“Miremos más que somos padres de nuestro porvenir
que no hijos de nuestro pasado”.
Unamuno

La España añorante de sus pasadas glorias coloniales, encarnada en ese reaccionario engendro de la política llamado VOX, cuyos máximos dirigentes ultraderechistas recientemente esgrimieron un ignorante y vociferante reproche, y al mismo tiempo exigencia, a las vanguardias del continente americano a las que la  relectura de la historia, provocada por las conmemoraciones de este 2021, llevaron  a abandonar la pleitesía que por más de 500 años se le rindió al 12 de octubre como hito histórico y origen inaugural  del continente “descubierto” y colonizado en nombre de los reinos de Castilla y León, y Navarra y Aragón, unidos en santo y conveniente matrimonio por los catoliquísimos Isabel y Fernando.

Mucho les debió haber preocupado que, en un acto de auténtica solidaridad y cambio de paradigma, el gobierno de nuestro poderoso vecino del norte dejara atrás el “Columbus Day” y decretara, en voz de la vicepresidenta Harris, que el 12 de octubre se honre la memoria de los pueblos originarios de los Estados Unidos, al tiempo que se solidarizaban con los del resto del continente americano.

Ante tal determinación y la repulsa a la otrora hazaña colonizadora y conquistadora de las excolonias españolas en nuestro continente, los defensores de Cortés elevaron la voz exigiendo al gobierno mexicano rescatar la tumba del extremeño para rendirle los honores que a su criterio se merece, o bien permitir que los restos del conquistador se recuperen para la alcaldía de su tierra natal, donde se le otorgue sepultura paradójicamente en un Estado cuya ingratitud, en su momento, obligó al propio conquistador exigir en su testamento ser enterrado en la capital de la tierra conquistada.

Tras las guerras de ocupación que encabezó Cortés en nuestra tierra, las intrigas en su contra le hicieron padecer una vida de defensas jurídicas y sociales que lo mismo le sentaron ante jueces supremos, como lo condenaron al ostracismo y a impedir la publicación de sus memorias.

Cortés falleció amargado, y curiosamente poco antes de morir, un 12 de octubre, pero de 1547, ordena que sus restos sean enterrados en la Nueva España, última voluntad que será cumplida hasta 1566 cuando su familia decide trasladar su cuerpo al templo de San Francisco, en Texcoco, y posteriormente, por orden el Virrey Revillagigedo, al templo de Jesús del Nazareno, adjunto al hospital que el propio Cortés fundó para atender a los naturales.

Tras la independencia de México, Lucas Alamán se encargó de ocultar los restos del conquistador dentro del mismo templo;   dicho secreto se develó hasta 1946, cuando se dio a conocer un documento que permitió localizar la urna que contiene su osamenta y, tras corroborar científicamente su autenticidad, a esta se le colocó una placa para identificar el lugar donde reposa con discreción y dignidad un hombre que, como sugiere Don Miguel de Unamuno,  entendió que era mejor ser padre de su porvenir que hijo de un pasado que le fue negado por todos aquellos hipócritas detractores a los que, al final de cuentas, benefició.

 

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