“La juventud es el suplemento vitamínico
de la anémica rutina social”.

Fernando Savater

 

El reporte recibido por parte del personal de seguimiento asignado a vigilar  el “Festival de Rock y Ruedas de Avándaro” organizado para el 11 y 12 de septiembre de 1971, conmocionó al secretario de Gobernación del echeverriato, Mario Moya Palencia, quien al leer que más de 300 mil jóvenes se reunieron en dicho evento y corearon entusiasmados el estribillo “tenemos el poder” animados por el grupo tijuanense Peace & Love, instruyó a comunicación social del gobierno criminalizar a los asistentes al concierto imputándoles conductas reprobables por la población adulta del país.

Así, lo que fue un multitudinario, y por tanto exitoso, evento juvenil, en el que miles de entusiastas respondieron a la convocatoria de un elenco que concentró a los mejores grupos de rock mexicano de la época, como réplica de la experiencia estadunidense en Woodstock, pasó a ser una condenable “orgía de sexo, droga y desenfreno”, cuya síntesis fue la espontánea acción de una joven acalorada a la que puritanamente se le identificó como “La encuerada de Avándaro”.

La malsana actitud del responsable de la política gubernamental del Estado mexicano era producto de la paranoia gerontocrática y represiva heredada por el diazordacismo responsable de la aciaga “noche de Tlatelolco”, revitalizada por su sucesor, Luis Echeverría, el 10 de junio de ese mismo 1971 con el ataque de “Los Halcones” al inerme grupo de jóvenes manifestantes en defensa de la legítima huelga de la Universidad de Nuevo León, económicamente acosada por el Estado ante su postura progresista.

Ideado como complemento de una tradicional carrera de autos y motos que se corría en Valle de Bravo, Estado de México, los hermanos Eduardo y Alfonso López Negrete y Justino Compeán, promotores del evento deportivo, contrataron a Armando Molina  para armar el elenco de grupos de rock nacional, logrando reunir  a conjuntos de la talla de Javier Bátiz y su banda, Dug Dug’s; La División del Norte; la Revolución de Emiliano Zapata; La Fachada de Piedra, provenientes de diferentes estados de la república o a conjuntos chilangos como el “Three Soul in my Mind”; La Máquina del Sonido o Nuevo México, cuyos seguidores acabaron rápidamente con el boletaje previsto e “invadieron” Avándaro con casas de campaña o cobertizos hechizos, y provocaron una fraternidad de liberación, propia de la esperanzadora etapa contestaria que se vivía (ante los principios de violencias y de industrialización) bajo el lema de “Amor y Paz”, conformando la expresión de toda una generación adepta a vivir en libertad y en armonía con la naturaleza y el cosmos, así como a experimentar extraordinarias vivencias místicas y animistas potenciadas por el consumo de plantas rituales como la mariguana, los hongos alucinógenos o el peyote.

Como diagnostica el filósofo español Fernando Savater, ante el vitamínico y juvenil concierto de Valle de Bravo, la anémica clase gobernante del país recetó la criminalización del evento a través de una narrativa mojigata, reduccionista e intolerante que en nada refleja lo que realmente ocurrió en Avándaro hace ya cincuenta años.

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