Clitemestra
Comienzo esta sección con una frase que Esquilo pone en boca de Clitemestra: “No es afortunado aquel a quien nadie envidia.” (Agamenón, 939). Si se quisiera encontrar un modelo de feminista digna y valiente, una que pudiera serlo, y con muchos méritos, es Clitemestra. Amó, pero cuando la ofendieron, no perdonó.
A Tindáreo, que estuvo casado con Leda, le fue predicho que sus hijas serían famosas por sus adulterios. La profesía se cumplió. Helena, hija de Zeus y que pasaba por ser su hija, estando casada con Menelao huyó con París a Troya. A la muerte de éste se casó con otro hijo de Príamo, rey de los troyanos: Deifobo. También se decía que “habia tenido algo que ver” con el héroe Aquiles. Helena, siendo adolescente, fue raptada por Teseo. Provócó dos guerras, la de los Dioscuros: Cástor y Pólux contra Afidna y la de Troya. (Apolodoro, Bibliteca, 3, 10, 7 a 9).
Escribiré de Cliitemestra; antes lo hicieron los trágicos Esquilo y Eurípides; los mitógrafos, como Apolodoro; y viajeros, como Pausanias. Ellos presentan visiones diferentes, pero complementarias de ella.
Clitemestra estuvo casada en primeras nupcias con Tántalo, hijo de Tiestes. Muchos saben del odio que existió entre Atreo y su hermano menor Tiestes; ambos fueron hijos de Pélope e Hipodamía. Agamenón rey de Micenas y Argos, hijo de Atreo, heredó ese odio; asesinó tanto al esposo de Clitemestras: Tántalo, como a los hijos que la pareja había tenido. Después de cometido sus crímines Agamenón contrajo matrimonio con la viuda. Con ella tuvo hijos: Ifigenia y Orestes, entre otros.
Cuando la armada que iba a combatir a Troya se reunió en Aúlide y ser consultado el adivino Calcante respecto de la razón de que no hubieran vientos favorables para que la escuadra navegara, éste, en pocas palabras, le informó que para que soplaran los vientes era necesario el sacrificio de la hija que Agamenón había tenido con Clitemestra. A querer o no tuvo que mandar traer a su hija y sacrificarla. Con el tiempo, ante lo horroroso que implicaba el tener que aceptar un sacrificio humano en del mundo griego, los escritores posteriores, sobre todo los trágicos, inventaron que al momento en que iba a ser sacrificada, Ifigenia fue arrebatda y trasladada a Tauride. (Eurípides, Ifigenia en Áulide, 50 y siguientes).
La ausencia de Agamenón de Micenas y del lecho conyugal duró diez años. Obvio, “no lo iban a estar esperando”, como lo había hecho Penélope: íntegra y fiel. Mucho menos cuando el viajero Nauplio había informado a Clitemestra que su marido Agamenón, en Troya se estaba dando la gran vida “con mujeres y vino”. La cólera de Aquiles, narrada en el primer canto de la Ilíada, fue provocada por la posesión de una mujer cautiva. Agamenón, como jefe del ejército que sitiaba Troya, contra toda razón, había privado a Aquiles de la prisionera Briseida, que éste había capturado en una incursión; ella le había correspondido en el reparto del botín (Homero, Ilíada I, 387 a 393).
Clitemestra, ante tantas malas noticias, se agenció un amante: Egisto, miembro de la familia de Tiestes, a la que Agamenón más odiaba. De paso adoptó las providencias del caso para no ser sorprendida por su marido cuando terminara la guerra y, finalmente, regresara. (Esquilo, Agamenón, 1 a 31).
A la caída de Troya, Agamenón regresó a Micenas; traía consigo, entre otras, a Casandra, hija de Príamo y Hécuba, en calidad de cautiva y amante; con ella había tenido dos hijos gemelos. Fue el colmo del cinismo. Clitemestra no aguantó más; ella y su amante Egisto lo asesinaron en el baño del palacio; al resto de sus acompañantes los asesinaron donde los encontraron. Todavía se conserva el sitio del crimen. Orestes, el hijo de Agamenón y Clitemnestra, aún menor de edad, se salvó por haber huído por una puerta que aún lleva su nombre.
Una vez consumados los homicidios Clitesmestra y Egisto reinaron en Micenas; lo hicieron hasta que fueron asesinados por Orestes, hijo de ella y de Agamenón. “Clitemnestra y Egisto recibieron sepultura un poco más allá de la muralla; fueron considerados indignos de ser enterrados dentro, donde yacía el propio Agamenón y los que fueron asesinados con él.” (Pausanias, Descripción de Grecia, II, 16, 7).
Hasta aquí lo relativo a Clitemnestra. Los restos de Orestes fueron encontrados en tiempos históricos, en Tegea, medían siete codos (3.15 m). (Heródoto, Historia, I, 68, 3)
Erifilia, un collar y un velo malditos
En los mitógrados, la historia de Erifila o Erifile es simple; lo es por la parquedad de la información que nos llegó. Es compleja la historia del collar con el que la cohecharon; lo es por por lo contradictorio de las fuentes que hacen referencia a él, a su fabricante y a quién lo donó.
Entre los historiadores y mitógrafos griegos es muy importante el dato de quiénes fueron los padres de un Dios, un héroe o un personaje y de dónde era. Respetaré esa forma de proceder. Erifila fue hija de Tálao, rey de Argos y de su esposa Lisímaca o Lisianasa. Casó con Anfiarao, un adivino que era, además un guerrero.
Cuando se organizó la expedición de Polinices, hijo de Edipo y Yocasta, que se conoce como de los Siete contra Tebas, para recuperar el trono que usurpaba su hermano Eteócles, era necesaria la participación del guerrero y adivino Anfiarao. Éste, sabiendo que la expedición fracasaría y que los participantes morirían, se negó a formar parte de la expedición. Según alguna versión se negó simplemente a partir con los expedicionarios; para otros, con el mismo fin, simplemente se escondió. Para comprometer al adivino, Polinices sobornó a su esposa Erifila; le ofreció como regalo un collar muy valioso. Ella, con tal de hacerse del collar, obligó a su marido a participar exigiéndole cumplir un juramento que había formulado (Apolodoro, Biblioteca, III, 6, 2). Para otros, lo orilló a hacerlo a través de revelar el lugar donde se escondía (Higinio, Fábulas, LXXIII). Polinices, una vez que logró su objetivo, hizo entrega el collar. Por esa traición Homero califica a Erifila de torva (Odisea, XI, 326).
Los expedicionarios partieron hacía Tebas. Anfiararo, contra su voluntad, salió con ellos. Antes de partir hizo jurar a su hijo Alcmeón de que mataría a Erifilia, madre éste, por la traición (Apolodoro, Biblioteca, III, 2). La expedición fracasó; los hijos de Edipo y Yocasta: Polinices y Eteocles murieron en en el enfrentamiento (Esquilo, Los siete contra Tebas, 805 y 806). Anfiarao salió huyendo; ante su huída Zeus abrió la tierra junto al arroyo Ismeno, ahí desaparecióeron él, su auriga, caballos y carro. “Yendo de Potnias a Tebas, hay a la derecha del camino un recinto pequeño y en él columnas. Creen que en este lugar se abrió la tierra para Anfiarao y añaden que los pájaros no se posan sobre estas columnas ni ningún animal doméstico o salvaje come la hierrva que crece allí.” (Pausanias, Descripción de Grecia, IX, 3).
La anterior fue la primera vez que Erifila se dejó sobornar. Hubo un segundo soborno; corrió a cargo de Tersandro, hijo de Polinices. Para que ella convenciera a su hijo Alcmeón de intervenir en la segunda expedición contra Tebas, la conocida como de los Epígonos, recibió como “mordida” el vestido o velo que Palas Atena había regalado a Harmonía y que sus descendientes fueron heredando.
Alcmeón, despúes de la toma de Tebas, en cumplimiento de lo prometido a su padre Anfiarao y siguiendo las indicaciones del oráculo de Delfos, regresó a su patria y mató a su madre Erifila. (Apolodoro, Biblioteca, III, 7, 5).
El collar y el vestido o velo de Harmonía
Respecto del collar con el que fue sobornada existen versiones diferentes. Para unos era obra de Hefesto y que él se lo había regalado a Harmonía con motivo de su boda con Cadmo. Según Homero el collar era de oro (Odisea, XI, 327). El vestido o velo había sido tejido por las Gracias; fue el regalo que Palas Atenea hizo a Harmonía el día en que se casó con Cadmo. Las dos prendas eran fatales. Trajeron mala suerte a sus poseedores. Para evitar que ocasionaran nuevas tragedias, ambas fueron depositadas en Delfos (Pausanias, Descripción, VIII, 10); el collar fué robados por los tiranos de Fócide y terminó en Amatunte, en Chipre (Pausanías, Descripción, VIII, 41); de ahí no se volvió a saber nada de él.
“… el género de las mujeres es avaro; en efecto, Erifila vendió por oro la vida de su marido.” Cicerón, Invención Retórica, libro primero. 50, 94, pág. 57.
“A la mujer ni halagarla ni reñirle delante de otros, porque lo primero indica demencia, y lo segundo furor.” Diógenes, Vidas de los filósofos, libro primero, Cleóbulo, 3, pág. 30.
“… mandan sobre los hombres las mujeres y no tienen obligación de ir a la guerra ni de estar a pie firme junto a las trincheras ni de discrepar en las asambleas ni de ser interrogadas en los tribunales.” Luciano.,Obras IV, Diálogos de los Muertos, 9, pág. 172.
“Algunos son presa de tal locura que consideran que pueden ser ofendidos por una mujer. ¿Qué importa a cuál de ellas se dirijan, cuántos porteadores tenga, cuán cargadas sus orejas, cuán amplio su asiento? De cualquier modo, es un animal carente de inteligencia y, si no se les añaden conocimientos y gran erudición, es feroz y desmesurada en sus pasiones.” L. Anneo Séneca, Diálogos, Firmeza del Sabio, 14, 1, pág. 50.
“… en nada se diferenciaban de miserables mujeres…” Platón, Diálogos, Apología de Sócrates, pág. 14b.
“El deber de una mujer consiste en gobernar bien su casa, vigilar todo lo interior, y estar sometida a su marido.” Platón, Diálogos, Menón, pág. 206a.
Sócrates pregunta: “¿son las mujeres las que te parecen más sabias en las ciudades, o los hombres?” Hermógenes responde: “Los hombres.” Platón, Diálogos, Cratilo, pág. 256a.
Sócrates dice: “Sabes que nuestros mayores hacían un gran uso de la i y de la d, como se observa aún en las mujeres, que conservan por más tiempo el antiguo lenguaje.” Platón, Diálogos, Cratilo, pág. 277a.
Sócrates dice sobre el llanto: “¿No fue el temor de estas debilidades inconvenientes lo que motivó el haber alejado de aquí las mujeres?” Platón., Diálogos, Fedón, pág. 431b.
“… las mujeres son muy inferiores a nosotros en todo. No es que muchas mujeres no aventajen a muchos hombres en numerosos puntos; pero, en general, la cosa es como dices.” Platón, Diálogos, La república, libro V, pág. 516a.
Dice Sócrates: “De las mujeres declaramos que habría que armonizar sus naturalezas con las de los hombres de quienes apenas difieren, y darles las mismas ocupaciones que a ellos en la guerra y en todas las circunstancias de la vida.” Platón, Diálogos, Timeo, pág. 664a.
“Entre los hombres que recibieron la existencia, hubo algunos que se mostraron cobardes y pasaron su vida en la injusticia; todo hace suponer que en esta segunda existencia fueron metamorfoseados en mujeres.” Platón, Diálogos. Timeo, pág. 720a.
“En el camino a Olimpia… hay un monte escarpado con elevadas rocas. Se llama Tipeo. Es una ley entre los eleos despeñar desde éste a las mujeres que se descubra que han ido a los Juegos Olímpicos o incluso que han cruzado el Alfeo en los días prohibidos para ellas. Con todo, dicen que no fue cogida ninguna con excepción de Calipatira. Hay quienes la llaman Ferenice y no Calipatira. Ella, habiendo muerto antes que su marido, se disfrazó perfectamente como un entrenador y llevó a su hijo a Olimpia a luchar. Y cuando ganó Pisírodo, Calipatira, al intentar saltar por encima de la tapia donde tienen confinados a los entrenadores quedó desnuda. Así se descubrió que era mujer, pero la dejaron marchar sin castigo por consideración a su padre, sus hermanos y su hijo – pues todos ellos habían conseguido victorias olímpicas-; con todo promulgaron una ley según la cual en adelante los entrenadores entrasen desnudos en los Juegos.” Pausanias, Descripción de Grecia, libro V, 6, 7 – 8, p. 222.