Por Adolfo Arreola García[1]

El poder es un tema fascinante ya que implica el control de las acciones y las mentes de otros a través de las palabras, las acciones, la información, la tecnología, los medios diplomáticos y la fuerza antes de ser aplicado. Es decir, para aplicar el poder primero se requiere de un nivel óptimo o mínimo de control de las personas, territorios y medios, lo que en respuesta contribuye a la construcción de capacidades y la reducción de la incertidumbre existente. Dicho de otro modo, todos los actores interesados en hacerse, mantener o incrementar su poder deben contar con una estrategia que permita iniciar las acciones con una idea clara en mente, los medios necesarios para lograrlo y las herramientas para construir las capacidades necesarias en campos como el económico, social, político, militar y tecnológico.

Ampliando un poco lo anterior, se asume que, para su estudio, el poder se integra en siete campos: el económico, el político, el social, el psicológico, militar, diplomático y tecnológico. Estos campos dependiendo del tiempo, los actores, los factores y el contexto prevalecientes serán priorizados y empleados para lograr la superioridad. Esto no quiere decir, que el resto de los campos del poder son inservibles o se desechan totalmente, sino que el énfasis se coloca en lo que estratégicamente permite una rápida victoria con la ayuda en menor grado de las capacidades construidas en conjunto.

Por ejemplo, la historia narra: que Gengis Kan empleó de manera efectiva el poder psicológico para construir uno de los imperios más grandes de los que se tenga razón; que, los antiguos romanos privilegiaron la fuerza moral sobre la fuerza física, ya que lograban la motivación en sus legiones y la lealtad de los dominados; que durante la época de las grandes alianzas en Europa se enfatizó en el poder de la política, los lazos filiales y la diplomacia; y que la evolución de la guerra demuestra como la tecnología ha ido tomando un lugar preponderante en la visión estratégica hasta llegar a hablarse de la ciberguerra y la guerra de las máquinas y/o autómatas.

En otras palabras, en el presente la tecnología ha tomado un papel preponderante. Si bien hace nuestra vida más placentera, también aporta nuevas vulnerabilidades, así como innovadoras formas de dominio y control. En este sentido, se tiene el ejemplo de aquellos individuos que sufren de un “clasismo o racismo” digital a través de los sistemas de control social implementado por algunas naciones del mundo, o de los algoritmos de identificación facial que solamente reconocen personas de raza blanca. A lo anterior debemos aunar las capacidades destructivas de las armas a control remoto y las ciberarmas, que son muestra de la superioridad tecnológica en el ámbito bélico. Evidentemente, se ha pasado del uso de la pólvora, el TNT y la tecnología nuclear al uso de los bits (unos y ceros del mundo digital) y al manejo efectivo de la información como instrumentos del poder y formas reales para doblegar al enemigo sin hacer un solo disparo.

Todo indica que la tecnología ha difuminado las líneas entre lo físico, lo digital y lo biológico; y ha traído para las naciones tecnológicamente avanzadas oportunidades para imponer su ley y una “guerra tecnológica-comercial” entre China y EE.UU. De igual forma, actores no estatales como Facebook y Amazon han comprendido el poder que encierra la tecnología para quienes son capaces de controlarla, ya que imponen tendencias o intervienen economías.

Ahora los competidores recurren a la tecnología y la información como medios para lograr la superioridad con base en inteligencia y una estrategia de largo plazo. Lo que remarca que la superioridad tecnológica es estratégica en el siglo XXI porque permite controlar la situación, imponer las condiciones y reducir la incertidumbre. Al final, el contexto actual pareciese haber sido sacado de una historia de ciencia ficción y coincidir con pensamientos que presentan a la tecnología avanzada como un equivalente de la magia; o visiones que mencionan que la tecnología podría asumir los papeles humanos condenando a los individuos a ser material desechable.

En conclusión, la superioridad tecnológica debe ser considerada como una ventaja estratégica en el siglo XXI, ya que brinda libertad de acción a partir de una visión holística, multidisciplinaria, multinivel y transdisciplinaria. Si los diferentes actores desean estar a la altura deben invertir en ciencia y tecnología de punta, o resignarse a su suerte.

El autor es profesor investigador de la Facultad de Estudios Globales, Universidad Anáhuac México y miembro de la compañía Israel Cibersecurity Enterprise (ICE).

[1] Profesor investigador de la Facultad de Estudios Globales, Universidad Anáhuac México y miembro de la compañía Israel Cibersecurity Enterprise (ICE).