Para desesperación de la población afgana, la historia parece repetirse. No hay la menor duda, el avance de los talibanes en Afganistán es imparable. El movimiento fundamentalista islámico, militar y político –que gobernó el país desde 1996 hasta 2001, una vez que ganó la guerra civil que asoló a la nación afgana al retirarse las tropas soviéticas en 1989–, ha logrado hacerse de seis capitales de provincia en el norte del país; el lunes 9 de agosto fue Aibak. Ahora tienen como objetivo Mazar-i-Sharif, la más grande de la zona. El domingo 8 fueron las ciudades de Kunduz y Sar-e-Pol, capitales de las provincias homónimas, y la nororiental Tlaloqan, capital de Tahkar.
En medio de la apabullante ofensiva talibán nadie puede ignorar que este avance no sería posible sin la retirada de las fuerzas estadounidenses, retirada que podría completarse este mismo mes de agosto. La salida de las tropas del Tío Sam forma parte del acuerdo tomado en febrero de 2020, según el cual Estados Unidos de América (EUA) evacuaría sus fuerzas de Afganistán a cambio de que los talibanes se sentarán a buscar la paz con Kabul. Aunque en forma tardía, el presidente Joe Biden cumple con su parte, pero lo cierto es que el diálogo intra-afgano está estancado.
Mientras los talibanes avanzan, durante el fin de semana la Casa Blanca permaneció en silencio. El martes 3 de agosto fue la última vez que EUA habló del tema. Anthony Blinken, el Secretario de Estado, se comunicó telefónicamente con el presidente afgano, Ashraf Ghani. Coincidieron en la necesidad de acelerar las negociaciones de Kabul con los talibanes, pero no dispusieron medidas específicas.
Vuelven los talibanes a atraer la atención de la prensa internacional. Un poco de historia: la palabra Talibán deriva del plural en persa de taleb, que significa *estudiante de una escuela religiosa que busca el conocimiento y la verdad a través del estudio del Corán”; más concretamente, se refiere a los estudiantes afganos procedentes de las madrasas deobandis (corriente islámica) de los campos de refugiados que se establecieron en Pakistán tras la invasión soviética de Afganistán. Los talibanes surgieron en 1994 como una milicia formada por jóvenes de confesión suní y del grupo étnico mayoritario, los pastunes. Los talibanes emprendieron el asalto al poder en noviembre de ese año. Se organizaron militarmente y combatieron con el objetivo de imponer un Estado islámico en Afganistán bajo el estricto –hasta lo absurdo–, cumplimiento de los preceptos de la
Shari´a. El 26 de septiembre de 1996, las fuerzas talibanas conquistaron Kabul, pusieron en fuga al gobierno de Burhanudin Rabani, ahorcaron públicamente al ex presidente Najibullah y sentaron los cimientos de un Estado teocrático que el 26 de octubre de 1997 adoptó el nombre de Emirato Islámico de Afganistán.
A ocho meses del año 2021, en los círculos militares y diplomáticos de Washington la sensación es que nada evitará el inminente desastre: Afganistán caerá nuevamente en manos de las fuerzas de la guerrilla Talibán una vez que culmine la retirada de las tropas estadounidenses el 11 de septiembre, si no hay algo que lo pueda remediar. Esto, pese a que la Unión Americana sacrificó la vida de 2,452 de sus soldados (y contando) en el conflicto bélico más largo de su historia, además de los 43,000 civiles muertos de un total de 150,000. Esta guerra ha significado una fuerte sangría para el tesoro de EUA: más de 800,000 millones de dólares, algo así como 670,000 millones de euros. En pesos mexicanos la conversión es un poco más complicada.
El 46o. Presidente de EUA no se fía de los talibanes y cree que ni los repuntes de violencia ni el conflicto cambiarán como consecuencia de la retirada de sus tropas. El sucesor de Donald Trump no pretende “mandar otra generación de jóvenes estadounidenses a la guerra de Afganistán sin expectativas razonables de lograr un resultado diferente”; el presidente Biden agregó desde la Casa Blanca: “Ninguna nación ha unificado nunca a Afganistán. Ninguna nación. Hay imperios que han ido allí y no lo han conseguido”. Peras o manzanas, lo cierto es que los talibanes se fortalecen a nivel militar desde que comenzó, en Mayo último, la salida progresiva de las tropas de EUA y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). La intervención militar norteamericana en Afganistán, motivada por el ataque del 11 de Septiembre de 2001 –en breve se cumplen dos décadas–, se convirtió en el conflicto bélico más largo de su historia. Tras la retirada definitiva a fines del mes que corre, aproximadamente 650 soldados permanecerán por aquellos lares para garantizar la seguridad de la embajada de EUA en Kabul y proteger el aeropuerto internacional de la capital afgana. Con el 90% de las tropas retiradas, la meta de Biden es completar ese objetivo haciendo coincidir con el vigésimo aniversario del atentado más demoledor que haya sufrido la Unión en su historia. Acto terrorista que cambió el curso de la historia mundial.
De tal suerte, tal y como se desarrollan los acontecimientos en tan lejano momento, la salida de las tropas de EUA dejaría un escenario muy parecido al que los estadounidenses encontraron hace casi dos décadas, a finales de 2001, cuando el intolerante y dictatorial grupo fundamentalista dominaba en el escabroso país. La salida “definitiva” ha provocado mucha inquietud en el país por el avance de los guerrilleros talibanes, que ya han capturado cerca de 150 de los 407 distritos del país a las fuerzas afganas.
Es más, el número de víctimas civiles en Afganistán han aumentado de forma “especialmente preocupante” desde que comenzó la retirada de las tropas internacionales según denunció la Misión de Asistencia de Naciones Unidas. De hecho, 2021 podría convertirse en el año más sangriento para la sociedad civil desde 2009, cuando empezó a recabar datos en el país, mientras los talibanes ganan terreno. Solo en Mayo y junio, murieron 783 civiles y 1,609 fueron heridos.
El pasado viernes 6, Biden dialogó con su homólogo afgano, Ashraf Ghani. Y en un comunicado de la Casa Blanca, se especificó que “Ambos mandatarios coincidieron en que la ofensiva actual de los talibanes está en contradicción directa con las afirmaciones del movimiento de que apoyan una solución negociada del conflicto”. En realidad, esas promesas de los fundamentalistas fueron lo que llevó al anterior presidente de EUA a marcar una fecha de salida inmediata, que Biden ha aplazado hasta septiembre.
Además, el sábado 7, el secretario de Defensa, Llyod Austin, en una gira por Alaska dijo que la misión prioritaria de las fuerzas de seguridad afganas ahora mismo debe ser asegurarse de que puedan contener la ofensiva talibán, que tiene lugar en muchos rincones del país para asediar los principales centros de población. El militar estadounidense recalcó a los periodistas según informó el propio pentágono: “Sabemos que están consolidando sus fuerzas alrededor de los centros de población clave…En términos de si se podrá detener o no a los talibanes, creo que lo primero que hay que hacer es asegurarse de que se pueda frenar esa ofensiva”.
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Por otra parte, el general Austin calcula que el repliegue dictado por el presidente Biden estará ya completo el 30 de agosto, sin tener que esperar al 11-S, fecha del aniversario de los atentados terroristas contra Nueva York y Washington. Asimismo, un informe de la inteligencia del Tío Sam, dado a conocer por la prensa de EUA en el mes de junio pasado, vaticina que el Gobierno de Afganistán no duraría ni seis meses tras la salida de los marines.
Hace un mes, Joe Biden recibió en la Casa Blanca al presidente Ashraf Ghani, y a su rival político, Abdulá Abdulá, que ahora se desempeña como Alto Comisionado para la Reconciliación Nacional. El propósito de la reunión era fomentar la unidad afgana, aunque ausente de ese diálogo tutelado por Washington fue precisamente el grupo Talibán. Tanto Ghani como Abdulá visitaron el Capitolio, sede del Congreso, antes de reunirse con el mandatario, donde platicaron con diputados y senadores influyentes.
Con disposición que no se veía en Donald Trump, Biden destinó el viernes 6, unos 100 millones de dólares de un fondo de emergencia para atender las necesidades de la oleada de refugiados que ha provocado la salida de los soldados estadounidenses de Afganistán, incluidas las solicitudes de visados especiales para intérpretes y otros colaboradores de las fuerzas armadas extranjeras. A dicho fondo de emergencia se le agregan otros 200 millones de dólares en material para cubrir las necesidades logísticas derivadas de esas peticiones de asilo.
Asimismo, Joe Biden pidió al Congreso aprobara la partida de 3,300 millones de dólares para el Fondo de las Fuerzas de Seguridad de Afganistán en 2022. Eso cubriría la entrega de armamento, incluídos helicópteros UH-60 Blackhawk, cuyo importe total se calcula en 1,000 millones de dólares, además de otros 1,000 millones para gastos ordinarios de las tropas y 700 millones para la nómina de los soldados afganos. Mucho dinero que sirve para poco.
Lo que se avecina para Afganistán no es nada fácil, ni gratuito. La aventura de EUA en la nación afgana es costosa en todos los sentidos: dinero y prestigio. Por lo mismo, la administración Biden se prepara para comenzar a evacuar miles de afganos que han solicitado visas especiales porque corren el riesgo de sufrir represalias –como sin duda la sufrirán–, de parte de los talibanes, y que han trabajado en el pasado para el gobierno estadounidense. Tanto así que se espera que el primer grupos de evacuados y sus familias, aproximadamente 2,500 personas, sean trasladadas antes de fin de mes a una base militar en el estado de Virginia, donde esperarán la autorización de sus solicitudes.
Mientras prosigue la marcha “triunfal” de los fundamentalistas a lo largo del norte de Afganistán, las fuerzas armadas afganas desbordadas y con sus líneas de abastecimiento interrumpidas, se muestran incapaces de contrarrestar el avance talibán a pocas jornadas de la salida definitiva de las tropas estadounidenses tras veinte años de presencia militar en el país de Asia Central. La mayoría de los efectivos norteamericanos levó anclas en junio y los que aun permanecen en territorio afgano se encuentran en Kabul. La aviación de EUA continúa con sus bombardeos contra los insurgentes, pero estos ataques aéreos deberán cesar el 31 de agosto. ¿Y después?
Los talibanes se han hecho de más territorio en dos meses que en los veinte años transcurridos desde que fueron derrotados por las fuerzas de la OTAN en noviembre de 2001. El avance ha sorprendido a todos, propios y extraños. Confirmada la partida occidental de Afganistán –no hay la menor señal de que la OTAN reconsiderara su retirada–, con un ejército incapaz –no obstante los miles de millones de dólares recibidos de la comunidad internacional en adiestramiento y equipo–, y roto el alto el fuego, todo indica que los talibanes seguirán en las próximas semanas ensanchando su territorio, donde volverían a instalar sus fanáticas formas de “gobierno” y “justicia” basadas en la ley islámica o shari´a. El temor generalizado de Occidente y del gobierno afgano puede convertirse en realidad: que los fundamentalistas se apropien del control total del país tan pronto como en el próximo otoño. ¿Para qué sirvió la intervención de EUA y sus aliados de la OTAN durante dos décadas? ¿Tantos muertos para qué? VALE.