El brutal asesinato del mandatario haitiano, Jovenel Moïse (de 53 años de edad), la madrugada del miércoles 7 de julio, cuando dormía en su casa, pone en claro que el país caribeño –que comparte la parte este de la isla La Española con República Dominicana–, oficialmente República de Haití (en criollo Repiblik d´Ayiti, y en francés République d´Haiti), es un Estado fallido, aunque la historia cuenta que proclamó su independencia el 1 de enero de 1804, seis años antes de que México hiciera lo propio. El magnicidio que enluta al país vaticina un largo periodo marcado por una lucha peligrosa y divisiva por el poder. Mientras las autoridades logran aclarar y capturar a los responsables de tan repudiado crimen –prácticamente todo mundo lamentó el magnicidio–, hasta los analistas menos pesimistas auguran un periodo de estancamiento social e institucional y el intento de maniobras políticas potencialmente peligrosas. No podía ser de otra manera, Haití está calificado como el décimo quinto país más pobre del mundo. Los primeros cinco lugares de la infamante lista de la pobreza mundial los ocupan cinco “naciones africanas”.
El crimen –todo indica que lo llevaron a cabo 28 mercenarios, de los cuales 26 eran de nacionalidad colombiana, cuyo modus vivendi es el que aprendieron desde su juventud: matar a sueldo–, ha desencadenado un vacío de poder de facto. Es claro que Haití se encuentra en un momento crítico: la pelea por el poder la dan el primer ministro interino Claude Joseph, y el nuevo primer ministro designado por el presidente Moïse 48 horas antes de ser acribillado (la autopsia reveló que recibió doce balazos de diferentes calibres, aparte de sufrir fuertes golpes que le rompieron una pierna y otros huesos, por lo menos), el galeno Ariel Henry, que debería haber tomado posesión de su puesto en la semana que acaba de terminar, con el encargo de formar un nuevo gobierno. Por ello, Henry defiende la decisión del desafortunado mandatario: “Soy un primer ministro designado. Claude era un Primer Ministro interino. Creo que tenemos que hablar entre nosotros. Se suponía que Joseph iba a quedarse en el gobierno que iba a formar”.
Hasta el momento de escribir este reportaje, el médico Henry no ha avivado la hoguera pero ya declaró que no está de acuerdo con el “estado de sitio declarado tras el asesinato…No creo que estemos en una situación que requiera esa situación. Creo que es un poco apresurado”. Sea como sea, el hecho es que en estas condiciones las elecciones presidenciales y legislativas previstas para el próximo 28 de septiembre –a poco más de dos meses–, tienen el riesgo de aplazarse sine die.
Pero las principales razones de la inestabilidad haitiana se encuentran en la crisis política que se desarrolló a raíz de las discusiones sobre la duración del mandato del difunto Moïse, amén de las condiciones económicas desfavorables en el país más pobre de Hispanoamérica y la creciente inseguridad que atenaza a la parte negra de la histórica isla. Asimismo, aunque las estadísticas de la pandemia de COVID-19 en Haití son un misterio”, lo cierto es que el Coronavirus ha agudizado las deficiencias sanitarias y las precarias condiciones de vida en el depauperado país. En los últimos diez años el Producto Interno Bruto (PIB) ha mejorado un poco desde los 662 millones de dólares a 765 millones de dólares. Lo que no evita que el 60% de la población haitiana sobreviva con menos de dos dólares diarios. Los cálculos de la ONU afirman que cuatro millones de haitianos sufren problemas de alimentación en un país con once millones de habitantes.
No es insólito que en Haití, dicen los expertos en la materia, el “principal riesgo” sea la inseguridad. Y aunque Claude Joseph con el propósito de calmar a la población asegure que el país “está bajo control”, esto no deja de ser una piadosa mentira, las evidencias lo desmienten. Los enfrentamientos entre las bandas criminales por el control de algunas zonas del país se han recrudecido en las últimas semanas. Un informe del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF) asienta que alrededor de 8,500 mujeres y niños se vieron obligados a abandonar sus hogares las dos primeras semanas de junio debido a la escalada de la tensión entre las pandillas de Puerto Príncipe, la capital del país. Otras 14,000 personas huyeron de sus hogares en los pasados nueve meses debido a la inseguridad. Por tal razón, analistas internacionales califican a Haití como un Estado fallido. Dadas las circunstancias, después del asesinato de Moïse, es alto el riesgo de que el país se hunda en el caos político e institucional en poco tiempo. Incluso, puede instalarse una dictadura militar; hace relativamente poco tiempo, en 2004, hubo una revuelta político-militar. No se olvide que en la región latinoamericana eran frecuentes los regímenes militares en la década de los 70 y 80 del siglo XX.
Ahora, la tensión es distinta, aunque existen grupos de poder muy fuertes derivados del narcotráfico o de las propias bandas crimínales que actúan en contra de la democracia y la estabilidad. No solo en Haití. En las recientes elecciones intermedias de México los partidos de oposición han denunciado el triunfo de la “narcodemocracia” en varios estados como Michoacán, Sonora, Veracruz, Guerrero, Nayarit y otros. El gobierno populista de Andrés Manuel López Obrador lo niega, pero el hecho es que la fuerza de la delincuencia y el número de muertos diarios son hechos innegables, durante los comicios y en la vida cotidiana.
Que Haití sea un polvorín que puede estallar en cualquier momento no es una posibilidad remota. Y que la zona del Caribe (insular y continental) se vea afectada, tampoco. Nicaragua está a un punto. Y mientras escribo, Cuba conoce movimientos de protesta en sus principales ciudades como no los había sufrido la isla desde hace varios años, cuando Fidel Castro todavía era el comandante que ordenaba “Patria o muerte”. Ahora, los jóvenes rebeldes que no pelean en Sierra Maestra ondean pancartas que dicen: “Patria o vida”. Vientos de fronda soplan en el Caribe, en Centro y Sudamérica.
¡Pobre Haití! Desde su Independencia, hace más de doscientos años, el infortunio no lo abandona. En los años transcurridos del siglo en curso dos millones de haitianos han emigrado en busca de un futuro próspero y seguro. El siguiente mandatario –quien logre serlo–, no la tiene fácil. Remontar la crisis presupone tres pasos difíciles: pacificar el país, celebrar elecciones democráticas y nivelar la economía. Y correr con suerte frente a los desastres naturales que han sido pesada losa en los instintos de despegue económico y social del infortunado país-
Hace poco más de once años, el 12 de enero de 2010 Haití prácticamente desapareció, devastado por un terremoto de magnitud 7 en la escala de Richter que causó 316,000 muertos, 350,000 heridos, miles de casas cayeron por tierra y el 60% de la infraestructura médica destruída. Ha sido el sismo más grave del país desde 1842: la República de Haití apenas sobrevivió, y no ha levantado cabeza hasta ahora. El huracán Matthew, en 2016, le dio la puntilla.
“La misión era detenerlo, no matarlo”
El miércoles 7 de julio, en horas de la madrugada, un comando de 28 hombres llegó a casa del presidente de Haití, Jovenel Moïse, en Puerto Príncipe, capital del país, haciéndose pasar por agentes de una supuesta organización extranjera –“que hablaban en español y en inglés”–. Inmovilizaron a los empleados domésticos, hirieron de gravedad a la esposa del mandatario Martine Marie Étienne Joseph (nombre de soltera) y al presidente lo remataron de 12 balazos. Saquearon la mansión y salieron como entraron, sin que nadie lo impidiera. ¿Y los guardias? Bien gracias. La viuda fue trasladada por vía aérea para recibir tratamiento médico en el hospital Jackson Memorial de Miami, Florida, EUA. La autopsia al cuerpo del mandatario mostró huellas de tortura, atribuidas a que al parecer se le trató de obligar a firmar una carta de renuncia a su cargo. Suposiciones que no han comprobado.
Según informó el viernes 9 de julio el periódico haitiano Le Nouvelliste, el juez de paz Clément Noël, que interrogó a dos de los supuestos miembros del comando asesino, James Solages y a Joseph Vincent, afirmó que el primero de ellos declaró que “la misión consistía en detener al presidente Moïse, en el marco de la ejecución de un mandato judicial de instrucción, no matarlo”. Pero, algo salió mal y el mandatario fue asesinado.
Tanto Solages como Vincent declararon que fueron contratados como intérpretes, que encontraron el “trabajo” por Internet y que la misión no era de asesinato. La policía haitiana por su parte, informó que el comando estaba formado por 28 personas, de las cuales 26 eran colombianas. A su vez, autoridades de EUA y Colombia, ratificaron que sus respectivos gobiernos ayudarían a Haití para las investigaciones correspondientes y las detenciones del caso.
The New York Times, a su vez, publicó que las autoridades estadounidenses enviarían personal del Federal Bureau of Investigation (FBI), y que el gobierno haitiano solicitó tropas para proteger en Puerto Príncipe las instalaciones del aeropuerto, las reservas de gasolina y otras infraestructuras claves del país, sumidas en confusión y crisis tras el asesinato del mandatario local.
El domingo 11 de julio, se supo que la policía haitiana detuvo a uno de los supuestos autores intelectuales del magnicidio. Se trata de un supuesto médico haitiano, Christian Emmanuel Sanon, residente en la Florida –que “un día manifestó su deseo de ser presidente”– donde se localiza la comunidad más numerosa de exiliados de Haití residentes en EUA, casi medio millón. El informe fue dado por el director general de la Policía Nacional de Haití, León Charles, en una conferencia de prensa, en la que consideró que el motivo del crimen es “político”. También se investiga a otros dos supuestos autores intelectuales del Homicidio, que estuvieron en contacto con Sanon, aunque sus identidades no se divulgaron.
Al parecer, Sanon entró en contacto con una empresa venezolana de seguridad con base en territorio estadounidense a fin de reclutar a los medios miembros del comando que ejecutaría la operación en la capital haitiana. Después de ese contacto, Sanon entró en Haití en un vuelo privado a principios de junio último acompañado de algunos de los mercenarios colombianos, a los que contrató con el cometido dd garantizar su seguridad personal durante la operación.
Más tarde “la misión cambió” y a uno de los colombianos se le entregó una “orden de arresto contra el presidente de la República”. Le operación magnicidio de montó a partir de ese momento, afirmó el jefe policiaco León Charles. Sanon, del que no se ha podido comprobar que efectivamente tenga licencia de médico para trabajar en EUA, es el tercer haitiano detenido por el magnicidio, que se suman a otros 18 colombianos acusados de formar parte del comando que privó la vida del presidente Jovenel Moïse. Otros cinco colombianos están prófugos y otros tres murieron en tiroteos con la policía, que tuvieron lugar entre el miércoles y el jueves –7 y 8 de julio–, en diferentes partes de Puerto Príncipe. ¡Qué lío!
Las secuelas del asesinato de Jovenel Moïse apenas comienzan. No cabe duda que Haití es del “cuarto mundo”. Es posible que un día se conozca el fondo de la conjura. Si el asesinato se hubiera cometido en un país del “primer mundo”, nunca se sabría. Así son las cosas. El asesinato del presidente John Fitzgerald Kennedy todavía no se ha aclarado, Y posiblemente nunca se esclarezca. El de Moïse sí. VALE.