Su nombre está ligado a reconocimientos monetarios importantes a científicos, literatos y pacifistas, que constituyen una recompensa o estímulo a la investigación e innovación científica y tecnológica, a la creatividad literaria y a la actividad por conseguir o promover la paz mundial.

De esos premios que Alfred Nobel (1833-1896) consideró se debían otorgar, el de la Paz a la persona que haya hecho más o mejor trabajo por la fraternidad entre naciones, la abolición o reducción de la posición ejércitos y para la realización y promoción de congresos de paz”, es el que más llamó la atención en su tiempo y la sigue llamando porque desarrolló tecnología de armas.

 

Los premios más anhelados

Desde 1901, con algunas interrupciones, se ha otorgado el Premio Nobel de Física “a la persona que haya realizado el descubrimiento o invención más importante dentro del campo de la física”, lo cual no es de extrañar pues su investigación estuvo estrechamente relacionada con esta disciplina. El Nobel de Química se concede “a la persona que haya realizado el descubrimiento o mejora química más importante”, lo cual parece lógico por su formación como ingeniero químico.

El Nobel de Fisiología o Medicina es para “la persona que haya hecho el descubrimiento más importante dentro del dominio de la fisiología o la medicina”, que se entiende por sus problemas de salud; además en sus “cuadernos de laboratorio, a menudo tomaba notas sobre ideas que deberían probarse ‘para mitigar o curar enfermedades’”, según consigna Nils Ringertz, precursor de la página Nobelprize.org

El Nobel de Literatura, que recompensa a quien “haya producido en el campo de la literatura la obra más destacada en una dirección ideal”, refleja los intereses de Alfred Nobel por la literatura. En su biblioteca había obras en diferentes lenguas, hablaba: sueco, ruso, francés, inglés y alemán. Siempre cultivó la buena lectura tanto de grandes escritores del siglo XIX, como de clásicos y obras de filósofos, teólogos historiadores y científicos.

El químico que inventó la dinamita en 1866, que en un principio se utilizó en la industria de la construcción, pero que en la guerra franco-prusiana (1870-1871) se empleó por primera vez con fines bélicos, no manifestó nunca sentimientos de culpa que lo llevaron a crear el Premio Nobel de la Paz, sino que tuvo una actitud consecuente.

 

De la guerra a la paz

De este primer explosivo pasó a la producción de la balistita, que creó en 1887, durante su estadía en Francia. Este explosivo se lo ofreció al gobierno francés, el cual lo rechazó porque acaba de adquirir otra pólvora sin humo, la Poudre B. Posteriormente, el gobierno italiano le hizo un pedido de 300 mil kilogramos de balistita, por lo que Nobel abrió una fábrica en Turín, Italia.

En esos años continuó desarrollando la tecnología de armas: cohetes, cañones y pólvora progresiva, en el centro de Suecia, ya que consideraba: “si hay una rama de la industria que no debería depender de ninguna manera de las importaciones del exterior, es sin duda la industria de armamentos”.

A pesar de esta actividad bélica, su interés por la paz siempre lo acompañó, como da testimonio la correspondencia que sostuvo con la pacifista Bertha von Suttner, a quien en esa ocasión le expresó “su deseo de producir material o una máquina que tuviera un efecto tan devastador que la guerra a partir de entonces sería imposible”, como refiere Sven Tägil en la página de la Fundación Nobel.

Años después, en 1891 reiteró su convicción: “Quizás mis fábricas pondrán fin a la guerra antes que sus congresos: el día en que dos cuerpos de ejército puedan aniquilarse mutuamente en un segundo, todas las naciones civilizadas seguramente retrocedan con horror y disuelvan sus tropas”.

Tenía una concepción del pacifismo muy peculiar, que seguramente no comparten todos, pero no hubo contradicción en su deseo de crear el Nobel de la Paz. La idea de que lo hizo para exculparse, se debe tal vez a Albert Einstein, quien después del bombardeo a Japón, afirmó: “Alfred Nobel inventó un explosivo más poderoso que cualquier otro conocido en ese momento, un medio de destrucción sumamente efectivo. Para expiar este ‘logro’ y aliviar su conciencia, instituyó su premio para la promoción de la paz”.

Alfred Nobel nunca mostró arrepentimiento por sus explosivos inventos, pero queda el acertijo que premonitoriamente escribió en su juventud: “Dices que soy un acertijo; puede ser/ pero todos somos acertijos inexplicables. / Comenzó con dolor, terminará en una tortura más profunda. / Esta arcilla respirable, ¿qué hace aquí?”.

@RenAnaya2

f/René Anaya Periodista Científico

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