La “atinada izquierda”

A inicios del régimen de Adolfo López Mateos (1958-1964) el declarado izquierdismo del mandatario y algunas acciones de su gobierno, entre otras su defensa de los principios de no intervención y de la libre autodeterminación en el caso de Cuba, dieron lugar a que se le calificara, estridentemente, de comunista.

Esta defensa de Cuba, asediada por Estados Unidos, a los que hacía coro, temerosos unos, serviles otros, el resto de los gobiernos latinoamericanos. enalteció a nuestra diplomacia, mientras López Mateos declaraba ser de izquierda “dentro de la Constitución” y uno de los políticos importantes —que ahora sería de la picaresca— del PRI, el general y licenciado Alfonso Corona del Rosal. diría que el presidente era de “atinada izquierda”

Hoy izquierdas y derechas en América Latina, Norteamérica, Europa y otras latitudes, nos hacen ver que las hay tanto atinadas como de mal tino, para bien o para mal de sus sociedades y de los gobiernos. Así pretendo mostrarlo en este recorrido por nuestro continente. Del norte al sur.

 

Comunistas que no son y fascistas que sí

Antes de que Trump fuera electo, en noviembre de 2016, presidente de Estados Unidos, los extranjeros —el ciudadano de a pie— no pocos gobernantes e incluso expertos, no imaginábamos lo arraigado que está en la sociedad estadounidense un fundamentalismo que puede asesinar personas y atentar contra la solidez de las instituciones del Estado, poniéndolas en grave peligro.

Las injurias que el primero candidato, más tarde presidente y hoy derrotado indignado y sin aceptar su derrota, ha repartido, a mexicanos —y a musulmanes— inmigrantes o no, a gobernantes de la grandeza de Ángela Merkel y al candidato y presidente Joe Biden, para recordar algunos ejemplos, no terminaron, como era de esperarse que sucediera, en el basurero de la Historia.

Son, por el contrario, testimonio de la grave enfermedad moral de amplios sectores de la sociedad estadounidense — ¿casi la mitad de la ciudadanía?, que apoya a Trump — xenófobos, racistas, ignorantes, que han comprado las tesis conspiracionistas creadas y difundidas por asociaciones como QAnon, que sostienen que el republicano fue víctima de un gigantesco fraude en la elección presidencial

Estos convencidos de las tesis de la conspiración, emulando a los gorilatos latinoamericanos del siglo pasado, el 6 de enero asaltaron el Capitolio de Washington, dejando un saldo de muertos y heridos -además de vulnerar gravemente las instituciones del Estado.

Tales fanáticos exigían que se reconociera como presidente legítimo a Trump, quien —afirmaban— “librará al país de la secta de pedófilos adoradores de Satán —el partido demócrata, ‘comunista’, gente de los medios y del mundo financiero— que dirigen una organización mundial de tráfico sexual de menores”.

Lo más grave de esta suerte de mala “novela de terror”, es que el partido republicano se opone a que una comisión parlamentaria investigue sobre el asalto al Capitolio, con lo que está avalando la conducta delictiva de los asaltantes y la vulneración de las instituciones del Estado.

Bien dice Gilles Paris, corresponsal de Le Monde en Washington, que con tales actitudes los republicanos, el Grand Old Party, contribuyen a “la erosión de las normas democráticas de Estados Unidos”. Además de que están suscribiendo la falsa afirmación que Trump no se cansa de repetir, con el apoyo masivo de sus fieles, de que fue víctima de un complot que le robo la elección.

El magnate neoyorkino, y QAnon han convencido incluso a un número importante de electores republicanos —el 28%, según el prestigioso Public Religion Research Institute— que piensa que, ante la gravedad de los peligros políticos y morales para Estados Unidos, “los verdaderos patriotas americanos deberían, quizá, recurrir a la violencia para salvar al país”.

Lo cierto es que, hasta el día de hoy el Grand Old Party, sus líderes más importantes —excepto “rebeldes” como Liz Cheney, que lidera la revuelta de congresistas contra Trump— y la inmensa mayoría de sus afiliados y simpatizantes giran alrededor del exmandatario, quien no solo reclama ser el presidente triunfador en las elecciones de noviembre de 2020, sino que informa, además, de su intención de postularse a la presidencial de 2024.

Los republicanos en el congreso, en los Estados y en todas las instancias posibles, obstaculizan las acciones de gobierno “comunista” de Biden, que, en el caso de Cuba, que como latinoamericanos nos interesa, está “maniatado” por el gang de Florida encabezado por el senador cubano americano Marco Rubio, y no se atreve a hacer presión política —emplear el soft power— sobre La Habana que impulse a su gobierno a liberalizarse y democratizarse.

 

Izquierdas y derechas latinoamericanas

Obvio el comentario sobre la “potencia latinoamericana del norte”, México, pues nos ametrallan día y noche con ellos. Me concreto a recordar, primero, la afirmación de Cuauhtémoc Cárdenas, en la reunión del Foro Jesús Silva-Herzog Flores, el 20 de mayo, de que difícilmente podría considerarse de izquierda al gobierno de López Obrador.

Recuerdo, asimismo, que el destacado intelectual de izquierda Roger Bartra, al comentar su libro Regreso a la jaula, El fracaso de López Obrador, dijo que el gobierno de este “es un gobierno populista de derecha”; y hago notar, por último, que el fino bisturí -talento e ironía- de Beatriz Pagés, directora de Siempre!, desde las páginas de la revista, disecciona y muestra las miserias del régimen.

Tampoco me detengo mucho en Cuba, a la que me referí en mi artículo anterior, decía, con el novelista Leonardo Padura, que las protestas de la población -los jóvenes a la cabeza- no se deben solo a la crisis económica y sanitaria sino a una crisis de confianza y pérdida de expectativas.

Dije que Miguel Díaz-Canel, sucesor de la dinastía Castro está siendo una mala copia de ellos; y lamenté que Biden sea rehén del gang de Florida: los cubano estadounidenses Marco Rubio, Ted Cruz y Robert Menendez, que apuestan por la caída del régimen de La Habana y no por el bienestar de los cubanos de la Isla.

Los gobiernos de América Central son deprimentes: El Salvador en manos de Nayib Bukele, tránsfuga del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN), de los exguerrilleros de izquierda, que se ostenta como muy “moderno”, es inculto y, convencido de ser un “elegido de Dios”, se comporta como dictadorzuelo: en una ocasión llegó al congreso, acompañado de tropas, para exigir la aprobación de un recurso económico, y oró y lloró ante los parlamentarios. Sin embargo, goza, según la firma CID Gallup, del 98% de apoyo popular, debido a su gestión frente a la pandemia.

Habrá que informar también que dos expresidentes salvadoreños, postulados por el FMLN, Mauricio Funes y Salvador Sánchez Cerén, que han sido acusados y perseguidos por presuntos delitos de corrupción durante su mandato, obtuvieron asilo y hasta la nacionalidad nicaragüense, concedidos por el régimen de Daniel Ortega.

Y precisamente hoy es noticia Daniel Ortega, este antiguo revolucionario de izquierda sandinista, que, con su movimiento se cubrió de gloria al derrocar, a mediados de 1979, al sanguinario dictador Anastasio Somoza, participar de 1979 a 1990, de un gobierno asediado militarmente por La Contra —un ejército que financiaba el gobierno de Estados Unidos— y, al perder, Ortega, la reelección como presidente en 1990, entregar, en buen demócrata, el poder a Violeta Barrios de Chamorro, la triunfadora en los comicios.

La diplomacia mexicana también ha sido protagonista de esta historia. Primero, porque el gobierno de José López Portillo rompió relaciones diplomáticas con la dictadura de Somoza, privándola del apoyo de México, importante en Latinoamérica; y porque, desde inicios de los años 80, el gobierno de Miguel de la Madrid, a través del Grupo Contadora, conformado con Colombia, Panamá y Venezuela, contribuyo de manera invaluable a la paz en Nicaragua, así como en Guatemala, El Salvador y Honduras. Enfrentándose la diplomacia mexicana al rabioso y perverso intervencionismo del gobierno de Ronald Reagan.

El comandante sandinista Daniel Ortega es hoy noticia, pero no por su pasado, que tiene algo de glorioso, sino por su presente, en el que el ejercicio de poder —es presidente de la República ininterrumpidamente desde enero de 2007 y lo fue ya, de enero de 1985 a abril de 1990 —lo ha convertido en dictador. Como bien afirman —y yo con ellos— quienes lo equiparan al derrocado dictador Somoza

Aparejado Ortega con Rosario Murillo, actual vicepresidenta, a la que sanciona la Unión Europea por la violación de los derechos humanos, ambos se aferran con ferocidad al poder y él se postula —con ella— por octava vez a la presidencia, en las elecciones generales del 7 de noviembre.

En unos comicios a modo, con los opositores, cinco, entre los que destaca Cristiana Chamorro Barrios, hija de Violeta, la recordada expresidenta, todos presos; habilitándose como opositor al antiguo contrarrevolucionario Óscar Sobalvarro, acompañado, para la vicepresidencia, de la reina de belleza Berenice Quezada -pero la noticia de última hora es que esta ha sido sometida a prisión domiciliaria por unas declaraciones que molestaron a Ortega y a su cónyuge.

Otro país que provoca inquietud es Perú, que acaba de elegir presidente de la República a Pedro Castillo, un profesor rural de izquierda, con los votos de los distritos y regiones más pobre; en tanto que su contrincante Keiko Fujimori, hija del expresidente Alberto Fujimori -preso, como sabemos, aunque hospitalizado- obtuvo la mayor votación en Lima y los sitios más ricos del país.

Esta situación recuerda un comentario, de brutal realismo, que habla de dos países: Lima y el Perú. Lo que me hace pensar que el país andino, a diferencia de México -diría yo siguiendo el artículo “1521, ¿quinientos años de tiempo presente?” que publica Soledad Loaeza en la revista Nexos- “no ha terminado de asimilar a sus poblaciones indígenas”.

El profesor Castillo, en el curso de la campaña electoral, particularmente en la segunda vuelta, fue moderando su radicalismo “marxista”, a fin de allegarse los votos del amplio segmento de los electores moderados. Sin renunciar, y eso está bien y le dio votos —dice la profesora de la Universidad John Hopkins, Jacqueline Mazza— a la promesa de mayor equidad social.

El profesor, durante su campala y una vez electo, tenía que superar un grave obstáculo llamado Vladimir Cerrón, que es el dueño del partido político Perú Libre, que postuló a Castillo, ya que Cerrón tiene vetada su candidatura por la justicia. Pero este dueño del partido es un radical marxista-leninista y se presenta como tal, al tiempo que lanza, por todos los medios —Twiter entre otros— proclamas extremistas.

El personaje es tóxico para el presidente, quien no le dio nombramiento alguno en el gobierno y, para dejar claro que no tendría cabida en su administración ha declarado que “no lo van a ver de portero en ninguna de las instituciones del Estado”. Castillo, en cambio, sumó a sus huestes a izquierdistas moderadas y de prestigio, como Verónika Mendoza a Pedro Francke, un destacado economista para el respectivo ministerio y al abogado Aníbal Torres como ministro de Justicia.

Pero el presidente pecando de ingenuo o de astuto —de ladino, diríamos en México— nombró, no en Lima, sino en Ayacucho, a donde viajó nomás jurar como presidente, a Guido Bellido Ugarte, un político semidesconocido, marxista de la izquierda mariateguista (fusión de integrismo quechua y marxismo innovada por José Carlos Mariátegui en los años veinte), castrista y del sector más radical del partido Perú Libre, como primer ministro. Quien, quiérase que no, sería los ojos y oídos de Cerrón en el gobierno.

Así lo consideraron Francke y Aníbal Torres, así como otros políticos, y al día siguiente del nombramiento de Bellido, habiendo ya retornado a Lima el flamante presidente, se encontró con la decisión del economista y del abogado de no aceptar los cargos ofrecidos. Mientras cundía el pánico y la indignación en Lima y otras ciudades, los analistas políticos, entre ellos los del prestigiado diario El Comercio, manifestaban no saber qué pasaba; la bolsa caería un 6% y el dólar se iría a los cielos.

Por fortuna el presidente obtuvo al final que Francke y Torres aceptaran formar parte del gabinete de Castillo, previas declaraciones de Bellido, desvinculándose de todo radicalismo, condenando el racismo, el clasismo, el machismo y la homofobia, y haciendo profesión de fe en la democracia. Además de apoyar incondicionalmente a Francke y “la aplicación de la política de estabilidad”.

En sus declaraciones el nombrado primer ministro dijo textualmente: “rechazo categóricamente toda forma de violencia y terrorismo en todos sus extremos”. Un pronunciamiento de vital importancia porque da a entender con toda claridad que Bellido se desliga de las dudas que en su momento expresó sobre Sendero Luminoso, la organización maoísta, criminal, que asoló al Perú de los años noventa.

 

Un epílogo pendiente

Quedan en Sudamérica asignaturas pendientes:

Sobre Venezuela, ¿tomará cuerpo la negociación en México, con su gobierno y Noruega como “faciltadores”, entre la oposición (Juan Guaidó y Leopoldo López) y el gobierno, que incluya un calendario electoral?

Sobre Brasil, donde Bolsonaro se enfrentaría en las elecciones de 2022 a Lula, quien le dobla en las intenciones de voto. El actual mandatario, considerado “el relevo de Trump”, recibió a la diputada Beatrix von Storch, del partido de ultraderecha Alternativa para Alemania (AfD). La mujer es, además, nieta del ministro de finanzas de Hitler.

Respecto a Chile, que, de los debates de la asamblea constituyente, para crear una constitución que sustituya la carta pinochetista reformada, no solo se reconozca la identidad y lenguas de los pueblos originarios —la presidenta de la asamblea, Elisa Loncon inició, simbólicamente, su primer discurso en mapudungun, idioma del pueblo mapuche— sino también el imperativo de depurar y consolidar los partidos políticos. Ante la campaña presidencial, ya encima y con nombres y apellidos de posibles candidatos; Sichel, centro derecha, Boric, centro izquierda, etc.

Finalmente, el caso de Colombia, el desgaste del gobierno de Iván Duque —y la deseable desaparición política de Álvaro Uribe, su mentor y figura central, más que controvertida, de muchos años de la política colombiana—. Ello en vísperas de los comicios presidenciales de mayo de 2022, en las que aparece como favorito Gustavo Pietro ¡de izquierda! En un país de tradición conservadora.