“Non hay sin noche, día

nin segar sin siembra

nin sin caliente, fría

nin risa sin llanto”.

Dom Sem Tob

 

Para el país en su conjunto, pero muy particularmente para los habitantes de una megalópolis que en 1991 contaba con un poco más de 15 millones 500 mil habitantes, el anunciado eclipse total de sol provocó una enorme expectativa entre la población.

El fenómeno  solar,  anunciado por medios de comunicación como “El Eclipse del Siglo”, acaparó a todos los sectores de la población capitalina, a grado tal que el Gobierno de la República determinó crear una “Comisión Intersecretarial” a fin de “orientar correctamente a la población sobre los riesgo o peligros de observar el fenómeno celeste de forma directa”, propiciando una pujante industria de “filtros especializados” para mirar con toda seguridad oftalmológica un fenómeno que sí afectó a algunas decenas de incrédulos que se arriesgaron a verlo de frente.

Todo fenómeno astronómico ha sido motivo de temores y recelos ancestrales y en esa ocasión lo ocurrido en el arco de sombra que se formó desde el archipiélago hawaiano hasta América del Sur no fue la excepción, lo que obligó a diseñar esa campaña informativa que pretendió contrarrestar los añejos atavismos y las predicas apocalípticas que se dejaban sentir en ciertos barrios y pueblos del otrora Distrito Federal.

Para los pueblos mesoamericanos sin excepción, los eclipses figuran el combate eterno entre deidades antagónicas, en este caso preciso Coyolxauhqui (La Luna) destronaría por varios minutos a Tonatiuh (El Sol) justo a la mitad de su carrera cotidiana, momento de su mayor potencia y esplendor, siendo eliminado de tajo por aquella a quien el sol tuvo que desmembrar para gobernar el espacio y el tiempo.

Esta narrativa preconizaba grandes cambios en esta tierra otrora rodeada de agua (Cem Anáhuac) y dada la duración del eclipse (7 minuto 02 segundo) se vaticinaba un lapso de tinieblas sobre la raza humana.

El importante fenómeno astral coincidió, además, con el reposicionamiento amañado del hegemónico PRI; tras su debacle en 1988 correspondió a Carlos Salinas de Gortari decretar la creación de la Comisión Intersecretarial, en tanto que Manuel Camacho Solís debió hacer frente al control de masas que se apostó en el espacio público más cercano a su domicilio, o a la concentración masiva registrada en el Zócalo, cuya convocatoria obedecía más al llamado de la cultura mexica que de otros convocantes.

Quienes presenciamos este ocultamiento solar hace tres décadas, traemos fresca en la memoria la obscuridad total en pleno día, y el viento frío que se sintió ante el ocultamiento solar y el silencio en que todos nos sumimos para presenciar “La noche más corta del siglo”, que a algunos de nosotros nos permitió recordar la cuarteta del Rabí palenciano del medioevo, Dom Sem Tob, para quien la indivisibilidad de los contrarios era una realidad.