Más que sorprendente es la novela de Felipe Casas titulada La esclava de Juana Inés. Me explico. Para el autor, lo primero fue recrear los escenarios que corresponden a la Nueva España en los días de Sor Juana, quien vivió en la segunda mitad del 1600. El novelista hace nacer a la esclava en Yanga, donde durante la Colonia los negros eran libres. Pero si es un reto establecer los lugares, lo que parece casi imposible, es que la esclava narra en primera persona y el lector no sólo comprende su lenguaje, sino que tiene la ilusión de que realmente escucha a la esclava de Juana Inés. El tratamiento del tiempo contribuye a la ficción, porque comienza con la llegada de Yara al convento de San Jerónimo y luego, se retrocede a cuando la joven vive libre y más tarde, la codicia de un hombre y la lujuria de otro, la reducen a la esclavitud.

A pesar del tema, no se trata de un relato triste, ni de una denuncia social, la obra comienza con el baño de la rebelde muchacha en el convento y de cómo adquiere las primeras letras hasta ser capaz, a imitación de su ama “poeta”, de escribir su diario: la misma novela que estamos leyendo. Yara no se conduele de su situación, la acepta como es, y trata de salir lo mejor librada posible. Uno pensaría que la figura de Sor Juana se va comer el relato, pero no, la monja es un telón de fondo, una influencia callada que impulsa a Yara a escribir.

Los conventos de monjas, por las dotes que se fijaban para su ingreso, eran los bancos de la época, y, como se sabe, Sor Juana era la digamos contadora de su congregación y a eso se alude en algún momento del relato. Se ha conservado el recetario de Sor Juana, sin embargo, en la novela se comete un errorcillo, pues no existía en la época de Sor Juana la “olla común” para las monjas (sí para los monjes) incluso se realizó un movimiento de resistencia a la olla compartida. En la novela, hay una cocina común y la cocinera general es personaje importante.

Al final de la novela, que es corta, subyacen dos leyendas coloniales: La Llorona y La mulata de Córdoba. La primera, en una salida, asusta a Yara; la otra, se funde con la trama. Felipe Casas obtuvo el Premio de Novela Histórica convocada por la Editorial Grijalbo y el Claustro de Sor Juana.

 

Dos que se fueron en estos meses

Enrique González Pedrero tiene importancia literaria, y no me refiero a que era viudo de la escritora Julieta Campos, sino porque lo consideraba su maestro la Generación del Medio Siglo, integrado por los novelistas Carlos Fuentes, Sergio Pitol y Mario Moya Palencia, y el impulsor de la historia oral Luis Prieto, quien es personaje de una novela de Luis González de Alba e inspiró, (junto con otra persona real) la mejor novela de Sergio. A los dos primeros, sólo los escuché una noche en que estaban con Fernando Benítez y Georgina Conde, cenando con el poeta Nicolás Guillén que acaparó todos los reflectores.

Daniel Molina era editor, cuando Adriana Salinas de Gortari y Margo Glantz dirigieron sucesivamente ediciones de la SEP y luego, con los gobiernos del DF. Daniel es autor de un volumen sobre la huelga de Nueva Rosita y de un hermoso libro sobre las Campanas de México y su papel en la historia. Como Daniel era activista, me enteré de su fallecimiento cuando este 2 de octubre se mencionaron a los dirigentes del 68 que habían fallecido y escuché la despedida comunista: “Daniel Molina: Presente”. Como, al mismo tiempo, se realizaba un homenaje en su honor en Iztapalapa, el Comité 68 tuvo que dividirse.

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