Tal y como lo pronosticaban los sondeos, la segunda vuelta de los comicios presidenciales en Perú —la primera tuvo lugar el 11 de abril pasado, en la que votó el 70 por ciento del total: 25 millones de ciudadanos en una nación donde el voto es obligatorio—, desembocarían en un empate técnico el domingo 6 del mes en curso, después de una campaña significada por la polarización (como ya se está haciendo costumbre en todo Hispanoamérica) y la exacerbación de los miedos. Durante esa jornada dominical los peruanos debieron elegir a su próximo presidente, que gobernará cinco años desde el 28 de julio del año en curso hasta el 28 de julio de 2026. Los contendientes son, en orden alfabético, José Pedro Castillo Terrones (Tacamba, 19 de octubre de 1969), dirigente campesino, profesor de primaria y político de izquierda, y Keiko Sofía Fujimori Higuchi (Lima, 25 de mayo de 1975), la polémica heredera del clan de origen japonés que ha marcado la historia reciente peruana, a la sombra del ex presidente Alberto Fujimori, que gobernó al país de 1990 al 2000. El primero es un sindicalista de la educación de orientación marxista (comunista le achacan algunos) del que se teme que repita en la nación andina los pésimos errores del venezolano Hugo Chávez Frías, creador del populista sistema bolivariano que anda en boga por Sudamérica.
La movilización en Perú fue total. El país vivió una de sus campañas más tensas de los últimos años. Muy áspera, que a dividió a la sociedad peruana. La hija de Fujimori Inomoto en esta ocasión hace su tercer intento por hacerse de la Presidencia. Estas elecciones han sido atípicas, pues por primera vez en la historia un candidato de izquierda accede al balotaje, asumiendo la representación de un movimiento social que trata de poner punto final a la decadencia de la clase política del país.
Al escribir este reportaje, el conteo de los votos se hace escrupulosamente. En momentos uno ha estado sobre el otro, y poco después, al contrario. Cualquier que sea el desenlace, el país se enfrenta a un escarpado camino. Los dos adversarios tendrán que seguir lidiando con pandemia del COVID-19 que ya ha causado casi 200,000 muertos. La pregunta de Mario Vargas Llosa “¿Cuándo se jodió el Perú?”, en su novela Conversación en la Catedral, de 1969, es tan vieja como la edad de Pedro Castillo. No fue retórica, sino la presentación de la realidad peruana que ahora es más clara que nunca.
La socióloga y analista internacional, de origen peruano, Lucía Damert, describe a la descendiente de Fujimori como “una política profesional muy poco empática con tres campañas presidenciales a cuestas”,la única actividad que se le conoce, y quien “representa a Lima y a la política tradicional de infinidad de promesas entendida como la entrega de regalías a los más pobres”. Por lo mismo, Keiko, la lideresa de Fuerza Popular, se beneficia del respaldo de los poderes económicos que se enriquecieron con la presidencia de su padre —que cumple 25 años de cárcel por delitos de corrupción y de crímenes de lesa humanidad—, beneficiándose de las privatizaciones y exenciones, “por eso no es extraño que la apoyen, pese a que ella estuvo más de un año en la cárcel mientras se le investigaba como integrante de una organización criminal”. Sus propuestas económicas son neoliberales y ha buscado la jefatura del Estado como una huida hacia adelante, para nulificar los varios procesos que enfrenta, al tiempo que intenta sacar a su progenitor de la cárcel. En parte lo logró, pero la justicia lo regresó tras las rejas.
Por su parte, Pedro Castillo, empezó a dar a conocer su nombre fuera de su natal Cajamarca —a unos 900 kilómetros de la hermosa Lima—, cuando encabezó una huelga magisterial de 75 días en la que reclamaba condiciones dignas para ejercer la docencia. El candidato de Perú Libre, hizo campaña en pequeñas comunidades a las que los tradicionales políticos peruanos no llegan, con propuestas como la reforma agraria, la búsqueda de mecanismos para que la riqueza generada por los recursos naturales beneficie a los peruanos y no a las transnacionales, o con la convocatoria a una asamblea constituyente que redacte una nueva Constitución acorde con las reiteradas exigencias sociales. Aboga por una mayor participación del Estado en la economía, no obstante avala la importancia de la inversión privada. En lo social, Castillo es claramente conservador, pues es contrario a la despenalización del aborto y al casamiento entre personas del mismo sexo.
Los últimos presidentes del Perú se han enredado en líos con la justicia. Ollanta Humala y esposa han caído en la cárcel, por supuestos negocios “en efectivo” con la constructora brasileña Odebrecht. Otro mandatario, Kuczynsky tuvo que renunciar acusado de corrupción, y otros que no pudieron terminar sus respectivos periodos por cuestiones parecidas.
Por una razón o por otra, las elecciones en Perú siempre sufren sobresaltos. En la que está a punto de terminar, el Premio Nobel de Literatura, el famoso Mario Vargas Llosa —que en su momento quiso jugar a la política y perdió el ímpetu precisamente frente a Alberto Fujimori—, poco antes del balotaje entre Keiko y Castillo, le puso candela al asunto reiterándole su respaldo a la hija de su ex adversario “para salvar al país de la incompetencia, la censura y la pobreza que traería el comunismo”. Así, en una de sus famosas columnas periodísticas dominicales “Piedra de toque”, titulada En la cuerda floja, que publica en el periódico español El País, reveló que “desea ardientemente que Keiko Fujimori gane la elección” en Perú, para evitar el triunfo del candidato izquierdista Pedro Castillo, pues considera que un triunfo del profesor rural significaría un cambio de sistema similar al que se vive en Cuba, Venezuela y Nicaragua.
En la columna citada, el autor de La guerra del fin del mundo —sin duda uno de sus mejores textos—, agrega: “Si Pedro Castillo gana la elección, el marxismo-leninismo-mariateguismo (así lo definen sus huestes) llegará al poder oleado y sacramentado con los votos de los peruanos”. Y, convencido de que Keiko no seguiría los malos pasos de su padre en el gobierno, Vargas Llosa no olvidó que la había criticado en las elecciones de 2011 y 2016 —las dos ocasiones anteriores en las que había intentado llegar a la Presidencia del Perú—; y, aclaró: (la señora Keiko) “ha pedido perdón públicamente por sus errores del pasado y ampliado considerablemente su equipo de gobierno, incorporando a antifujimoristas convictos y confesos, y comprometiéndose a respetar la libertad de expresión, al Poder Judicial y a entregar el mando luego de los cinco años como establece la Constitución”.
En fin, el octogenario Premio Nobel, en su Piedra de Toque citada, indica que (Perú) “es un blanco favorito en lo inmediato para el eje cubano, venezolano, boliviano y nicaragüense”, y advierte que en caso de que gane Castillo, Perú no volverá a tener elecciones limpias. “Las supuestas *consultas* electorales serán idénticas a esas farsas colectivas de Cuba, Venezuela y Nicaragua”.
Dadas las circunstancias, es probable que Vargas Llosa tenga que tragar gordo, pues es posible que Pedro Castillo sea el próximo presidente de Perú. Al mediodía del martes 8, cuando todavía escribo la ISAGOGE del próximo domingo 13 de junio, se continúan contando los votos de la segunda vuelta de estos comicios. Castillo pasó al primer lugar con el 50.28 por ciento de los votos contra 49.72 por ciento de Keiko Fujimori, con el 96.37 por ciento del escrutinio, en un proceso con final abierto de acuerdo a los informes de las autoridades electorales. Hasta ese momento la diferencia a favor del socialista era de 95,540 votos. La diferencia no llega al punto porcentual. Por eso no se puede afirmar quién ha ganado. Posiblemente no haya un resultado claro y definitivo hasta por la noche del martes o la madrugada del miércoles 9.
Ambos candidatos se comprometieron a reconocer el veredicto de las urnas. Fujimori llamó desde Lima a la “unidad y la reconciliación” en un país marcado por la división política y la polarización. Castillo, a su vez, desde la pequeña localidad andina de Tacabamba, donde ha trabajado durante años como maestro de escuela rural, llamó desde Twitter a sus seguidores y a los representantes del Perú libre en los colegios electorales a vigilar la limpieza del recuento electoral.
No es la primera vez en la historia reciente del Perú que la Presidencia se dirima por unos cuantos miles de votos. En el anterior intento de Keiko por llegar a la Casa de Pizarro, frente a Pedro Pablo Kuczynski en 2016, se frustró por el estrecho margen de 42,000 papeletas. En aquel entonces, Keiko arrancó el escrutinio en cabeza para ver finalmente cómo se evaporaba su ventaja. Antes de perder con Kuczynski en 2016, lo hizo frente a Ollanta Humala en 2011.
Si pierdo otra vez, Keiko afrontará un proceloso horizonte político y legal. Acusada de financiar ilegalmente a su partid, Fuerza Popular, con dinero de la constructora brasileña, que ha confirmado haber pagado a políticos latinoamericanos y estadounidense, la Fiscalía pide para ella 30 años de cárcel. Para muchos en la nación peruana, la mayor de los hermanos Fujimori simboliza la pervivencia del oscuro legado de su padre y cumple una condena por delitos de corrupción y la creación de escuadrones de la muerte que durante sus diez años de gobierno asesinaron a civiles sospechosos de simpatizar con Sendero Luminoso. Por otra parte, los analistas señalan que en esta elección muchos votos por el profesor rural son en realidad una protesta contra el fujimorismo.
Sea quien sea el nuevo presidente, tendrá como primer objetivo que Perú supere la pandemia. Perú es el país con mayor tasa de mortalidad reconocida del mundo. Después tendrá que enfrentar los retos de la estabilización política y la recuperación económica. Ni para Fujimori, ni para Castillo serán tareas fáciles.
En fin, mientras escribo aún se escrutan los votos del interior del Perú, aquellos que están más alejados de las mesas de cómputo electoral de la ONPE, así como las mesas en que votaron los peruanos en el extranjero. De acuerdo a las encuestas de boca a boca, el Perú rural ha votado mayoritariamente por Castillo, mientras que los electores en el exterior, más de un millón de personas, votaron en una proporción de 70-30 a favor de Fujimori. Como en las carreras de “caballos parejeros”, una final de fotografía, en las que dos propuestas, a ambos extremos del espectro ideológico, han dividido a Perú en facciones que buscan conservar la política y la economía como las últimas tres décadas, otro que exige un cambio radical. Muy pronto se sabrá. VALE.