Sostengo en este breve ensayo que es urgente y necesario el inicio de una transición negociada entre actores y fuerzas políticas mexicanas para que el Presidente Andrés Manuel López Obrador deje el poder de una manera pacífica, ordenada e incruenta. Es posible lograr tal objetivo dentro del marco constitucional actual, de tal manera que los tres poderes de la Unión den sustento a un cambio adelantado en la Presidencia de la República. La situación actual, el curso del desastre en el que navegamos, no resiste más.

Las razones de su salida son el liderazgo presidencial fallido, la semiparalización de la administración pública federal y la incapacidad de reconocer, diagnosticar y resolver los desafíos mayores que para México plantean la pandemia de coronavirus, la inseguridad pública, la amenaza presente del cambio climático y el impacto de la recesión económica sobre el empleo, el ingreso y el crecimiento de la desigualdad; a ello se agrega la hostilidad hacia Estados Unidos. Paso a explicarme:

No sólo se distingue la historia política de México por sucesos violentos, cuartelazos y asonadas de todo tipo, asesinatos y fusilamientos de quienes pierden el poder; también hubo, en contadas ocasiones, transiciones pactadas en las cuales los actores políticos respetaron sus vidas y la institucionalidad de la República: la alternancia presidencial en el 2000, la creación de las transiciones sexenales sin conflicto grave desde 1929, y, por supuesto, la elección de AMLO en 2018, la segunda alternancia presidencial.

La propuesta de la transición negociada para la salida de AMLO del poder, por tanto, no es una idea descabellada; más bien, es una que por lo menos merece una seria reflexión, ya que la alternativa es una ruta de caos, violencia e inestabilidad de la que apenas estamos padeciendo los primeros síntomas.

“Al enemigo que se retira hay que tenderle un puente de plata”, dice un personaje de León Tolstoi en un pasaje de su novela infinita “Guerra y Paz”; ¿para qué entablar una batalla sangrienta si el propio enemigo, razonaba el general ruso Kutuzov, se va desgastando él mismo, gradual pero inevitablemente, hasta derrotarse por su propia ineptitud?  Mucho trabajo le costó al general ruso imponer su estrategia ante la ansiedad de los jóvenes generales que anhelaban entrar en batalla, respirar el olor a pólvora y carne destrozada por las balas, ganarse sus medallas y asestar, a cualquier precio, un golpe al invasor francés comandado por Napoleón.

Siempre es más atractiva al corazón humano la confrontación violenta que la paciente y exasperante vía de la diplomacia o la negociación. Siempre es más atractivo tirarse al abismo que descender por una ladera para llegar al final del camino. No podemos, hoy, sin embargo, darnos el lujo de la violencia ni el de la ineptitud política de los líderes.

No me extiendo en mostrar indicadores ni datos duros, evidencia estadística o señalar casos concretos del pobre funcionamiento del gobierno, la mediocridad del liderazgo exhibido por AMLO y MORENA, los resultados están a la vista de todos. Mi argumento central es, además, uno enfocado a lo que me parece es el núcleo del dilema actual: ¿cómo enderezar el rumbo perdido sin acabar por completo con el país?  La voluntad política de hacer o no las cosas, de reconocer o no los fallos, está en el centro de todo. Sin ella, gobernantes y críticos u opositores seguirán girando en el carrusel del escenario público dando vueltas y vueltas a lo mismo. Es preciso y urgente encontrar una salida que sea conveniente para todos desde el pragmatismo político.

La solución es la del “puente de plata” de Tolstoi: no pedir sin más la renuncia o el juicio político a AMLO, ni amenazarlo con la rendición de cuentas y la cárcel o mostrarle las puertas de un infierno de demandas y reclamos, pues sabemos cómo reaccionan él y su maquinaria política a todo eso: cada golpe lo responde con otro igual. Es mejor poner sobre la mesa un intercambio de conveniencia: si te vas ahora, si sales por tu voluntad y por tu propio pie del Palacio Nacional y das paso a un gobierno de transición, no habrá consecuencias contra tu persona y gozarás de una deferencia especial, la cual equivaldría a una amnistía sobre las responsabilidades en las que haya incurrido.

Reitero: lo que planteo es una negociación política, un quid pro quo, una estrategia inspirada más en el pragmatismo de Maquiavelo que en el idealismo de Platón, si se me permite la referencia. Se trata de hablarle a los políticos en su mismo lenguaje: si tú me das esto, yo te ofrezco aquello. Después, acomodaremos las leyes e instituciones al acuerdo logrado.

¿Cuáles son los costos de una transacción así? ¿Vale la pena pagarlos? Los españoles pudieron hacer una transición pactada a la muerte en 1975 del caudillo Francisco Franco y el asunto, lejos de acabar con su estructura democrática, la fortaleció. México es un caso distinto, es verdad, pero lo que no cambia en ningún país ni época es la realidad del poder: si lo tengo, no lo suelto a menos que me convenga dejarlo.

No hay duda alguna que lo que resta de la gestión de AMLO en la Presidencia hasta el 2024 nos llevaría a los escenarios de fin de sexenio más temidos en la memoria: los de Luis Echeverría y José López Portillo, la “decena trágica”, como se les llama en la imaginación popular. Nada más ese recuerdo nos da una idea más precisa del costo de no hacer una transición negociada.

¿Por qué se tendría que perdonar o eximir a AMLO de sus responsabilidades? Por una razón fundamental: la conveniencia política de su salida de la Presidencia de la República. No se le daría, por supuesto, un perdón sin reservas ni una carta blanca incondicional. La amnistía estaría, posiblemente, a su disposición solamente hasta después de enfrentar un juicio político en el Congreso o los procesos judiciales que se le finquen, por ejemplo, en el caso de la liberación inexplicable de Ovidio Guzmán en los sucesos de octubre de 2019 en Culiacán, Sinaloa; o el daño al erario derivado de la irracional decisión de cancelar en 2019 la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de la CDMX, anuncio que hizo en calidad de Presidente electo. En ningún caso, dicha amnistía beneficiaría a sus colaboradores ni a familiares que no sean los directos (esposa e hijos).

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Preservar la constitucionalidad en el proceso de transición sería la prioridad absoluta. La Constitución establece los mecanismos y términos para la renuncia y sustitución del Presidente, pero a partir de ahí, la orientación política del nuevo gobierno se alejaría del grupo gobernante (para que éste enfrente sus responsabilidades judiciales) en la designación de un nuevo jefe del Ejecutivo, cuya propuesta saldría de un consejo político y ciudadano que propusiera una terna a la nueva Legislatura. Un consejo formado por académicos y rectores, ONGs y cámaras empresariales, senadores y legisladores que aporten su habilidad negociadora, empresarios de las nuevas generaciones, en el cual se deliberarían los nombres de las personas adecuadas a un perfil de transición.

El alejamiento del poder de AMLO y su neutralización como fuente de polarización política sería el beneficio inmediato de una transición negociada. Sí, en efecto, cabe hacer todo tipo de reservas , críticas y reclamos a esta propuesta, a la cual yo mismo me he resistido a deliberar y proponer a la opinión pública porque me resulta contraria por completo a mi espíritu cívico y a mi instinto político; no encuentro, sin embargo, otra mejor salida para que de inmediato, sin esperar hasta el 2024, se haga un cambio equilibrado (“cambio sin ruptura”, lo llamaría Manuel Camacho en uno de sus libros) no sólo de persona, sino de visión y rumbo para el Gobierno mexicano.

De conservarse el actual sendero, nos hundiríamos muy probablemente en una vorágine de fin de sexenio como las que los de mi generación hemos vivido en 1994, 1982 y 1976. Su recuerdo sigue fresco tanto como la angustia y devastación que causaron entre los mexicanos. No queremos esa pesadilla para nuestros hijos y nietos.

Si queda algún escrúpulo, un rescoldo de lo que se llama altura de miras en AMLO y la actual clase gobernante, reconocerían su incapacidad de abordar los problemas nacionales, diagnosticarlos e intentar una estrategia racional para resolverlos, admitirían su imposibilidad de gobernar y cederían el paso a un relevo político.

Ofrezcamos, sociedad y clase política, a AMLO un “puente de plata” como el que el General ruso Kutuzov ofrecía a Napoleón para su retirada de Rusia al menor costo posible de vidas de soldados y destrucción de pueblos y ciudades, según narró Tolstoi en “Guerra y Paz”. Sería una retirada honorable para López Obrador, al fin y al cabo su lugar en la Historia, ése que tanto le apura, ya lo tiene seguro.

Agosto 2021

 

 Rogelio.rios60@gmail.com

El autor es periodista e internacionalista egresado de El Colegio de México.