Por Fernando Villaseñor Rodríguez

El Siglo XX fue especialmente difícil para las relaciones entre Japón y Corea. Después de anexarse Corea en 1910, el imperio de Japón sometió a trabajos forzados a obreros e impuso un sistema de prostitución forzada respecto de algunas mujeres coreanas; reclamos sin resolver incluso tras la Segunda Guerra Mundial.

Si bien en la posguerra ha habido diversos intentos por reestablecer lazos entre ambos países como la decisión de normalizar relaciones en 1965; el establecimiento de un Fondo para la Reparación del Daño para las mujeres de Confort en 1993; y el intercambio de inteligencia militar con el fin de contener la amenaza nuclear de Corea del Norte desde el 2000, los esfuerzos han sido aislados e inconstantes.

Quizás el área con más avances sostenidos es la cooperación cultural y deportiva. En el 2001 se firmó una declaración conjunta para el intercambio y acercamiento de la cultura popular incluyendo música, cine y televisión. Asimismo, en 2002 se llevó a cabo la Copa Mundial de la FIFA Corea del Sur/Japón; la primera celebrada en Asia y la primera en tener dos países como sede. Se auguraba un nuevo horizonte para los dos países, en el cuál compartirían el liderazgo asiático a través del “Soft Power”.

Sin embargo, a partir de 2018, la relación comenzó a deteriorarse. Junto al ascenso económico y tecnológico de Surcorea, las indemnizaciones japonesas sobre los abusos coloniales se reevaluaron como insuficientes y se acusó al gobierno del Partido Liberal Demócrata de no pedir disculpas sinceras ni de reconocer su responsabilidad histórica. El intercambio tecnológico y comercial volvió a restringirse, los ejercicios conjuntos de seguridad se suspendieron y los representantes de ambas naciones se distanciaron nuevamente.

En este contexto, y aunque había sido iniciativa del presidente Moon Jae-In estar presente en la ceremonia de apertura de los juegos olímpicos, la secretaria de prensa de la “Casa Azul” anunció dos días antes que el mandatario surcoreano no asistiría.

La explicación oficial fue que, a pesar de los preparativos para una reunión de trabajo aprovechando el viaje y la ceremonia olímpica, el gobierno nipón no accedió a poner en la agenda los temas del pasado colonial que resultan de la mayor importancia para Corea del Sur.

Otra explicación se relaciona con que una semana antes del inicio de la ceremonia, Soma Hihohisa, subjefe de la embajada japonesa en Seúl, hizo un comentario desafortunado y de mal gusto sobre los esfuerzos del presidente Moon para mejorar las relaciones con Tokio. Aunque el gobierno japonés eventualmente confirmó la sustitución de Soma ante la protesta de la cancillería surcoreana, la tibieza de la reacción nipona sólo reafirmó las acusaciones de “indiferencia, soberbia e irresponsabilidad histórica” que obstaculizan el estrechamiento de vínculos.

Desde luego, en defensa del primer ministro japonés Suga Yoshihide podría decirse que tiene responsabilidades más apremiantes como asegurarse que los Juegos Olímpicos, ya de por sí controvertidos dentro y fuera de Tokio, se realicen sin más contratiempos; mitigar el creciente número de contagios de Covid-19 y acelerar la vacunación; y ganar las elecciones generales, que deben tener lugar en octubre. No obstante, el traspié diplomático ya empieza a tener consecuencias desfavorables.

A finales de julio la UNESCO en su reunión plenaria analizó la solicitud de Japón para reconocer su patrimonio industrial, pero dentro de la solicitud se incluye una isla con una fábrica en la cual alega se sometió a trabajos forzados a miles de colonos coreanos. Contar con una posición más cercana a Surcorea, aunque fuera sólo con fines utilitarios y estratégicos, podría haberle dado una ventaja indiscutible a Japón en esta negociación. El reconocimiento de la UNESCO, así como la posibilidad de mostrar un liderazgo compartido en el Este de Asia, probablemente ya son oportunidades perdidas para ambos países.

Pero aún hay esperanza, el 23 de julio Altos diplomáticos de Corea del Sur, Estados Unidos y Japón mantuvieron conversaciones trilaterales en Tokio para reforzar la cooperación con los aliados asiáticos contra la agresividad de China y la inestabilidad nuclear de Corea del Norte. Quizás donde fallaron los esfuerzos diplomáticos basados en la confianza, pasado compartido, liderazgo cultural y deportivo y cooperación económica triunfe una alternativa más sombría pero no menos poderosa: el temor compartido ante amenazas comunes.

 

El autor es profesor de Doctorado en Seguridad Internacional, en la Facultad de Estudios Globales de la Universidad Anáhuac México.