“Si es con traición nunca es justa la demanda,
ni al vencedor con justicia se le debe dar la palma”.
Romancero Español

A lo largo de los dos siglos que han transcurrido desde el 28 de septiembre de 1821 hasta nuestros días, se invisibilizó el debate sobre el documento signado por una serie de prohombres, al día siguiente de la entrada triunfal del Ejército Trigarante a la ciudad de México, otrora capital de la Nueva España, y sucedió a tal grado que por varias décadas permaneció perdido el documento, hasta que a fines del siglo XIX Don Joaquín García Izcabalceta lo localizó en una biblioteca madrileña.

Así mismo, los conservadores -algunos de ellos signatarios de tal documento, como es el caso de Anastasio Bustamante- se ufanaron en otorgar el reconocimiento de consumador de tal hazaña a Agustín de Iturbide, mientras construían todo un discurso de desprestigio en contra de Don Vicente Guerrero; en tanto la terca memoria insurgente se negaba a tales acciones, sustentadas en la inocultable traición a sus ideales republicanos y federalistas, eliminados arbitrariamente de los Tratados de Córdoba pactados entre O’Donojú y un artero Iturbide que había accedido a garantizar la entrega de la excolonia a la Casa Real española depuesta por Napoleón.

En el punto 3 de los referidos Tratados, se puede leer cómo explícitamente entrega la corona del Imperio Mexicano: “…en primer lugar al Señor Don Fernando VII, rey católico de España, y por su renuncia o no admisión, su hermano, el serenísimo señor Infante don Carlos; por su renuncia o no admisión el serenísimo señor Infante Don Francisco de Paula; por su renuncia o no admisión el serenísimo señor Don Carlos Luis, Infante de España, antes heredero de Etruria, hoy de Luca, y por su renuncia o no admisión de éste, el que la Corte del Imperio designare”.

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Iturbide conminó a Guerrero de concebir la independencia de la colonia como una respuesta a la invasión napoleónica, a la imposición en el trono de José Bonaparte y en defensa de la religión católica.

Fiel a sus principios, Guerrero cumplió su compromiso de deponer las armas y de acompañar un proceso de pacificación a favor de la Independencia de la América Mexicana, también de reconocer a la católica como única religión y de promover la fraternidad entre los habitantes de estas tierras; pero de ahí a adherirse al programa imperial distaba mucho y así lo evidenció exigiendo que a los insurgentes solo él les daría órdenes como su líder; así como declinando a figurar en la avanzada del Ejército Trigarante a la ciudad, donde ni él ni ningún otro insurgente estampó su firma en aquella vergonzante acta de Independencia del “imperio mexicano”.

A esta fase de nuestra historia patria le aplica a la perfección una cuarteta del Romancero que nítidamente advierte que la traición envilece a cualquier justa demanda y que por ello el traidor, aun habiendo vencido, no merece ni reconocimiento ni gloria.