Guerras van y guerras vienen. En México, con todo y los graves problemas que el país sufre —con una mayoría de población que vive en la pobreza y en la extrema pobreza—, desde que finalizó la Revolución Mexicana (1910-1920) no ha sufrido una guerra civil o una invasión extranjera, como ha sucedido en muchos  países. Esto diferencia a nuestro país de buena parte del resto de la Tierra. Aunque nuestra democracia está muy lejos de ser el mejor ejemplo de lo que Winston Churchill calificaba “como el peor sistema de gobierno, excepto por los demás”, lo cierto es que desde el presidente Emilio Portes Gil (1928-1930) hasta Enrique Peña Nieto (2012-2018), todos los mandatarios nacionales (17) han cumplido completos su periodos de gobierno sin que medie una sucesión violenta, ni siquiera una defunción natural.

El actual mandatario, Andrés Manuel López Obrador lleva casi tres años de gobierno y todo indica que lo terminará en forma normal. Se dice fácil, pero no lo es, a veces ni los gobernados ni los gobernantes valoran esta situación en todo lo que vale, sobre todo cuando un titular del Ejecutivo Federal, como el promotor de la 4T, se ha empeñado en polarizar, como nunca, a la sociedad mexicana. AMLO, aseguran infinidad de analistas, “no gobierna, divide. Actúa como si él fuera el centro del universo. Eso de “primero los pobres”, no es más que un gastado leitmotiv”. Pese a nuestra fama de pueblo violento y de que jugamos con la muerte, lo cierto es que hemos sabido cumplir con lo que manda la Constitución respecto al cambio de Presidente. Así se ha hecho, a diferencia de muchos países. México, es un gran país, que ha sobrevivido pese a varios de sus mandatarios.

Esta introducción viene a cuento por lo que sucede en Afganistán, país donde la historia es muy diferente desde hace muchas décadas. Generaciones y generaciones de mujeres y hombres afganos solo han conocido el derramamiento de sangre y la desesperanza, y la invasión de los ejércitos de las grandes potencias. A últimas fechas, la Unión Soviética, primero, y después Estados Unidos de América. Por distintas razones, entre las que privan las de carácter religioso, que han derivado en el combate al terrorismo internacional, aunque de fondo subyacen cuestiones menos idealistas, llámense litio, “tierras raras” y otras.

Las nuevas escenas de desesperación en el aeropuerto de Kabul, por parte de los afganos que tratan de escapar de su país, debido al retorno de los talibanes, en busca de un avión que los traslade a territorio seguro fuera de Afganistán,  recuerdan el caso de Sharbat Gula, la niña afgana poseedora de los ojos verdes más hermosos e intrigantes del planeta, pero al mismo tiempo, los más tristes y desesperados, de Afganistán y sus alrededores, que se hizo famosa —sin ella saberlo—,  porque Steve McCurry,  fotógrafo de la famosa revista estadounidense, National Geographic (NG), la fotografió en Kacha Garalui, uno de los campos de refugiados para afganos más grandes de Pakistán en 1984, cuando Sharbat apenas contaba con doce años de edad. La fotografía fue calificada como “La primera Mona Lisa del Tercer Mundo” y se convirtió en un icono que representaba el infortunio de Afganistán. Los ojos de la joven afgana dieron la vuelta al mundo en una portada icónica del conocido magazine, sin que eso representara ninguna retribución económica importante, pese a que es edición  fue unas de las más exitosas del National Geographic.

Diecisiete años más tarde, en 2002, Sharbat Gula fue nuevamente fotografiada por Steve McCurry, que normalmente nunca vuelve a fotografiar a quienes ya aparecieron en la portada del NG. Tras una larga labor de investigación, McCurry pudo localizar a Sharbat. La joven de antaño ya era una matrona madre de varias hijas, avejentada, enferma, golpeada por el destino y por el destierro en el extranjero. Sus ojos tenían el mismo color, pero su brillo ya era opaco, más triste. Incluso había caído en la cárcel porque utilizó documentación falsa para poder vender una casa para seguir sosteniendo a sus hijas, una de las cuales falleció enferma de hepatitis y dejó huérfano a un niño. Seguía en el destierro y tras ser liberada regresó a Kabul, para seguir sufriendo las tormentas políticas de su patria, donde actualmente vive. Viuda y enferma también de hepatitis —mal que mató a su marido, de oficio panadero—, reconocida por la nueva portada del NG, el gobierno afgano le facilitó una casa para vivir con su familia. Entrevistada gracias a su efímera fama, Sharbat dijo a la prensa: “Quisiera que hubiera paz en este país para que no hubiera gente sin hogar. Dios componga a este país”. Eso quieren la mayoría de los afganos, pero los intereses internacionales no les facilitan el camino.

En los últimos días, Afganistán han sido el blanco de la atención de la prensa internacional. Todos los medios se vuelcan sobre el montañoso país. Uno de tantos artículos —Un castillo en el aire—,   me llamó particularmente la atención, por lo conciso y realista. Lo escribe Geoffrey Hayes, profesor de Historia de la Universidad de Waterloo, Canadá.

Dice Hayes: “Durante las últimas dos décadas, hubo dos Afganistán: el real y el imaginario. El verdadero Afganistán es un vasto país imponente de montañas y desiertos. La mayoría de sus habitantes son desesperadamente pobres y encuentran seguridad en su fe musulmana y sus numerosas identidades tribales. Las fronteras significan mucho en este país sin litoral. Alrededor del 10% de la población es musulmana suní, pero con vínculos con Irán en el oeste. Una frontera de 2,600 kilómetros al sur y al este divide Pakistán de Afganistán. Esa frontera atraviesa el hogar del grupo étnico más grande de Afganistán, los pashtunes (La etnia de Sharbat Gula, BGS). Al norte se encuentra Turkmenistán, Uzbekistán y Tayikistán. Un estrecho brazo de tierra llega incluso a la frontera con China en el noreste”.

“Pocos estudiosos occidentales —agrega Hayes— tienen un conocimiento profundo del verdadero Afganistán, su diversidad y complejidad. Los afganos pueden estar divididos por religión, idioma y origen étnico, pero durante mucho tiempo, han resistido las incursiones extranjeras. Después de tres años desastrosos en Afganistán, los británicos se retiraron humillados en 1842. Lo rusos lo invadieron en 1980 y se quedaron casi una décadas, dejando poco más que equipo militar oxidado y una extraña arquitectura de la época de la Guerra Fría en las afueras de Kabul. Una serie de señores de la guerra afganos ayudaron  expulsar a los rusos, pero siguió una guerra civil mortal. Prometiendo seguridad bajo su dura lectura de la ley islámica, los talibanes llegaron al poder en 1996. Duraron hasta principios de 2002, cuando una coalición liderada por EUA los expulsó”.

“Un Afganistán imaginario surgió de la realidad de que EUA necesitaba aliados UE quisieran hacer más que matar a los Talibanes. Surgió un plan para crear un país más democrático, seguro y próspero. En 2004 se promulgó una nueva Constitución. Entonces existía la esperanza de que Occidente pudiera ayudar a construir “pilares” de seguridad para reformar y capacitar al Ejército, la Policía y el Poder Judicial Afgano . Las milicias afganas iban a ser desmovilizadas. Enormes esfuerzos buscaron alternativas a la amapola, una de las pocas plantas que pueden crecer en un país cada vez más afectado por la sequía. Surgió un Ministerio de Asuntos de la Mujer para mejorar la situación de las mujeres y niñas afganas”.

“En retrospectiva, es fácil concluir que estos esfuerzos estaban destinados al fracaso. Pero hace 17 años, el objetivo de unir el Afganistán real y el imaginario parecía muy cercano. Pero las realidades básicas del verdadero Afganistán pronto socavaron estros esfuerzos. Los talibanes no habían desaparecido, muchos se habían deslizado a través de la larga frontera con Pakistán. Aún más talibanes fueron adiestrados en madrazas paquistaníes. Su número en el sur de Afganistán creció dramáticamente después de 2004”.

“El Afganistán imaginario se desvaneció por completo los últimos meses. Los informes estadounidenses de la semana pasada anticiparon que las fuerzas de seguridad afganas podrían retener Kabul durante tres meses. A pesar del adiestramiento de los militares occidentales, el Ejército afgano colapsó. La capital cayó el día 15. Quizás la misión fallida no muestra más que los excesos de la arrogancia occidental. Simpatizo con los veteranos y las familias de los muertos que preguntan si sus esfuerzos y sus vidas valieron la pena. Pero los propios afganos han soportado del mayor costo. Unas 241.000 personas han muerto en la zona de guerra de Afganistán y Pakistán. Más de 71,000 eran civiles. Todas estas muertes son el legado más perdurable de la misión de Afganistán. Los afganos todavía necesitan nuestra ayuda”, asevera Geoffrey Hayes.

ojos verdes

El 31 de agosto debería terminar EUA de retirar sus tropas de territorio afgano, además de trasladar a los ciudadanos estadounidenses que se encontraban en el país. Al respecto, el lunes 23 Suhail Shaheen, portavoz del Talibán, declaró al canal británico Sky News: “Si EUA o Reino Unido piden más tiempo para continuar con las evacuaciones, la respuesta es no o habrá consecuencias”.

De tal suerte, el presidente Joe Biden, presionado por sus aliados de la OTAN, el domingo 22 de agosto entreabrió las posibilidades de mantener las tropas más allá de la fecha fijada para continuar con la evacuación de sus nacionales, algo que para Shaheen significaría “prolongar la ocupación”.

Por su parte, los talibanes también advirtieron que no anunciarían la formación la constitución de un nuevo gobierno mientras haya soldados de EUA en Afganistán. Desde quien tomaron el poder, el 15 del mes en curso, el Estado Islámico han intentado convencer a la población de que su régimen será menos brutal quien el anterior (1996-2001), pero sus promesas non detienen la voluntad de miles de afganos de huir del país.

El panorama, a corto plazo, no es nada halagüeño. El Pentágono informó que en las últimas 24 horas evacuó a 11 mil personas, y espera sacar del país a otros 15 mil estadounidenses y aproximadamente a otros 50 mil o 60 mil afganos. Tarea nada fácil. Para ayudar en tan arduo trabajo, Washington ordenó a seis grandes aerolíneas comerciales a trasladar a EUA a los evacuados de Kabul que se encuentran en bases estadounidenses en el Golfo y en Europa.

Sin duda, el retiro de las tropas del Tío Sam de Afganistán le costará al presidente Joe Biden mucho más de lo que sus asesores habían calculado. Y el tiempo corre y las próximas elecciones legislativas en la Unión Americana pueden ser adversas a los demócratas. ¿Y los talibanes?, con muchas sonrisas. El problema afgano durará mucho tiempo. China y Rusia, entretanto, se frotan las manos. VALE.