En las postrimerías del siglo XX infinidad de agoreros hacían circular los más disparatados pronósticos, incluyendo el del “fin del mundo”, como correspondía al final de un siglo tan conflictivo como lo fue el de las dos guerras mundiales. Los medios de comunicación se llenaron de artículos y de reportajes que anunciaban un sinnúmero de calamidades. Llegó el momento crucial y no sucedió nada que adelantara una gran catástrofe. El 31 de diciembre del año 2000 transcurrió normalmente. Y llegó el 1 de enero de 2001, como si nada. Las hojas del calendario de ese año cambiaban sin mayores incidentes, como siempre. Pero, el martes 11 de septiembre, la historia dio un vuelco. El día se hizo noche en cuestión de pocas horas. Aunque todo sucedió en Nueva York, en Washington y sus alrededores, los efectos de esos actos terroristas cambiaron, para siempre, la historia de la Tierra.
Esa mañana el mundo se detuvo, y sus consecuencias continúan impactando al género humano, sobremanera a la sociedad estadounidense, y las de muchos otros países. La secuela de esos inolvidables sucesos no termina, y va para largo. El tiempo nunca para. Ya se han cumplido los primeros veinte años del 11-S. Estados Unidos de América (EUA) continúa sufriendo los efectos de la enorme nube tóxica que provocaron los aviones estrellados en las Torres Gemelas del World Trade Center en la Big Apple, pues suman más víctimas en dos décadas que la cifra letal que enlutó al país y la lista de afectados sigue creciendo.
Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EUA, 3,779 personas han fallecido por afecciones atribuidas a la inhalación de asbesto —que lesiona principalmente los pulmones—, material de construcción y combustibles cuando las llamadas zonas cero quedaron bajo capas contaminantes, mientras que en los choques aéreos contra las Twin Towers, el Pentágono y Shanksville hubo alrededor de 3,000. Todos los lugares en los que sucedieron los atentados se han convertido en sitios sagrados para los estadounidenses. El actual presidente Joe Biden tendría que hacer acto de presencia en ellos el día del vigésimo aniversario.
Lo que sucedió hasta el tope, que se dirigían a varios destinos de la costa oeste de EUA, y los estrellaron en distintos blancos. En suma, 2,997 personas murieron en los ataques terroristas en Nueva York, Washington, y en los suburbios de Shanksville, Pensilvania. El balance final es incierto, pues muchos cadáveres se desintegraron en los incendios y jamás se encontraron.
Las macabras cifras dicen que en el World Trade Center (WTC), en el bajo Manhattan, 2,753 personas perdieron la vida cuando los vuelos secuestrados, el 11 de AA, y el 175 de UA, fueron estrellados intencionalmente en las torres norte y sur, o murieron como resultado de los atentados. De los muertos en los ataques iniciales y los colapsos posteriores de las torres, 343 eran bomberos neoyorquinos, 23 policías capitalinos y 37 agentes de la Autoridad Portuaria. Por edades, las inocentes víctimas comprendidas entre los dos y los 85 años. Y, aproximadamente, el 75.80% de los fallecidos eran hombres. En el Pentágono, en Washington, 184 personas murieron cuando el vuelo 77 de AA, también secuestrado, se estrelló contra el mítico edificio del ejército estadounidense.
Y, cerca de Shanksville, Pensilvania, 40 pasajeros y la tripulación del vuelo 93 de UA, murieron cuando la aeronave se estrelló en un terreno campestre. La versión es que los secuestradores estrellaron el avión en ese lugar, en lugar de un objetivo desconocido, porque los pasajeros y la tripulación intentaron retomar el control del vuelo. El valor y el arrojo de los que no eran terroristas sirvieron para rodar una película —seguro habrá otras—, de mucha taquilla.
El vigésimo aniversario de los atentados merece repetir la cronología de los hechos del 11 de septiembre de 20021.
—8:46 a.m. El vuelo 11 de American Airlines (en ruta de Boston a Los Ángeles) se incrusta en la torre norte del WTC en la ciudad de Nueva York.
—9:03 a.m. El vuelo 175 de United Airlines —que se dirigía de Boston a Los Ángeles se estrella en las torre sur del World Trade Center en New York.
9:37 a.m. El vuelo 77 de American Airlines —que volaba desde Dulles, Virginia, a Los Ángeles—, cae sobre el edificio del Pentágono en Washington.
9:59 a.m. La torre sur del WTC se derrumba en aproximadamente 10 segundos.
10:03 a.m. El vuelo 93 de United Airlines —en ruta desde Newark, New Jersey, a San Francisco—, cae por tierra en el campo cerca de Shanksville, Pensilvania.
10:28 a.m. La torre norte del WTC se derrumba. El tiempo entre el primer ataques y el colapso de los dos edificios del famoso centro de comercio mundial fue de 102 minutos. Más que suficiente para que la historia del planeta fuera diferente.
Y, el 13 de diciembre del fatídico año, 2001, el gobierno de United States of America (USA) transmitió un video en el que Osama Bin Laden, el terrorista yihadista de origen saudí, líder y fundador de la organización terrosidades Al Qaeda, se responsabiliza como autor de los ataques. Cinco días más tarde, 18 de diciembre, el Congreso de EUA aprueba la medida presidencial —a la sazón George W. Bush Jr.—, por la que se designa el 11 de septiembre como “Día del Patriota” a celebrar anualmente.
Ardua ha sido la tarea de identificar los restos de las víctimas. Y, el 10 de mayo de 2014, los restos no identificados de los fallecidos en los ataques son devueltos al sitio donde se encontraba el WTC, donde se guardarán en un depósito bajo la jurisdicción de la Oficina del Médico Forense jefe de la Ciudad de Nueva York.
Del ataque terrorista a las Torres Gemelas circularon miles de fotografías. Ese día, millones de personas en todo el mundo vio con horror, por la televisión, en forma directa, la tragedia que vivió la Unión Americana. Lo que sucedió ese día en Manhattan quedó grabado en el recuerdo de la mayor parte de la población mundial. Los que lo vimos nunca lo olvidaremos. Recordamos donde nos encontrábamos, lo que hacíamos. Durante horas suspendimos las actividades para estar pendientes de lo que sucedía en la capital económica no solo de EUA, sino del planeta. Por primera vez en su historia, la Gran Potencia sintió en carne propia el embate del terrorismo. El poderoso país, ya no era invulnerable. Sufría como cualquier otra nación. A raíz de esa masacre, la política y la sociedad cambiaron en la tierra del Tío Sam y en el resto del planeta. La lucha contra el terrorismo, el desarrollo tecnológico y la vigilancia de los ciudadanos tomaron una dimensión y un rumbo que nadie hubiera previsto antes de los ataques. Sea quien haya sido el que los preparó: saudíes o de cualquier otra nacionalidad.
Como testimonio imborrable, entre tantos otros, hay una imagen fotográfica (y de televisión) que todo mundo vio. La foto que ya es icónica fue captada por Richard Drew, fotorreportero de la agencia de noticias AP, titulada The Falling Man (El hombre que cae). La foto reproduce la caída de una de las víctimas del 11-S que cae desde lo alto de una de las torres del WTC.
Drew, se trasladó inmediatamente al lugar de los hechos. Viajó en el metro neoyorquino, hasta una estación antes de la del WTC. Al salir del transporte subterráneo, cuenta que lo primero que vio fueron negras columnas de humo que salían de las torres. Enseguida, se percató que las personas, aterradas se lanzaban al vacío. Comenzó a fotografiar y una de sus foto captó al “hombre que caía”. No ha sido posible conocer las identidad de la persona de la foto, pero que sí que caía De la Torre norte. Que la tomó a las 9.45 a.m., el fatídico martes 11 de septiembre de 2001. No se han recuperado los cuerpos de las personas que se lanzaron al vacío. Pero, la identidad del “the falling man” podría corresponder a Jonathan Briley, técnico de audio del restaurante Windows of the World, ubicado en el piso 106 de la torre norte del WTC. Los compañeros de trabajo de Briley —al ver las foto—, dijeron que sí podría tratarse de él. Posiblemente.
Muchas dudas y conjeturas provocaron los actos terroristas del 11-S. La mayoría jamás de esclarecerán. De tal manera, el viernes 3 del mes en curso el presidente Joe Biden firmó una orden ejecutiva que permitirá la desclasificación de documentos confidenciales sobre esos actos, lo que puede aliviar las dudas de los familiares de las víctimas, sobre todo si verdaderamente el gobierno de Arabia Saudí estuvo implicado en tan explosiva conjura. La orden del 46o. presidente de EUA instará a la desclasificación progresiva de la referida documentación.
La orden llegó a poco más de una semana para el vigésimo aniversario de la tragedia. Las reclamaciones de varias asociaciones de víctimas chocaron con Joe Biden debido a las tardanza que estaba mostrando en liberar esa documentación. De hecho, se amenazó al inquilino de La Casa Blanca con boicotear su asistencia a los homenajes previstos en Nueva York para el 11 de septiembre si continuaban desclasificados.
En la orden ejecutiva se puntualiza la importancia de mostrar transparencia ante las víctimas y sus familiares. “Es fundamental garantizar que el gobierno de EUA maximice la transparencia, confiando en la clasificación sólo cuando sea estrictamente adaptada y sea necesaria”.
Al firmar esta orden, Biden aseguró que de esta manera cumple una de sus promesas de campaña. “Cuando me postulé para presidente, me comprometí a garantizar la transparencia con respecto a la desclasificación de documentos sobre los ataques terroristas del 11”. Esto podría, incluso, aclarar la sospecha de que el FBI “pudo haber destruido pruebas que implicarían a Arabia Saudita en los atentados”.
Como sea. El vigésimo aniversario del 11-S marcó a EUA para siempre. VALE.