Cuando, por fortuna, todavía la historia nos la enseñaban con fechas, el 13 de agosto era el día de la derrota de los antiguos mexicanos. De entonces acá, muchas cosas han cambiado. De la voz de Salvador Novo aprendí que se dice Tenochtitlan o Teotihuacan, sin acento escrito porque son palabras graves: con acento en la penúltima silaba. Josefina Lomelí, mi excelente maestra de secundaria, consideraba incorrecto decir aztecas y ahora escuché a Eduardo Matos Moctezuma, máxima autoridad en la materia, decir aztecas, que como sabemos proviene de Aztlán, la mítica tierra de los mexicas, (meshicas) como se llama ahora a los antiguos mexicanos.

Ya desde entonces se discutía el papel de Moctezuma. Se aceptaba la versión de Cortés en las Cartas de Relación sobre la frase del tenochca: “Tócame, yo también soy hombre”, aunque hoy se llama la atención sobre el códice en que la Malinche está viendo el rostro del Tlatoani, actitud prohibida por su carácter divino. Sin poder probarlo, se piensa hoy que fue asesinado. Cuauhtémoc surge, entonces, como el defensor de Tenochtitlan. Por cierto, todo mundo dice hoy tlatoani (gobernante), pero el maestro Novo, si no recuerdo mal, decía Huey (gran) tlatoani, por ser Moctezuma Xocoyotzin uno de los gobernantes de la Triple Alianza.

Antes se aceptaba que un puñado de hombres, unos 500, habían derrotado a los mexicas, gracias a los malos augurios, pero, sobre todo, a la superioridad de sus armas y al uso de los caballos, animal desconocido en estas tierras. Se mencionaba que los pueblos sometidos al llamado “imperio azteca”, se unieron a los españoles, como los tlaxcaltecas, lo que dio lugar al dicho de “la culpa es de los tlaxcaltecas”. Benítez, por ejemplo, en su insuperable libro La ruta de Hernán Cortés, destaca la alianza de Cortés con el Cacique Gordo, de Cempoala, y muchos mencionan, la unión con los de Cholula. Hoy se calcula que apoyaron a los españoles unos 10 mil indígenas, principalmente totonacas y tlaxcaltecas. Se argumenta, no solo las dotes de Cortés para hacerse de aliados, sino que eran enemigos de los mexicas. Se usa hoy la palabra “advenedizos” o recién llegados para denostar a los tenochcas.

Los malos augurios eran el regreso de Quetzalcóatl, encarnado en Cortés, el fin de una era y el advenimiento del Fuego Nuevo, señalado en los 52 años de cada Edad, pero siempre se ha destacado la superioridad tecnológica de los invasores.

 

La evangelización

Para el conocimiento de la Conquista, las fuentes eran las crónicas de Cortés y Bernal Díaz del Castillo, y en particular la Historia general de las cosas de la Nueva España, de Fray Bernardino de Sahagún. Hoy hasta se escriben obras de teatro sobre la polémica de Ginés de Sepúlveda y el gran defensor de los indios que es Bartolomé de las Casas, a quien, en las escuelas confesionales, que siempre han sido muchas, lo tildaban de ser el creador de la “leyenda negra” de la conquista. Hoy se interpreta como una palanca de dominio los valiosos libros de Sahagún o Diego Durán. Se aduce como prueba su difusión más que tardía (hasta el siglo XIX). La intención de sus autores era cristianizar, pero no deja de advertirse que ahí se cocina la conquista espiritual de México.

 

La Malinche, traductora

Cortés tenía dos “lenguas”, el náufrago Jerónimo de Aguilar que hablaba maya-yucateco y Doña Marina que conocía el maya-chontal y un náhuatl, se dice, “elemental”. En la última versión, y no hay que olvidar que en el siglo XXI, la lingüística es la ciencia modelo, el semiótico búlgaro Todorov considera la conquista de México como un problema de comunicación. Los españoles se imponen porque no comprenden al Otro y sólo pretenden asimilarlo, pero, sobre todo, porque su modo de comunicar los símbolos es mejor, baste mencionar la escritura.

 

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