Monumentos, calles, colonias y municipios llevan su nombre. Sin demeritar a otros patriotas como Hidalgo, Juárez, Zapata o Villa, Cuauhtémoc encabeza el santoral laico. Ya muchos se han preguntado las razones de su ascenso a símbolo nacional, no obstante el camino ha sido largo y no han faltado los detractores. El primer escollo fue que el pasado colonial rechazaba como antecedente de la Nueva España a las culturas indígenas. A nuestros ancestros se les negaba incluso su categoría de seres humanos hasta que con el argumento aristotélico de que sonreían se les admitió en la humanidad.

En pleno siglo XXI, escuché a unos periodistas admitir muy orondos y basados en historiadores, que se trató de una guerra civil contra los mexicas, en efecto, a la derrota del dominio tenochca, contribuyeron indígenas, se calcula, unos 100 mil, principalmente totonacas, cholultecas y sus enemigos de siempre, los tlaxcaltecas. Sin embargo, ningún pueblo nativo  se alza con la victoria, el  resultado es la Nueva España e incluso los criollos, no sólo los indios, son sometidos al imperio español. Hoy que vivimos la pandemia, se recuerda que la viruela, enfermedad desconocida, diezmó a las poblaciones del continente.

Cruenta fue la batalla en el Templo Mayor que acabó con la caída de Tenochtitlan, al frente de la resistencia estaba un joven gobernante con madera de mito: Cuauhtémoc. Al ser capturado le queman los pies untados de aceite para interrogarlo sobre el oro, la tortura provoca la frase memorable al decirle a su compañero de suplicio, el cacique de Tlacopan: “¿acaso estoy en un lecho de rosas?” Los años rescatan la frase, tal vez la original: “Yo no estoy en un temazcalli.” A esta escena, representada en un bajorrelieve ejecutado por el escultor Gabriel Guerra, en el Monumento a Cuauhtémoc de Paseo de la Reforma, no se le escatiman los elogios destacando su gran dramatismo y su estilo neoclásico.

Como es sabido, el proyecto del hermoso monumento es del ingeniero Francisco M. Jiménez y la brillante ejecución de Miguel Noreña. Jiménez pone en juego detalles de la arquitectura de Tula, Mitla, Uxmal y Palenque para honrar otras culturas y no sólo la mexica. La vestimenta y las armas indígenas y españolas son reproducidas y de modo ideológico y nacionalista se destaca la crueldad y ambición de los invasores y el estoicismo y altivez de Cuauhtémoc.

Los estudiosos del tema del nacionalismo, como Daniel Schavelson, consideran que el espaldarazo lo recibe Cuauhtémoc, no sólo con la resistencia indígena, sino con la invasión estadounidense de 1947, pues consideran que su papel de defensor de la ciudad de México es lo que lo eleva a símbolo.

Otro momento fundamental fue el planteamiento, que luego se probó erróneo, de la arqueóloga Eulalia Guzmán que en los años cincuenta, creyó que había encontrado los huesos de Cuauhtémoc en Ixcateopan, Guerrero. No fue así. Cuauhtémoc murió, ahorcado por los españoles, en la expedición a las Hibueras (Honduras), cuando Hernán Cortés perseguía a Cristóbal de Olid, enviado desde Cuba por Diego Velázquez, el enemigo jurado de Cortés que reivindicaba como suya la conquista de México.

Los muralistas hicieron otro tanto. Diego Rivera reivindica, una y otra vez el pasado indígena, en el Anahuacalli y sobre todo, en su pintura recupera elementos mayas y mexicas, No hay que olvidar que la defensa de Tenochtitlan incluye la de Tlatelolco y el mercado de Tlatelolco, en donde aparece Frida, como alegradora, es quizás uno de los  más hermosos murales del artista. Siqueiros lo toma como tema en el Palacio de Bellas Artes y en el Museo Nacional de Arte se puede ver El suplicio de Cuauhtémoc de Leandro Izaguirre.