Con la pandemia y el consiguiente encierro, se hizo necesario contar con opciones para seguir llevando a cabo reuniones ya sea con motivos laborales, escolares, seguir en contacto con amigos o familiares, incluso para unirse a grupos en los que se comparte un interés común.
De hecho, esto impulsó aplicaciones como Zoom, Google Meet y algunas otras, que desde la computadora personal o algún dispositivo móvil permitían realizar las llamadas reuniones virtuales con una variedad de motivos, pero también obligó a sus usuarios a cambiar algunos de sus hábitos durante el encierro –o el home office– y hasta a arreglar sus hogares.
Así, ahora se tiene que contar con un lugar con vista agradable para servir de escenografía para las juntas virtuales, incluso se venden libreros simulados para usarlos como fondo para las reuniones o en algunos canales de YouTube se dan consejos para tener una escenografía virtual que permita usar imágenes de oficinas, playas o algún otro lugar para ambientar el encuentro.
Y ni que decir del arreglo personal, pues no importa que no se salga de casa, hay que vestir presentable para las juntas que, gracias a la tecnología, pueden ser a cualquier hora del día.
Esto ha provocado que mucha gente, que lo expresa en sus redes sociales, señale su odio hacia esta práctica, argumentando que no hay razón para usar aplicaciones de videoconferencia –pues una llamada grupal telefónica o un chat en un servicio de mensajería instantánea resuelve el tema–, que las reuniones se alargan demasiado y que se consumen más datos en Internet.
En fin, odiadas por algunos, necesarias para otros, las juntas virtuales parece que llegaron para quedarse como parte de nuestra cotidianeidad, las usemos para trabajo, la escuela o como parte de nuestra convivencia social.