“La Desgracia se forja
en los moldes de la grandeza”.

Hernán Núñez

 

Este 24 de agosto se conmemoraron dos siglos de la firma de los tratados a través de los cuales el Imperio Español reconoció la emancipación gubernamental de la Nueva España con base y fundamento en compromisos monárquicos que albergaban la esperanza de establecer en la antigua colonia a la destronada monarquía española, por la anexión del territorio peninsular e imposición en el trono de José Bonaparte, hermano de Napoleón I emperador de Francia.

En nombre de los otrora invencibles monarcas españoles, signó los dichos Tratados de Córdoba Don Juan O’Donojú, quien reconoció las flaquezas imperiales para recuperar militarmente a la antigua colonia, cuyos últimos bastiones eran los fuertes de San Diego, en Acapulco; de San Juan de Ulúa, en Veracruz; y la fortificada Ciudad de México, en cuyo territorio eran más los afectos al capitán del Ejercito Imperial de las Tres Garantías, es decir a Agustín de Iturbide, que al Real Ejército Español.

Amparado en el Plan de Iguala y en la unificación del ejercito insurgente comandado por Vicente Guerrero, para dicho proyecto de nación el criollo Iturbide convenció al enviado real de que la opción para Fernando VII estaba en su antigua colonia, pues si actuaba como la casa real portuguesa reinaría desde la capital de una de sus posesiones más rentables y mejor equipadas del Imperio.

Es claro que O’Donojú comulgó con dicha idea y por ello se entiende que entre los primeros de los 17 puntos que integran el Tratado se expresaran compromisos tales como:

2.- El gobierno del Imperio será Monárquico moderado.

3.- Será llamado a reinar en el Imperio Mexicano (previo que designa el artículo 4 del Plan de Iguala) en primer lugar el señor Don Fernando VII, rey católico de España, y por renuncia o no admisión, su hermano el serenísimo señor infante Don Carlos por su renuncia o no admisión el serenísimo señor infante Don Francisco de Paula por su renuncia o no admisión el serenísimo señor Don Carlos Luis, infante de España, antes heredero de Etruria, hoy de Luca, y por renuncia o no admisión de éste, el que la Corte del Imperio designe…

Los esfuerzos de los enviados de O’Donojú ante la exiliada familia real fueron inútiles, y ello provocó de nueva cuenta que el espíritu republicano de los fieles a la Constitución de Apatzingán reviviera su lucha contra el sistema monárquico y recuperara el sistema republicano y federalista que afloraría de la mayoría de los diputados constituyentes de 1822, legislatura disuelta por Iturbide al constatar que sus sueños imperiales peligraban.

Tanto el Motín militar de Celaya como la Marcha de Pio Quinto en la capital, impusieron a Iturbide como primer Emperador de México; felonías que acreditaron la veracidad de la sentencia del Comendador de Toledo, Hernán Núñez, pues el molde de la ambición imperial de Iturbide forjó la desgracia de la naciente república.