea, no solo dieron cuenta del retorno de Estados Unidos al escenario mundial, como dije, sino que sellaron la alianza de Washington con la Europa “de las libertades” y su construcción por excelencia, la Unión Europea.

Así lo constatan los encuentros del americano, entre sonrisas de Angela Merkel, el brazo por la espalda con Emmanuel Macron, la risa de la Reina de Inglaterra, y el toque familiar de la presidenta von der Leyden de la Comisión Europea, llamándolo “Querido Joe” -como lo reseña Amanda Mars, corresponsal en Washington de El País. El reverso de la moneda de los ríspidos contactos con Donald Trump.

La “Santa Alianza” —de las democracias liberales y no del l’Ancien Régime, como fue en su origen, en 1815— se había recuperado: Sin embargo, el “fantasma de Trump” no se ha apartado de las preocupaciones de los europeos, líderes políticos y analistas, que, en primer término, se preguntan sobre la salud de la democracia estadounidense —así lo señala una encuesta del Pew Research Center— a la luz del asalto del 6 de enero al Capitolio en Washington por una suerte de terroristas que responden al sentir de los millones de adeptos al expresidente y a su cantaleta de que le robaron la presidencia.

En este orden de ideas, los europeos —además de políticos, analistas y ciudadanos de a pie— también se inquietan de que los ambiciosos y visionarios acuerdos concertados en las cumbres, algunos de los cuales necesitan la aprobación del congreso estadounidense, pudieran ser echados abajo o por lo menos entorpecidos en las cámaras por los republicanos. Ya que hoy, desafortunadamente, los líderes y no pocos otros políticos de el Grand Old Party están obnubilados por Trump y se han propuesto obstaculizar al gobierno de Biden. Dice Dan Balz, corresponsal de The Washington Post, hablando de la democracia estadounidense, que “el resto del mundo está esperando ver si Biden o cualquier otra persona puede arreglar lo que está roto”.

 

El enemigo malo y la cumbre Biden-Putin

Así como un viejo catecismo católico calificaba a Satanás, no pocos europeos y estadounidenses —y de todo el mundo— colocarían esta etiqueta a Rusia y China, las dos potencias de estatura mundial que podrían cohabitar con Estados Unidos y Europa como socio menor de Washington. De ahí que Biden, el G7 y la OTAN se ocupen de estos “Satanes”..

El programa de la gira europea del mandatario estadounidense incluía un tête à tête, obligado, con Putin, después de un intercambio de graves críticas y de la sospechosa relación que mantuvo Trump con el presidente ruso. Después, incluso, de que Biden hubiera confirmado el dicho de un reportero de que Putin es un asesino.

La reunión tuvo lugar el 16 de junio, en la espléndida Villa La Grange, en Ginebra, a orillas del lago Leman, para restablecer un diálogo “congelado”, sin esperar resultados espectaculares y para dejar claro su papel en el tablero geopolítico mundial —lo que evidentemente no requiere hacer Washington, pero sí el Kremlin—.

Señal de éxito simbólico —y también real— de las conversaciones fue el retorno de los embajadores estadounidense a Moscú y ruso a Washington, así como el anuncio de un posible canje de prisioneros. Y, sobre todo, el acuerdo de celebrar consultas sobre ciberseguridad y seguridad estratégica -vale decir—, la limitación del armamento nuclear: “Hoy reafirmamos —dijeron ambas partes— que una guerra nuclear no puede ser ganada y jamás debe declararse”. Una declaración casi idéntica a la de Gorbachov y Reagan en 1985.

Aunque no hubo precisión alguna sobre un calendario de consultas, debe recordarse que este febrero Putin y Biden acordaron prolongar por cinco años el tratado New Start, sobre el tema.

Se habló de los derechos humanos, que son el ADN —dijo Biden— de Estados Unidos, Europa y Occidente, y, por consiguiente, del caso Navalny, que el mandatario ruso considera un delincuente común. Asimismo, de la soberanía de Ucrania, que el Kremlin ha violado apropiándose de Crimea y controlando parte del territorio ucraniano -al sur y al este.

La reunión, preparada al detalle, marchó sobre rieles, en contraste con la entrevista, en Helsinki en 2018, de Trump y Putin, en la que, durante la conferencia de prensa, el estadounidense dio la razón a Putin, contra lo que decían los servicios de información americanos sobre la injerencia de Moscú en las elecciones de Estados Unidos.

Los comentarios, en comparecencias por separado, ante los medios, consideraron que el encuentro fue “constructivo” y ambos presidentes se expresaron de manera respetuosa sobre su contraparte. Putin habló del pragmatismo y la experiencia de Biden y de que ambos hablaban el mismo lenguaje. Hizo, además un reconocimiento a los valores morales de Biden, hombre religioso y de familia.

Aunque frente a la exigencia de Biden y Occidente de respeto a los derechos humanos, hizo notar que Estados Unidos mantiene una prisión en Guantánamo, tuvo prisiones secretas de la CIA, bombardeó a civiles en Afganistán e Irak, y es escenario de movimientos como Black Lives Matter, que exigen el cese de la represión a los negros y el respeto a sus derechos humanos.

Moscú reclama —hace notar Piotr Smolar, enviado especial de Le Monde al encuentro de Biden con Putin— respeto a su rango de gran potencia, que su economía, sin embargo, no justifica. Añadió el analista que, “seduce más a Moscú ser temido que ser respetable.”

Aunque ciertamente, por las exigencias de la real politik, mientras en Europa los países ex comunistas —Polonia de manera destacada, y los bálticos— se desgañitan contra Moscú, Macron es un permanente propulsor del diálogo con Rusia y Alemania es medida en sus críticas, pues depende del petróleo ruso.

El otro “enemigo malo” de Occidente es China, que, por su creciente armamentismo y la opacidad de su información al respecto, es prioridad, central, para la OTAN. Lo que ha dado lugar a una airada respuesta de Pekín, calificando de calumnias la información y comentarios de la Alianza,

China es, igualmente denunciada, por enésima vez de la violación grave y permanente de los derechos humanos de la minoría musulmana uigur en la región de Xinjiang, así como en Hong Kong, para el que la OTAN y específicamente Estados Unidos y la Unión Europea piden un alto grado de autonomía.

Al mismo tiempo que se destaca la importancia que tiene para la paz y la estabilidad de la región mantener el statu quo del estrecho de Taiwán y se exige una investigación de los orígenes de la pandemia para descubrir de dónde salió.

Hay que hacer notar, por último, que, sin perjuicio de la justificación que pudieran tener las críticas al gigante asiático, no siempre pueden separarse del hecho de que hoy Pekín compite con Estados Unidos por el liderazgo en el mundo.

 

Los focos rojos en el escenario mundial

Son múltiples. A título indicativo menciono estos: Birmania, víctima de una dictadura militar sangrienta, que tiene prisionera a la emblemática líder política Aung San Suu Kyi. Bielorrusia, cuyo dictador se apoya en Putin para reprimir a la oposición. Ucrania, asediada por Rusia que le arrebató Crimea y gobierna, a través de personeros, una gran parte del país. Gaza y Cisjordania, verdugo y víctima de Israel. Mali y el Sahel, sufriendo el terror de los fundamentalistas islámicos.

¿Irán? En vísperas —todo hace pensar que así será— de concertar con sus contrapartes la rehabilitación del convenio nuclear, una buena noticia. Pero con la mala nueva de que las elecciones presidenciales, brutalmente restringidas por el Guía Supremo, ayatolá Sayed Ali Jamenei, desautorizando a los candidatos moderados, consagraron como presidente al ultraconservador Ebrahim Raissi.

 

Mundo de hoy y de mañana

Después de estos comentarios sobre los actores internacionales clave del mundo de hoy, hago referencia al analista y experto británico en geoestrategia Tim Marshall, quien afirma que sigue vigente la tesis de inicios del siglo XX, de que “Estados Unidos, Europa, las repúblicas de Asia Central, China y Rusia se ubican en la zona más relevante y decisiva del mundo. Lo que sucede aquí afecta a todo el mundo. En cambio, lo que pasa en América Latina, en realidad, no afecta más allá. Lo que pasa en África tampoco”.