La Cumbre de la CELAC, celebrada el 15 y 16 de septiembre en México, en la que el venezolano Maduro y el presidente Díaz-Canel de Cuba robaron titulares, e hizo que algunos se rasgaran las vestiduras mientras otros les echaran incienso, concluyó sin pena ni gloria. Entre innumerables comentarios de crítica despiadada o de elogios casi serviles.

Como, en mi opinión, los comentarios inteligentes e informados se han perdido entre tantos otros alarmistas, agresivos o francamente serviles, me atrevo a ofrecer estos míos, con otros enfoques y más información, que intento sean serenos, aun aquellos de crítica y que, si se me escapa alguno festivo —y hasta irónico— sea suave.

 

El largo camino ¿hacia la CELAC?

El proyecto de una comunidad de países latinoamericanos y caribeños —una CELAC— es mérito atribuido a Simón Bolívar, prócer icónico de los libertadores del Continente; y, efectivamente, el Congreso Anfictiónico, instalado en Panamá, durante junio y julio de 1826, fue su intento de unir a todo el continente. Fallido, pues también se invitó a potencias: Estados Unidos, Gran Bretaña y Países Bajos, no interesadas en que tuviera éxito. Como también fracasó el traslado del Congreso a Tacubaya.

Sin embargo, antes de Bolívar, y también en su tiempo, hubo otras iniciativas: en España, José Ábalos intendente en Caracas, en una misiva de septiembre de 1781 al rey Carlos III, pronosticó la independencia de América y, a fin de que España no perdiera sus dominios, sugería la creación de Monarquías en provincias del Reino en el Nuevo Mundo: Lima, Quito, Chile y La Plata; más Filipinas.

Junto a esta propuesta el conde de Aranda, dirigió en 1783, igualmente a Carlos III, un “memorial reservado”, en el que, con cien años de anticipación, habla del surgimiento de Estados Unidos como potencia mundial: “Llegará—-dijo— un día en que crezca y se torne gigante, y aun coloso temible en aquellas regiones… y sólo pensará en su engrandecimiento… dominar el golfo de México… y la conquista de este vasto imperio, que no podremos defender contra una potencia formidable establecida en el mismo continente y vecina suya”.

En vista de ello, Aranda proponía al monarca desprenderse de todas las posesiones de América, excepto de las islas de Cuba y Puerto Rico y algunas otras, con el fin de que ellas sirvieran de escala o depósito para el comercio español. México, Perú y lo restante de Tierra Firme serían —según la propuesta— gobernados por infantes con el título de rey y el monarca español tomaría el título de emperador.

Esta visionaria propuesta de una comunidad hispánica de naciones, que se adelantaba más de un siglo y medio a la británica Commonwealth of Nations (Mancomunidad de Naciones) no fue considerada por Carlos III y los políticos españoles, cuya miopía contribuyó a la desaparición del imperio español.

Apenas en los últimos tiempos, gracias a la iniciativa conjunta de México y España, se creo la Cumbre Iberoamericana de jefes de Estado, cuyo primer encuentro tuvo lugar en Guadalajara, en 1991. Aunque en un contexto en el que resulta imposible construir una “mancomunidad” hispanoamericana o latinoamericana de naciones como la que proponía Aranda.

De vuelta a Latinoamérica, poco después del fallido Congreso Anfictiónico de Panamá y de su pretendida continuación en Tacubaya, en 1831 Lucas Alamán, estadista impar, propuso el Pacto de Familia para revivir el proyecto bolivariano. Esta ambiciosa propuesta regional, que excluía a Estados Unidos y potencias extra regionales, y sí, en cambio, invitaba a Brasil, pretendía convertir a México en la “Metrópoli de toda la América”.

Esta iniciativa sería más cercana a la CELAC. Sin embargo, la desconfianza entre los gobiernos latinoamericanos y la inestabilidad política en la región dieron al traste, una vez más con este nuevo intento de integración de América Latina. Aparte de que la historia no ha hecho justicia a Lucas Alamán, su autor.

Todas estas propuestas latinoamericanas fallidas me traen a la memoria a mi querida maestra Beatriz Ruiz Gaytán (QEPD) quien decía que mientras Bolívar en sus ensoñaciones, declaraba: “¡Qué bello sería que el Istmo de Panamá fuera para nosotros lo que el de Corinto para los griegos!”. Monroe, sin floritura alguna, sentenciaba: “América para los americanos” y Washington se apoderaba de nuestros países

La historia registra otras iniciativas, latinoamericanas, subregionales, interamericanas, intercontinentales, sectoriales, de las que solo menciono a la OEA (Organización de los Estados Americanos), de controvertida actualidad en la Cumbre que comento.

En 1910, la organización antecesora de la OEA se convirtió en la Unión Panamericana y el 30 de abril de 1948, 21 naciones del hemisferio se reunieron en Bogotá, para adoptar la Carta de la Organización de los Estados Americanos.

Con sede en Washington, este “Ministerio de las Colonias”, según sus críticos; de infeliz pasado e infeliz presente, ha sido escenario de honorables acciones de la diplomacia mexicana, como la que, en defensa de los principios de no intervención y libre determinación en el caso de Cuba, enfrentó, en los años sesenta del pasado siglo a Estados Unidos y a un puñado de gobiernos latinoamericanos sometidos a Washington.

 

El circo de la CELAC

Calificado como tal el encuentro, principalmente por opositores al gobierno y en especial al presidente López Obrador, así como por anticomunistas que no saben en qué mundo viven, lamentablemente tuvo algo de circo. Quizá porque a pesar de que Marcelo Ebrard tiene oficio, faltó, desde mi punto de vista, el trabajo fino de los diplomáticos en su preparación.

El experto canciller se auxilia en la secretaria de funcionarios sin experiencia diplomática, salvo una subsecretaria mi amiga y contemporánea —vale decir, de la tercera edad—. Además, se han nombrado, en embajadas de América Latina, a un buen número de improvisados, mientras permanecen en la banca o en tareas menores, a una decena de embajadores y a once ministros del Servicio Exterior Mexicano, mujeres y hombres con amplia trayectoria y la experiencia necesaria para colaborar en la cancillería o encabezar misiones diplomáticas y consulares.

No acudieron al cónclave de Ciudad de México los presidentes de Argentina, que canceló a última hora debido a los problemas políticos, también de última hora, que enfrenta; de Chile, que debió encabezar los festejos de aniversario de la independencia de su país, y el impresentable Jair Bolsonaro, que hace tiempo abandonó la CELAC. Asistieron, en cambio, los presidentes de Cuba y Venezuela, que provocaron controversias y hasta escándalo, en el “palco” de presidentes liberales y conservadores y entre el “público”.

Respecto a Cuba y Venezuela —y también a Nicaragua— el mandatario paraguayo hizo una declaración torpe sobre el gobierno de Nicolás Maduro, el colombiano se opuso a la participación de este en el foro y el uruguayo, sin desconocer el derecho del mandatario venezolano a estar presente en el cónclave, afirmó que su país no podía ser complaciente con países donde “no hay democracia plena” y se violan los derechos humanos, como en “el caso de Cuba, Nicaragua y Venezuela”.

Maduro respondió, y yo destaco de su discurso la declaración de que la CELAC debe constituirse en el respeto a la diversidad ideológica, así como la mención que hizo del presidente Felipe Calderón. “de la derecha, bien derecha”, como uno de los convocantes a crear la CELAC. Por su parte, el presidente cubano pronuncio un discurso, irrelevante.

Lo cierto es que Cuba, Venezuela y Nicaragua tienen todo el derecho de participar en este foro latinoamericano y caribeño. Independientemente de que sus respectivos gobiernos reprueben en derechos humanos y democracia. En todo caso, este encuentro de la CELAC no era el foro para discutir el tema.

Además, es mi deseo, ¿real politik o wishful thinking?, que Biden dé nuevamente la mano —ayuda y presión— como lo hizo Obama, al gobierno de la Isla, para que dé el salto a la economía de mercado y a la democracia. Respecto a Venezuela, veremos qué sucede en las conversaciones de México y en la elección de noviembre. A Nicaragua, en cambio, no le veo solución, víctima de dos déspotas.

Sin desconocer el derecho de los mencionados gobiernos a participar en la reunión de la CELAC, comparto las opiniones de analistas moderados, en el sentido de que la participación del presidente de Cuba como invitado de honor a las celebraciones de la independencia fue inoportuna, lo que contribuyó a la crispación en la CELAC por su presencia.

Ha sido, igualmente, desafortunado que solo el presidente chino dirigiera un mensaje a los participantes en el foro, sin que el presidente Biden y la presidenta de la Comisión Europea dirigieran mensajes similares. Por cierto, ¿no ha expresado el presidente López Obrador su deseo de que la CELAC se conforme a imagen y semejanza de la Europa comunitaria?

Sin embargo, hacer de la CELAC una Unión Europea es una aspiración imposible, habida cuenta del origen y el largo, aún interminable y lleno de escollos, camino del proyecto europeo y de la enfermedad soberanista de los países de nuestra región. No comparto tampoco la aspiración, también irreal de desaparecer la OEA, que puede coexistir con nuestra instancia latinoamericana —aunque tengo la peor opinión del secretario general Almagro—.

La Cumbre emitió una declaración conjunta de 44 puntos, en la que destaca la condena al bloqueo económico de Estados Unidos a Cuba, la ratificación de la soberanía argentina sobre las Islas Malvinas, el compromiso latinoamericano de enfrentar la pandemia de Covid-19, el cambio climático y los desastres naturales. Es importante, asimismo, el que se haya destacado la promoción de la democracia como proceso irreversible. Quedó pendiente, sin embargo, el tema migratorio, en el que México está muy comprometido, como víctima y como verdugo.

Dicen analistas que esta cumbre de la CELAC ha significado la recuperación de México como líder latinoamericano; lo que sin embargo no será posible mientras el presidente se abstenga de asistir a la Asamblea General de la ONU y a otros foros importantes.