Primera parte

Muchos piensan que ya se ha hablado lo suficiente de ciertos temas: los ataques injustificados, por cierto, de AMLO a la Universidad Nacional Autónoma de México. La reforma eléctrica, ahora fracasada, debido, según dicen los mentideros políticos, a la intervención del embajador norteamericano. Los privilegios, que se antojaban excesivos, que se daban a Emilio Lozoya, ahora puesto en buen resguardo. La criminalidad generalizada que azota a todo el territorio nacional, que no tiene para cuando estabilizarse y, muchos menos, disminuir. El huachicoleo, que no cesa de producir víctimas y de mermar el patrimonio de la nación; y otros que alarman y preocupan.

Dentro de los problemas anteriores no he querido incluir la consulta relacionada con la revocación del mandato que el mismo AMLO está promoviendo a su favor; no digo más con relación a ese tema en razón de que, según trascendió el 3 de noviembre en curso, se presentó una iniciativa por virtud de la cual se propone al Congreso de la Unión tipifique como delito el hacer propaganda que impida la consulta o la dilate u obstaculice.

Si bien reconozco que mientras la iniciativa no se apruebe y se convierta en ley, cualquier invitación a no participar en la farsa de consulta no es delito y, que llegado el caso de que se apruebe, no se me puede aplicar en forma retroactiva, viendo las arbitrariedades de que son objeto muchos de los que en el pasado intrigaron o hablaron mal de AMLO, he optado por poner mis barbas a remojar; me abstengo de opinar sobre ella.

En razón de lo anterior pasó a referirme a un tema más trascendente y, por lo mismo, menos pasajero. Escribiré del atavismo que existe en el ser humano de no soportar la perfección en ninguna de las manifestaciones del quehacer humano.

Este tema ya lo había insinuado al tratar el mito de Penélope, la casta e impoluta esposa de Ulises u Odiseo, el astuto rey de Ítaca, que contra su voluntad se vio comprometido a participar en la Guerra de Troya. Según la trama original, la que se desprende de la Odisea, Penélope, a pesar de que la ausencia de su marido se prolongó veinte años; de que tenía un número crecido de pretendientes, muchos de ellos reyes o príncipes; de que Nauplio, el marino, les chismeó a las esposas de los reyes que estaban “peleando” en Troya, que estos, en sus ratos libres, que eran muchos, también gozaban la vida con mujeres, vinos y canto; ella no dio su brazo a torcer y siempre se conservó casta y honesta,

A pesar de lo anterior, que puede considerarse la versión oficial, por aparecer en la Odisea, autores tardíos que no soportaban su integridad, le achacaron amoríos con todos los pretendientes, que eran más de cien y que, incluso, no contentos con difamarla, se atrevieron a afirmar que había tenido un hijo con uno de ellos: el hijo adulterino que le atribuían fue el Dios Pan. También afirmaban que Ulises, al saber de las infidelidades de Penélope, la había expulsado de Ítaca o que, incluso, la había matado por ello.

Zeus, el Dios del Olimpo, que para muchos encarnaba la perfección, la suma de las virtudes, no quedó a salvo de la maledicencia de los griegos. Quienes creían en él, hablaban pestes de su comportamiento. Platón escribe: “… los mismos hombres que creen firmemente que Zeus es el mejor y el más justo de los dioses reconocen que encadenó a su propio padre, y que éste, a su vez, mutiló al suyo por causas semejantes. (Diálogos, Eutifrón, 5e y 6ª).

Otros le atribuían un sinnúmero de amores adulterinos de los que derivaron semidioses y héroes. Heracles era uno de ellos. Otros, menos recatados, pero más perversos, le atribuían amores homosexuales. Hera, en un diálogo de Luciano, le reclama a su esposo Zeus:

“Desde que raptaste al mozalbete ese, Zeus, al frigio (Ganimedes) y lo trajiste del Ida me haces menos caso. …

Ni está bien lo que haces, ni es propio de ti que, siendo dueño y señor de todos los dioses, me abandones a mí, tu legítima esposa, y bajes a la tierra a cometer adulterios convertido en oro, en sátiro, o en toro. Sólo que mientras que aquéllas se te quedan en tierra, el muchachito este del Ida al que raptaste y trajiste volando, tú la más noble de las águilas, vive aquí con nosotros, posado sobre mi cabeza, en teoría como <<escanciador>>, ¿es que te faltan escanciadores? ¿O es que han renunciado a seguir sirviéndote Hebe y Hefesto?

Tú nunca coges la copa de sus manos sin antes besarlo en presencia de todos, y su beso es para ti más dulce que el néctar y precisamente por ello, muchas veces, aunque no tienes sed, pides de beber. …” (Diálogos de los Dioses, 5, Zeus y Hera).

En otra colaboración he referido como los griegos, en su manía de echar a perder los máximos valores, no respetaron la pureza y castidad de Palas Atenea. Le atribuyeron un hijo de Hefesto, de nombre Erictonio, que fue unos de los primeros reyes de Atenas. (Apolodoro, Biblioteca, III, 14, 6)

El mito de Heracles es otro ejemplo de esa inclinación, que lleva a tara, de desvirtuar la perfección y alivianarla. Ese héroe es un prototipo de entrega, sacrificio, abnegación y obediencia. Luchó por salvar a la humanidad de gigantes malos y perversos; de bestias horribles y mortales. Liberó a Prometeo de las cadenas que lo ataban a una roca. Bajó al inframundo para rescatar a Alcestis y resucitar con ella. (Platón, Diálogos, Banquete, 179 d). Realizó acciones prodigiosas y excepcionales.

Los griegos no soportaron su perfección; tenían que fastidiar su figura y llenar de inmundicia su memoria. Inventaron que fue vendido como esclavo, que lo compró Ónfale, reina de Lidia, que lo hizo caer en la molicie, lo golpeaba con una sandalia, que lo obligó a vestir como mujer y a realizar acciones propias del sexo femenino. Lo presentan hilando lino a los pies de su ama y realizando labores de mujeres. (Apolodoro, Biblioteca, libro II, 6, 3 y Luciano, Diálogos de Dioses, 15, Zeus, Asclepio y Heracles).

También se decía que había tenido amores homosexuales con un adolescente llamado Hilas, en la expedición de los Argonautas, en la que ambos participaron, cuando éste bajó a proveerse de agua, desapareció. Heracles, por andar buscándolo, fue abandonado por sus compañeros de expedición. (Apolonio de Rodas, Las argonáuticas, 1, 1207 y siguientes).

En los autores griegos y romanos hay muchos ejemplos más.

En Grecia, en los festivales en que eran representadas las tragedias en forma de trilogía, para bajar la tensión a que llevaba el drama representado, se daba lugar a una comedia en la que se presentaban “… poemas dramáticos cuyo objeto era, no lo vituperable, sino lo risible.” Con éstas se hacía reír al auditorio y, al hacerlo, se daba alivio y descanso al auditorio. (Aristóteles, Poética, 1448b, 4 y 1449ª). Aristófanes representa la cumbre en el arte de la comedia.

Uno de los elementos que da grandeza al pensamiento griego es el hecho de haber sabido combinar lo sublime, elevado, profundo y bello con lo risible, mundano, grotesco y ligero. Esa característica se refleja en la filosofía, el arte y la religión.

El cristianismo, que reconoce como fuentes principales dos influencias: el judaísmo y el pensamiento griego, siempre es grave, solemne y formal; no fue capaz de percibir que la grandeza de este último estaba en haber sabido combinar lo sublime con lo terreno y risible.

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Encuentro notas discordantes, pero no risibles. De David, prototipo de héroe judío, a quien se tiene como antecesor del propio Mesías, refiriéndose a su amigo Jonatán, hijo del rey Saúl, dice: “Angustia tengo por ti, hermano mío Jonatán, que me fuiste muy dulce: Más maravilloso me fue tu amor, Que el amor de las mujeres.” (2 Samuel 1, 26; ver también 1 Samuel 18, 1).

En el evangelio atribuido a Marcos, a los censores se les pasó eliminar un pasaje sospechoso: “Empero un mancebillo los seguía cubierto de una sábana sobre el cuerpo desnudo; y los mancebos le prendieron: Más él, dejando la sábana, se huyo de ellos desnudo.” (Cap. 14, vs. 51 y 52). ¿Qué hacía un mancebillo desnudo entre los apóstoles la noche en que Jesús fue aprehendido?

Alguien dirá que el libro el Cantar de los cantares es poesía erótica. Lo es, pero no risible.

Cuando en la Biblia aparece el termino alegre o alegría, frecuentemente está referido a la unión con Jehová, Yahveh o Dios: “Y comeréis allí delante de Jehová vuestro Dios, y os alegraréis, vosotros y vuestras familias, …” “Y os alegraréis delante de Jehová vuestro Dios, …” (Deuteronomio 12, 7 y 12); “Y te alegrará delante de Jehová tu Dios, …” (Deuteronomio 16, 12); “… por cuanto Jehová los había alegrado, …” (Esdras, 6, 22); “Y David y todo Israel hacían alegrías delante de Dios con todas sus fuerzas, …” (1 Crónicas 13, 8). En los Salmos, el término alegría esta relacionado preferentemente con Dios: “Servid a Jehová con temor, Y alegraos con temblor.” (Salmo 2, 11); “Alegraráse el justo en Jehová, …” (Salmo 64, 10); “Cantad alegres a Dios, …” (Salmo 100, 1).  “Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos (Salmo 122,1). Reitero, en el judaísmo la alegría, por lo general, está relacionada con Dios.

En el cristianismo se predica el sufrimiento permanente e intenso como vía de salvación. No permite un descanso al creyente. Le exige tener sus músculos mentales siempre en tensión: orad y velad para no caer en tentación; el que vele será llegado y el que duerma será dejado. En esto prescindió del pensamiento griego; no condescendió en lo más mínimo con el mundo

Toda la perorata anterior, que es profunda y grave, viene a colación por algo al parecer intrascendente y ligero: el bolero Falsaria y que ahora, convertido en salsa, es famosa con el título de: Salomé. De este tema hablaremos en una segunda entrega.