“Entonces era yo un seminarista/ sin Baudelaire, sin rima y sin olfato”, son tal vez los versos más citados de López Velarde, y apoyándose en ellos, la generación de Contemporáneos, en la voz de Xavier Villaurrutia, lo declara el padre (soltero) de la moderna poesía mexicana. Considera que destacar que se refiere (y ama) la provincia, es limitarlo. No toma en cuenta que los grandes poetas belgas de entonces, como Rodenbach, son bautizados como “provincianistas”. Villaurrutia llama la atención, como ya lo había hecho, Noyola Vázquez, sobre la “dualidad funesta”: la religiosidad del poeta y su atracción por el pecado. Condena, de modo implacable, a los admiradores del zacatecano, porque decreta (vaya usted a saber la razón) que es “injusta”, ya que es “ciega”, porque, poeta difícil, no está al alcance de los lectores. Considera, y es cierto, que el poeta vive en permanente “zozobra”, título, como se sabe, de su segundo libro. De ahí en adelante, como un eco, el ala derecha de los críticos literarios reiterará lo dicho por Villaurrutia.

Años antes, Luis Noyola Vázquez había revelado el fervor del poeta por Josefa de los Ríos, quien aparece en La sangre devota como Fuensanta. También había descubierto la dualidad funesta entre la virtud y el pecado, pero destaca, como lo hace Pedro de Alba, otro de los amigos del poeta, su “provincianismo”, encarnado en Jerez, Aguascalientes y San Luis Potosí. Ahí se mencionan al español Andrés González Blanco y a los belgas, referencias que retomará, al tratar el tema, Octavio Paz, aunque siempre siguiendo la huella de Villaurrutia de considerarlo padre de la poesía moderna.

Unos, ponen en duda su maderismo, lo relacionan con la vanguardia, rechazan su provincianismo e incluso afiliarlo al Modernismo, que el propio autor admira en la figura de Rubén Darío y en su alma gemela, Amado Nervo; otros, entre los que me cuento, lo  consideran, y no sólo por Suave patria, como el inicio del nacionalismo, ideología que va a ser, Arnaldo Córdova dixit, la de la Revolución Mexicana.

 

Sus novias

La posteridad ha guardado en la memoria los nombres de Josefa de los Ríos y de la maestra normalista Margarita Quijano, primero y último amor del poeta, pero la lista incluye a Isabel, Elisa, Genoveva, Sara, Susana, Teresa y etcétera. Cito: “Yo tuve, en tierra adentro, una novia muy pobre:/ ojos inusitados de sulfato de cobre/ Llamábase María … ¿Será María Nevares, una de sus novias potosinas, nombre que se me quedó grabado porque lo comparte con una mujer que amaba Lope de Vega y para la que escribía largos parlamentos en sus obras para que brillara en escena? (El sulfato de cobre es de un azul inolvidable, como los ojos de María para López Velarde).

 

Su autenticidad

Mis poemas preferidos (búsquelos en la red) son “Tus dientes” que comienza de modo magistral: “Tus dientes son el pulcro y nimio litoral/ por donde acompasadas navegan las sonrisas”, Y, por supuesto, “Mi prima Águeda”, ejemplo de perfección. Me parece obvio, pero imprescindible, añadir que a Lopez Velarde lo hipnotizan las palabras esdrújulas, que su vocabulario proviene de la liturgia católica, que une amor y muerte, y que en todo esto, se asemeja al César Vallejo, modernista por cierto, de Los heraldos negros.

Ahora que se acostumbra decir que uno es el autor y otro el “yo lírico” (el que “enuncia” el poema) siempre pienso en lo dicho por López Velarde en “La derrota de la palabra”: “Yo anhelo expulsar de mí cualquier palabra, cualquier sílaba que no nazca de la combustión de mis huesos”. Desterrar el adorno, las “ínfulas”, las recetas, en pocas palabras y como él mismo lo expresa, suprimir: “el hablar por hablar”.